Flechas sobre el cielo de Madrid
Madrid guarda un maravilloso secreto. Si paseamos por la Gran Vía, a la altura del número 32, podemos ver en la acera, talladas en el suelo, dos flechas de aproximadamente un metro de longitud. ¿Qué hacen ahí? ¿Cuál es el motivo? La respuesta la hallamos en el mito de Diana y Endimión.
Según la mitología, Diana era la diosa de la caza, de la naturaleza y la personificación de la Luna. Sus hermanos son Apolo, el dios del Sol y Aurora, diosa que personifica el amanecer.
Apolo, el Sol, recorre cada día los cielos montado en su carro, entregando las bridas de sus caballos a su hermana Diana, la Luna, para que ésta comience su viaje entre las estrellas.
Endimión era un pastor, pero no uno común. Tenía origen divino al ser uno de los nietos de Júpiter. Llamado a ocupar el trono de Elida, pero, por caprichos del destino, fue destronado retirándose al Monte de Larmos.
El joven pastor moraba en una cueva. Allí se refugiaba cada noche y, desde su entrada, contempla la Luna en la más completa soledad hasta que sus ojos se cierran. La Luna, con su pálida belleza y su imponente presencia, ilumina la oscura noche mientras colma de amor a Endimión.
Diana ignoraba el amor que Endimión le profesaba, más quiso el destino, caprichoso él, que una noche que la diosa pasaba con su carro junto a la cueva donde éste dormía, la luz que emanaba de ella iluminara la entrada de la cavidad, entonces la diosa vio por primera vez al joven, se detuvo y observó su bello cuerpo y, en ese preciso instante, sintió que se enamoraba de él.
Así pasaron los días, Endimión se dormía mirando su única compañía, la hermosa Luna, suspirando por ella e imaginándola entre sus brazos, más lo que él desconocía era que todas las noches Diana, la Luna, entraba sigilosamente en la gruta y posaba sus labios dulcemente sobre los de Endimión.
Más quiso el destino, ya sabemos lo caprichoso qué es, que una noche, al posar la diosa sus labios sobre los de Endimión, éste despertó y abrió sus ojos. Ante él se encontraba la mujer más hermosa que jamás soñó llegar a conocer, de cabellos oscuros, ojos verde oliva, delicadísima piel que, recortada sobre la negra noche, se mostraba luminosamente blanca. Endimión reconoció a su amada al instante, su Luna, sus labios se unieron a los de Diana como si sus bocas se conocieran desde siempre, sus corazones también.
En el número 32 de la Gran Vía madrileña se encuentran talladas en el suelo dos flechas. Si alzamos la vista y miramos al edificio situado enfrente, observamos, en la parte superior de éste, una escultura dorada, de unos cinco metros de altura, que representa una figura femenina acompañada de cinco perros. Sus piernas están flexionadas y en su mano derecha porta un arco tensado que apunta directamente al edificio de enfrente donde encontramos otra escultura, en este caso se trata de un Ave Fénix que se lleva por la fuerza a un joven. La figura femenina es Diana y la masculina es Endimión.
Júpiter se ha enterado del amor que se profesan Endimión y Diana y no lo acepta. Por ello ordena al Ave Fénix que rapte al joven pastor y lo oculte en un lugar tan secreto que su hija, Diana, no lo pueda encontrar. Más la diosa no lo acepta, no quiere ni puede resignarse a perder a su amado, por ello, y ahora en la personificación de Diana cazadora, tensa su arco y dispara sus flechas contra el Fénix, tratando así de evitar que se lleve a su amado. Más no todas las flechas llegan hasta donde se encuentra el Ave y, durante la dramática contienda, algunas de estas flechas caen sobre la acera de Madrid.