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Si tu nombre está en esta lista la ciencia tiene malas noticias: tu coeficiente intelectual es más bajo que la media

nombre coeficiente intelectual
Blanca Espada

Cuando se elige el nombre para un bebé, muchos padres se decantan por gusto o por cariño, por tradición familiar o simplemente porque suena bien. Generalmente,nadie se plantea que ese nombre pueda tener algo que ver con la inteligencia. Pero, según un grupo de investigadores de la Universidad de Stanford, podría no ser algo tan descabellado. De hecho, aseguran haber encontrado una relación entre cómo nos llamamos y los resultados que obtenemos en los test de coeficiente intelectual. Suena curioso, incluso un poco absurdo, pero el estudio existe y ha abierto un debate que va mucho más allá del simple dato: ¿puede un nombre marcar el coeficiente intelectual de una persona? Pues parece que sí, así que toma nota porque este que ahora te desvelamos es tu nombre, la ciencia tiene malas noticias para ti.

El equipo analizó más de 70.000 perfiles y observó que algunos nombres aparecían asociados a puntuaciones más bajas de lo habitual. En el caso de los hombres, el peor parado fue Jonathan; entre las mujeres, Sara. Dos nombres muy comunes en países como España, México o Estados Unidos, lo que explica el revuelo que se ha generado tras conocerse los resultados. Ahora bien, ¿realmente el nombre puede tener algo que ver con la inteligencia? ¿O estamos confundiendo lo que dicen los números con las circunstancias que los rodean? La investigación es llamativa, sí, pero deja más preguntas abiertas de las que responde. Porque, al final, detrás de cada estadística hay personas con historias, entornos y experiencias que no siempre pueden medirse en una gráfica.

El nombre con un coeficiente intelectual más bajo

Según el estudio de la Universidad de Stanford, quienes se llamaban Jonathan obtuvieron una media de unos 80 puntos de CI, veinte menos que la media general de 100. Traducido, eso los situaría en el rango considerado de capacidad intelectual baja. En el caso de las mujeres, Sara se repite como el nombre con las puntuaciones más discretas, aunque sin diferencias tan marcadas.

El dato está dando que hablar y también en España, si tenemos en cuenta que hay más de 24.000 hombres llamados Jonathan en nuestro país, con otros 19.000 con la variante Jonatan y cerca de un millar de Yonatan, según el INE. Y la cosa es peor para Sara ya que es uno de los nombres femeninos más extendidos: más de 178.000 mujeres lo llevan, muchas de ellas menores de 30 años. Incluso hay más de medio centenar de hombres con ese nombre.

Con cifras tan altas, es fácil entender que los resultados estadísticos sean amplios y que aparezcan valores muy diversos. El propio equipo de Stanford admite que no han demostrado una causa directa, sino una correlación estadística, es decir, una coincidencia que podría explicarse por factores externos, por lo que a pesar del revuelo no podemos decir tampoco que el estudio sea algo definitivo.

Un estudio que divide opiniones

A pesar de su repercusión, muchos psicólogos y expertos en educación han mostrado reservas. Y con razón. Asociar el nombre a la inteligencia, explican, no tiene base sólida. El nombre no es una característica biológica ni una variable psicológica; está ligado al entorno, a la cultura y, sobre todo, a la situación social de cada persona.

Por ejemplo, hay nombres que son más comunes en determinados contextos económicos o regiones. Y ese entorno sí puede influir en las oportunidades educativas o en el desarrollo cognitivo. En otras palabras: no es el nombre lo que marca la diferencia, sino las circunstancias que suelen acompañarlo. Las tendencias en un entorno pueden hacer que más personas se llamen de una manera pero eso no quiere decir que sean más o menos inteligentes.

Varios especialistas también advierten del peligro de reforzar estereotipos. Un titular así puede parecer anecdótico, pero si se toma al pie de la letra puede generar etiquetas injustas. «Las etiquetas se pegan rápido y cuesta quitarlas», dicen algunos educadores. Y no les falta razón.

La inteligencia no cabe en un número

Otra cuestión que señalan los expertos es el modo en que se mide la inteligencia. El famoso cociente intelectual solo valora ciertas habilidades memoria, lógica, cálculo, pero deja fuera otras igual o más importantes: la creatividad, la empatía, la capacidad para resolver problemas o el pensamiento crítico.

La historia está llena de ejemplos de personas que no habrían destacado en un test tradicional y, sin embargo, cambiaron el mundo. La inteligencia emocional, la curiosidad o la intuición no se pueden reducir a un examen de 40 preguntas. Por eso, cuando un estudio sugiere que un nombre está por debajo de la media, conviene tomarlo como lo que es: una curiosidad estadística, no una verdad absoluta.

En definitiva, el CI puede ofrecer una referencia, pero no define a nadie. Menos aún por llamarse de una manera concreta.

 

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