Atlético de Madrid

Una descomposición que empezó en verano

La imposibilidad de vender a jugadores como Saúl o Morata condicionó el mercado

El club daba por hecho el traspaso de Lodi, que tampoco fue posible

El fichaje de Nahuel enfrentó a dirección deportiva y entrenador

Hubo que renunciar a fichajes ya acordados, como Carlos Soler

Una descomposición que empezó en verano
Tomeu Maura

La descomposición deportiva del Atlético de Madrid no es casual. Sus orígenes datan del pasado verano, cuando fue imposible vender a jugadores como Morata o Saúl con los que no se contaba. También se intentó sin éxito traspasar a Lodi, al que hubo que ceder a última hora porque no cuadraban los números. La plantilla quedó muy condicionada y hubo que renunciar a fichajes que estaban muy bien encaminados, como el de Carlos Soler.

El centrocampista valenciano esperó al Atlético hasta última hora, convencido de que al final saldría alguien y se crearía el hueco suficiente para asumir el coste de su traspaso y su salario. Eso fue lo que le dijeron, pero del deseo a la realidad hubo un trecho considerable que no pudo ser vencido. Soler se marchó al PSG y el Atlético se quedó sin un futbolista que hubiera podido ser clave en el nuevo proyecto. Witsel fue la alternativa pero el belga, que comenzó la temporada como un tiro, ha ido periclitando peligrosamente y ya ha adquirido los mismos vicios que el resto de un grupo que está mentalmente agotado.

En la planificación de la temporada en agosto también surgió uno de los primeros desencuentros entre la dirección deportiva que dirige Andrea Berta y el Cholo Simeone. Berta quería al lateral francés Jonathan Clauss, mientras que el entrenador apostaba por su compatriota Nahuel Molina. Clauss salía mucho más barato, venía de una grandísima temporada en el Lens y era fijo en la selección francesa, pero Simeone insistió hasta la saciedad en Nahuel, que de momento está muy lejos de haber sido la solución para sustituir a Trippier. De hecho, un error del argentino propició la primera derrota del curso ante el Villarreal, un resultado que luego ha marcado la trayectoria de un equipo obligado a ir desde el primer momento contra corriente.

Clauss, Soler y un defensa central de gran nivel. Esa era la bitácora de a bordo de Andrea Berta, que contaba con las salidas de Lodi, Saúl y Morata. En ese escenario la delantera titular la iban a formar Griezmann y Joao, tal y como acabó la pasada temporada, mientras que sus suplentes serían Correa y Cunha. Sin embargo sucedió algo inesperado: Morata empezó a hacer goles, uno tras otro, y el Atlético se encontró con un 9 con el que no contaba, pero que evidentemente no iba a regalar, sobre todo después de que en el primer partido de Liga en Getafe marcara dos tantos.

El club aceptó la permanencia de Morata, diseñó un plan con Griezmann para presionar al Barcelona y obligarlo a que bajara su precio, y destinó todos sus esfuerzos en las salidas de Saúl y Lodi. Por el brasileño hubo interés del Newcastle, pero nunca plasmado en una oferta concreta económica, y por el ilicitano apenas se produjeron cantos de sirena desde Roma, pero nada más. Saúl es un lastre absoluto para el Atlético: con contrato hasta 2026 y un salario de 7 millones de euros condiciona el límite salarial hasta puntos extremos. Su continuidad significó asumir el descarte de Carlos Soler.

Con todo, la pretemporada fue ilusionante y el comienzo de Liga en Getafe impecable, pero el proyecto estaba cogido con pinzas y en la segunda jornada comenzó a deshacerse. El Villarreal asaltó el Metropolitano, Joao volvió a diluirse en la más absoluta mediocridad y Savic sufrió la primera lesión muscular del curso. De repente los fantasmas del pasado reciente volvieron con más fuerza que nunca alimentados por dos actuaciones arbitrales impresentables, la primera en San Sebastián, donde se le anuló un gol legal al Atlético y se concedió otro ilegal a la Real Sociedad, además de frenar un ataque mortal de Correa en el último minuto para señalar una falta previa, y la segunda en Alemania, donde con empate a cero no se señaló un penalti clarísimo por manos en el área del Bayer Leverkusen. El equipo acusó los golpes y las consecuencias fueron terribles: en la Liga quedó a las primeras de cambio a cinco puntos del Real Madrid y en la Champions tuvo que ir desde ese día a contracorriente.

Todo lo que sucedió a partir de ahí fue malo. Joao cayó en picado, obligando a Simeone a buscar otras soluciones, Carrasco nunca volvió a ser el mismo, afectado por los rumores de traspaso que también le involucraron en verano, Giménez y Savic cayeron en el bucle interminable de lesiones musculares que no deja de condicionarles, Morata dejó de hacer goles y para colmo la suerte fue muy esquiva: el Brujas se vio favorecido por todos los astros en sus dos partidos de Champions ante el Atlético y el equipo quedó al borde de la eliminación. La derrota en casa ante el Real Madrid fue la puntilla: la Liga quedó casi perdida en octubre.

El acuerdo con el Barça para el traspaso definitivo de Griezmann y el salto de calidad del francés, que asumió el liderazgo del equipo sin ambages, fueron las únicas buenas noticias en este tramo de temporada, que ha dejado al Atlético a nueve puntos del líder en la Liga y fuera de Europa en noviembre, algo que nunca había sucedido en la era Simeone. Un verdadero desastre.

No queda ahora otra que tratar de levantarse para recomponer lo que quede del equipo, si es que eso es posible. En enero el plan pasa por vender jugadores, pero lamentablemente los que saldrán serán los más importantes. Los que de verdad suponen un lastre se quedarán en la plantilla y, o bien habrá que regarlos, o bien habrá que mantenerlos hasta que acaben contrato, con la consiguiente carga que eso supone. Éste el resultado de una descomposición que comenzó en verano y que, de momento, aún no se ha detenido.

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