Diez años de aquella final del Open de Australia en la que Rafa Nadal hizo llorar a Federer
El 1 de febrero de 2009 Nadal conquistó su primer y único Abierto de Australia ante Roger Federer. La ceremonia de entrega de premios nos dejó un momento inolvidable: el llanto del de Basilea. Nadal consoló a su rival. Horas antes de la final, el español dudó incluso poder disputar el partido
El 1 de febrero de 2019 se cumplirán diez años de aquel día en que Rafa Nadal hizo llorar a Roger Federer. Fue durante la ceremonia de trofeos tras la final del Abierto de Australia en la que el de Manacor se impuso en cinco sets al suizo. Era la primera vez que un tenista español conquistaba suelo aussie e impidió que Federer igualara el récord de Grand Slams de Pete Sampras (14).
Falta poco para que arranque el primer Grand Slam de la temporada: el Abierto de Australia (del 14 al 27 de enero). Un torneo que en 2009 nos dejó uno de esos momentos que se recordarán siempre: cómo el campeón del torneo consolaba al subcampeón, cómo Nadal contenía su alegría y abrazaba a un Federer que no pudo evitar que se le saltaran las lágrimas viendo que se le había escapado el título y la posibilidad de hacer historia igualando a Sampras con 14 Grand Slams. Ahora, diez años después, el suizo ostenta récord en solitario con 20 Grandes en sus vitrinas y llega a Melbourne como defensor del título por segundo año consecutivo.
Pero ¿qué pasó aquel día? Es una de las finales más bonitas en la carrera de Rafa Nadal, porque como suele ser habitual en él no estuvo exenta de épica y regaló una nueva lección de superación. El primer tenista español en conquistar Melbourne dudó poder jugar la final ante Roger Federer, víctima del sobreesfuerzo realizado en otra semifinal inolvidable que protagonizó dos días antes con Fernando Verdasco.
El duelo ante el madrileño se alargó durante cinco horas y catorce minutos – récord en un Grand Slam hasta ese momento- y con unas condiciones bastante complicadas: 30 grados y 80 por ciento de humedad. Ambos acabaron exhaustos, pero en el caso de Nadal le quedaba aún por superar un escollo más: la final con Federer, entonces tricampeón de Australia.
Los intentos por recuperarse lo más rápido posible del enorme desgaste al que había sometido a su cuerpo no obtuvieron el resultado deseado. El día de la final, por la mañana, Nadal estaba fatal. “No se podía mover. Le dolía el brazo, la cadera, la rodilla. Se le subió el gemelo. Se mareó. Un despropósito detrás de otro. Muecas de dolor, de cansancio, de impotencia”, recuerda Toni Nadal en su libro Todo se puede entrenar. “Vas a jugar la final del Abierto de Australia, haz un esfuerzo, un último esfuerzo”, le pedía su tío.
El lema del “Yes we can”
El desánimo se apoderó de Nadal, pero los consejos de su tío Toni durante más de cinco horas y la increíble fortaleza mental del mallorquín hicieron que algo en él empezara a cambiar. Entonces a su entrenador se le ocurrió una idea. Por entonces hacía muy poco que Barack Obama se había convertido en presidente de Estados Unidos con aquel famoso “Yes, we can”. Esas palabras se las dijo Toni a Rafa y tuvieron su efecto.
“Claro, esto en mi boca – reconoce que no son dados a utilizar lemas en el vestuario- y en ese momento de nerviosismo y tensión que se podía cortar en el aire, adquiría tintes realmente cómicos. Y él así lo percibió y, de hecho, se reía cada vez que se lo decía”, recuerda Toni. “Cuando descanses en la silla, repítetelo: “Yes, we can”, le decía.
Del pesimismo se pasó al optimismo y de ahí a la final de Melbourne en la que Nadal se impuso tras cuatro horas y veintitrés minutos de partido en cinco sets a Roger Federer. Un partido épico, vibrante, una nueva batalla entre estos dos genios. Nadal se llevó el primer set, pero le empató en el segundo Federer. De nuevo tomó ventaja el español y respondió el suizo en el cuarto, hasta que en el quinto set Nadal sacó provecho de un errático Federer y se llevó el duelo. Pero aún faltaba algo más que vivir: aquellas lágrimas de Federer, inusuales en alguien tan comedido como él.
“Esto me está matando”, balbuceó el de Basilea con la mente quizá en las otras dos finales de Grand Slams perdidas la temporada anterior ante el de Manacor y en que se le escapaba la posibilidad de igualar a Pete Sampras con 14 Grandes. El tiempo demostró que se precipitaba, le quedaban aún muchas lágrimas, de alegría, que derramar.
Aquel gesto tan humano de Federer le dio un tinte especial al momento. Y la reacción de Nadal no defraudó. Él, que horas antes dudaba poder jugar, parecía sentir el daño causado, abrazaba a su rival y esbozaba una tímida sonrisa en señal de respeto. Había hecho historia pero se contuvo al celebrarlo.
En Melbourne volvieron a cruzarse tres veces más, las dos primeras con victoria también para Nadal pero ambas en semifinales. No fue hasta 2017 cuando se citaron de nuevo en la final y entonces el desenlace fue diferente. Federer lloró aquel día de alegría al conquistar su 18 Grand Slam. Y Nadal suspiró, era la tercera vez que acariciaba el título en Melbourne. Algo que ahora el español espera poder cambiar.