Hamilton no se rinde, Alonso sufre y Sainz lo vuelve a hacer
La inactividad competitiva, la distancia en carretera, quizá el tiempo sin guerrear de tú a tú… Las miradas esquivas por boxes no bastan para dos enemigos que marcaron hace no mucho una época. Una rivalidad que revivió durante unos segundos en los Libres del viernes: Vettel vs Alonso. Dos genios, seis Mundiales, muchas curvas. No será más que un instante nostálgico, un parpadeo que no volverá a abrirse hasta que Ferrari y McLaren quieran: otra legendaria batalla por la hegemonía en el deporte que sólo duerme.
Porque Mercedes no da lugar para la fantasía o la melancolía: no hasta 2017. La temporada está escrita por otro conflicto civil que pasará a la historia, un Hamilton vs Rosberg que ahora habla alemán. Así las cosas, la clasificación en México era otra de esas exiguas oportunidades de remontada para Lewis. Ferrari y Red Bull serían los mariachis en su particular incómoda cena.
La Q1 fue un simulado paseo para los de arriba con resultados previsibles: Palmer, Grosjean, Ocon, Nasr, Kvyat y Gutiérrez, fuera. Wehrlein era la nota disonante en una segunda sesión donde Sainz y Alonso volvían a jugar juntos a ser ilusionistas. Podrían ir cantando la de La Cabra Mecánica: ellos tenían la ilusión. Dos solistas de voz privilegiada a los que acompaña una banda inoperante. Hacer sonar esos coches sin desafinar es de ser Plácido Domingo.
Carlos convirtió el delirio en realidad: se colaba en una Q3 que rozaba Fernando Alonso. Su disparo con el MP4-31 fue al palo, undécimo. Lo fía todo a otra salida de vídeojuego, pegado a su homónimo español. Dos generaciones unidas y enfrentadas en una amistad que disfrutan en el asfalto más que nunca. Perez, Button, Magnussen, Ericsson y Wehrlein acompañaban a Fernando en la antesala al reservado de México.
Allí volvió a volar Lewis Hamilton, con Nico Rosberg a su espalda, y los Red Bull amenazando a todo en carrera. Ferrari volvió a quedarse sin gas en el mechero, esperando cantar y no llorar el domingo. Lewis quiere posponer la fiesta de su alter ego en este páramo de rectas donde, quizá, todo se decida en la primera curva.