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Manuel González: “ACNUR es el lavamanos de la ONU”

refugiados
Manuel González, periodista y director del documental 'Refugio'. @ManuelGonzález
María Villardón

Periodista, director y productor del documental ‘Refugio’está en Filmin–. Manuel González viajó hasta el campo de refugiados de Rwamwanja, en el distrito de Kamwenge, en el suroeste de Uganda (África), para conformar un retrato del sistema de acogida de las personas que huyen de la tragedia y la violencia de sus países.

En este campo de asentamiento, con 130 kilómetros cuadrados de extensión que acogen a casi 50.000 personas, no hay vallas, ni agentes de Policía con armas vigilando los límites territoriales porque nadie quiere escapar, no tienen ni un hogar al que regresar, ni una familia a la que visitar o recuperar. Probablemente, al abandonar sus pueblos, sus hermanos, padres o hijos hayan sido asesinados de forma sanguinaria por los grupos armados que, entre otros oscuros negocios, se lucran de la extracción esclavista de la minas de coltán, un mineral de los considerados raros y muy preciado que sólo se encuentra casi de manera exclusiva en la República Democrática del Congo. Se emplea para la producción de móviles o táblets de las grandes compañías tecnológicas y cuesta la vida a miles de personas, según datos de la iniciativa ‘Enlázate por la Justicia’.

Manuel González es crítico con las organizaciones humanitarias que ayudan a los refugiados, relata que el dinero y su labor son una gran ayuda, pero cree que ACNUR es, de alguna manera, el “lavamanos” de la ONU y de las naciones que en ella están representadas porque, argumenta, en lugar de conformar altos comisionados humanitarios “deberían evitar que destrocen sus tierras y, con ello, salvar la vida de muchas personas”.

¿Se mercantiliza todo? ¿Incluso la tragedia y la violencia?

Sí, está claro que tanto a pequeña como a gran escala todo se mueve por interés, nadie hace nada por pura bondad salvo, quizá, algunas personas o instituciones muy concretas. Al principio los refugiados en este campo de Uganda hablan con miedo, pero al final, cuando toman confianza llegan a reconocerme que el campo es también un negocio para los países que acogen refugiados, a pesar de que la ONU y ACNUR les estén ayudando, ellos saben y tú sabes que están sacando por detrás una plusvalía.

Cuando ibas en el taxi de camino al campo de Rwamwanja, ¿qué sensación te acompañaba?

Pues fíjate, en nuestra mente occidental, digamos, tenemos la idea de que un campo de refugiados es una zona acotada donde la gente está sin libertad e intentando escapar, pero ni mucho menos. Cuando iba llegando en el taxi, que iba con cinco personas más, no sabía que estaba llegando al campo de refugiados hasta que, tras contarles el proyecto del documental, les pregunté: “¿Cuándo vamos a llegar?” y ellos me respondieron: “Ya estás aquí”. Evidentemente, yo no distingo un refugiado de alguien que no lo es, no distingo la fisionomía de un congoleño de la de un sudanés del sur, entonces, cuando entras ves que lo que cambia es la estructura de las casas, no tienen techos, sólo están cubiertas por lonas porque no pueden poner tejados, eso significaría que están asentándose en una tierra que no es suya y aquí están de prestado. Al principio, me acompañó la sensación de que todo está más normalizado de lo que piensas y de que nadie está en una situación terrorífica, al menos a priori, luego te das cuenta cuando hablas con ellos de que su vida es terrible.

Es una ciudad creada de la nada formada por gente que no se conoce de nada.

Eso es. Se crean ciudades de la nada y esto es una problemática muy grave porque demuestra las consecuencias de conflictos violentos en el Congo y en Sudán del Sur que ya duran 20 años y casi 50.000 personas no han podido regresar a sus casas o a sus ciudades. Gente que ha nacido en campos de refugiados en Uganda, a pesar de que sus padres son congoleños, por ejemplo, pero están en tierra de nadie, no son de ningún sitio. Eso sí, no tienen más remedio que permanecer en Uganda porque no tienen ni pasaporte, están atrapados. Les acogen en estas ciudades, pero no dejan de estar en un limbo, no pueden trabajar y no tienen las mismas facilidades que siendo ciudadanos reales.

Uno de los refugiados con los que hablas está emocionado y feliz porque, y esto resulta conmovedor, tiene una cama grande a la que invitar a sus amigos que vienen de visita.

Claro, tiene una cama enorme para que sus compañeros vayan con él a la ciudad, algo que allí es un reto porque, aunque tienen transporte para poder llegar, tienen una limitación del dinero tan brutal que cualquier movimiento es un triunfo. Te refieres a Elvis, ha trabajado un montón, ha sido excelente en todo lo que ha hecho y ha conseguido progresar y tener oportunidades universitarias. Entre ellos tratan de ayudarse, muestran mucha solidaridad porque conocen sus propias experiencias y todo el sufrimiento que conllevan. La mayor parte de ellos ha perdido a todos sus familiares de su núcleo más cercano, padres o hermanos, por eso muchos se tratan como esa familia que ya no tienen.

¿Cómo es el proceso de llegada e inscripción de los refugiados al campo? Porque una de las cosas que muestras en ‘Refugio’ es que no es todo tan solidario como podría parecer.

Los refugiados que llegan finalmente a la frontera desde Sudán del Sur y El Congo es porque o cuentan con mucha valentía o tienen algo de dinero para poder salir de su país. Hay personas que llegan después de diez días caminando y no saben ni cómo lo han hecho porque no sabían muy bien por dónde deben ir, otros llegan con balas en las piernas o con vida gracias a lo que iban comiendo por el camino. Una vez que llegan a la frontera, los pueblos pequeños se alarman porque no saben muy bien qué pasa, pero sí que por pura solidaridad son los que llaman a ACNUR para que les recoja y les lleve a los campos de refugiados donde les inscriben. Allí, una vez inscritos, deben pagar una cuota que, ahora no sé exactamente, pero que en 2017 era de 15.000 chelines, que para nosotros es muy poco dinero porque son como 11 euros o así, pero para ellos reunir ese dinero es todo un mundo y es complicado. Hay mucha gente que no puede pagarlo y es en este momento cuando entran en escena los prestamistas, que son también refugiados del mismo campo que tienen algo de dinero y lo prestan a cambio de una devolución con interés o a que la persona que acaba de llegar trabaje para él durante algunos meses. Una economía negra que se aprovecha de la miseria.

¿También hay corrupción en el reparto de los alimentos que llegan de las organizaciones internacionales?

Sí, también hay grandes corruptelas. Hay donaciones de alimentos y el reparto se hace desde la propia organización de los campos de refugiados. Dentro de éstos hay un líder, bien por razones tribales, religiosas o sociales que hace el reparto de los alimentos y al que se le ofrece un contrato donde hay unas cifras de víveres a repartir, aunque siempre les dan menos de lo que dice el documento. Por ejemplo, si pone que van a recibir 20 sacos de maíz, en realidad serán 10 sacos, pero aceptan, claro, porque si no lo hacen ellos serán otros, así que deciden aprovechar y aceptar.

La diferencia de alimentos, entiendo, se queda para el estraperlo, ¿no?

Eso es. Pero allí pasa con todo, también con las medicinas, no sólo con la comida. Ves que hay gente que puede conseguir, por ejemplo, medicina contra la malaria en el mercado negro, pero ¡imagina al precio al que lo venden! Eso sí, la amplia mayoría de las veces tampoco encuentran las medicinas que buscan aún pagando porque hay una limitación enorme de todo.

Una vez allí, en el campo, ¿notas la permanente presencia de la muerte? No sólo por el hambre, sino por la posibilidad de morir asesinado por otros.

Uno de los responsables del campo me contaba que en el propio espacio que da cobijo a estas personas que huyen de la guerra hay enfrentamientos tribales importantes, son refugiados, es cierto, pero si tenían enemistad antes, la convivencia en el campo no hace que la olviden. Con respecto a tu pregunta, lo que más me impacta, a pesar de la presencia de la muerte, es que son capaces de seguir adelante, a pesar de las historias de violencia y brutalidad que han pasado. Madres que han visto cómo cortan la cabeza a sus hijos con un machete, cómo apalean a su marido o cómo violan a sus hijas hasta matarlas. Esta gente saca fuerzas para seguir adelante, eso me impresionó muchísimo porque me lleva a pensar que el ser humano tiene capacidad para adaptarse y aguantarlo todo.

¿Se sale ileso de tantos relatos de dolor?

Al llegar aquí, a Occidente, te cuesta un poco valorar nuestras preocupaciones. No, no se sale ileso, sobre todo si eres empático. Piensa una cosa, aquí si llaman a tu puerta y es un desconocido abres con reticencias o no lo abres, ¿no? Allí, que viven en una guerra civil, en cualquier momento llaman a la puerta con armas para acabar con tu vida. ¿Imaginas la tensión en la que tienen que vivir?

De hecho, uno de los entrevistados, que además confiesa que jamás ha ido al cine, explica que desde que está en Uganda no oye disparos y vive en paz.

Es otra realidad, es una zona rural y poco desarrollada a nivel tecnológico o digital, pero que, como contrapartida, son personas que tienen gran capacidad en el trato personal, saben relajarse muy bien y tener conversaciones y, por ello, quizá tienen esa entereza. Es una gente que se plantea seriamente su filosofía de vida y sabe que necesita de formación y buenos referentes para superar las circunstancias.

¿Fuiste solo al campo de Rwamwanja?

Sí. Me quedé en un hostal al llegar a Uganda, conté a los que se alojaban allí que iba con este proyecto documental, que tenía permisos para entrar en los campos y algunos se ofrecieron a acompañarme. Una chica de Israel, a la que le encanta la fotografía, se vino unos días conmigo para ayudarme con la cámara y, más tarde, se vino un chico argentino que estaba viajando y a mí, la verdad, me vino genial su compañía para las grabaciones. “Ha sido una de las experiencias más increíbles que he tenido”, me decían.

‘Cuando la ayuda es el problema’, un libro de la economista africana Dambisa Moyo, argumenta que no hay un buen desarrollo en el continente a pesar de las altas cifras de dinero que recibe como ayuda debido a varios factores: el expolio de sus propios gobernantes y la escasa ayuda de convertir su riqueza en una industria real que les permita avanzar.  

El dinero está muy bien, les ayuda, aunque tienen un gran problema de la corrupción. ACNUR también esta muy bien, por ejemplo, pero parece que, de alguna manera, es el lavamanos de la ONU y de todas las naciones que realmente crean estos problemas. Independientemente de que el Congo y otras zonas rurales sean poco desarrolladas a nivel industrial y tecnológico, no debemos olvidar que son las grandes empresas tecnológicas las que se están beneficiando, por ejemplo, de la guerra del coltán –mineral muy codiciado en el Congo para la producción de smartphones o táblets que cada kilo cuesta la vida a dos congoleños– que lleva años destruyendo vidas en el corazón de África. Por ello, no olvidemos tampoco que estas compañías pertenecen a los países que están o liderando o están representados en la ONU y ésta tiene a ACNUR. Creo que lo que deben hacer no es crear una organización humanitaria así, sino evitar que se destrocen estas tierras y con ello la vida de mucha gente.

Hemos hablado de tragedias, pero también ha habido momentos simpáticos con los niños del campo. Te verían con la cámara casi como a un extraterrestre, ¿no?

¡Pero no sólo a los niños! Allí el hecho de llevar una cámara te convertía en un altavoz que podría ayudarles a solucionar sus problemas, por eso todo el mundo quiere contarte su historia y se abren muchísimo con el fin de buscar una solución. Y, además, por otro lado, allí para los niños eres como un juguete porque tienes un físico que jamás han visto. Me acuerdo de un niño que al verme se escondió detrás de las piernas de su padre medio llorando de miedo, es la primera vez que veía a un blanco y le daba pavor. Pero luego, cuando ya perdían el miedo, te tocaban el pelo todo el tiempo o querían ir abrazados a ti porque percibían otro tipo de piel, de tacto. Los niños tienen una alegría alucinante, no tienen nada, pero lo único que buscan es divertirse jugando. Luego los problemas ya vienen de mayores, cuando son conscientes de la realidad, claro.

También has estado con niños y niñas albinos, allí tienen la creencia de que son personas endiabladas y sus vidas corren mucho peligro.

Sí, es más, según me contaban en el África más rural, donde están muy necesitados, se usan a los albinos como moneda de cambio por dotes o vacas porque, además, con las extremidades de los albinos se hacen muchas ceremonias y rituales porque creen que espantan los malos augurios. Por esta razón, alrededor de este colectivo se crea todo un negocio porque por X dinero te capturan un albino sin miramientos. Por ejemplo, allí, en el campo de refugiados, te das cuenta de que en todas las casas del campamento base había albinos con el fin de protegerles y tenerles controlados. Es impensable dejar que se adentren en el valle, sería una forma de estimular el mercado de vidas de los albinos.

Una de las cosas que dijiste al lanzar ‘Refugio’ fue: “No verás a famosos que promocionan nada”.

Sí. Mira, creo que hacen buena labor y es fantástico; pero, según me contaban los refugiados, cuando venían las ONG’s internacionales, los organizadores se encargaban de seleccionar qué casa, qué personas y qué tipo de imagen querían dar. Alabo la labor que hacen, pero hay mucho más detrás de la típica foto que vemos con los niños.

@MaríaVillardón

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