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Científicos perplejos: el ADN del gran tiburón blanco desafía todo lo que sabíamos sobre esta especie

Gran tiburón blanco
Janire Manzanas
  • Janire Manzanas
  • Graduada en Marketing y experta en Marketing Digital. Redactora en OK Diario. Experta en curiosidades, mascotas, consumo y Lotería de Navidad.

Durante muchos años, el gran tiburón blanco se ha considerado uno de los animales más fuertes y misteriosos del océano. Sin embargo, lo que más desconcierta a los científicos es su ADN debido a una aparente contradicción genética: mientras que el ADN nuclear de los tiburones blancos es uniforme en todo el mundo, su ADN mitocondrial presenta una enorme diversidad, lo cual desafía las teorías más aceptadas sobre migración y evolución.

Un reciente estudio publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences profundiza en este enigma, aunque no logra resolver del todo el misterio.

El misterio del ADN del gran tiburón blanco

El ADN nuclear es el que se encuentra en el núcleo de las células y proviene de ambos progenitores, mientras que el ADN mitocondrial, únicamente se transmite por vía materna. Lo esperado en especies ampliamente distribuidas por todo el mundo es encontrar cierta variabilidad en ambos tipos de material genético. Pero en el caso del tiburón blanco ocurre lo contrario: la información nuclear es prácticamente idéntica entre ejemplares de distintos océanos, mientras que las mitocondrias son diferentes.

En 2001, un equipo de investigadores comparó muestras de tiburones de Sudáfrica, Australia y Nueva Zelanda. El resultado arrojó que el ADN nuclear era muy homogéneo, pero el mitocondrial de los sudafricanos difería notablemente del de sus pares australianos y neozelandeses. En ese momento, los científicos plantearon la hipótesis de la filopatría, es decir, que las hembras retornan siempre al mismo lugar para reproducirse, mientras que los machos, más «viajeros», homogenizaban el ADN nuclear.

Los investigadores, liderados por Gavin Naylor, analizaron más de 150 genomas mitocondriales y decenas de secuencias nucleares de tiburones distribuidos por todos los océanos. Los resultados sugieren que, hace unos 25.000 años, durante el máximo de la última glaciación, los tiburones blancos estuvieron al borde de la extinción.

Al retirarse los glaciares y elevarse el nivel del mar hace unos 10.000 años, la especie inició su recuperación y expansión, y hace aproximadamente 7.000 año, esa población única comenzó a dividirse en grupos diferenciados, que dieron origen a las actuales distribuciones en el Atlántico norte, Pacífico norte y hemisferio sur. Hoy se calcula que existen alrededor de 20.000 individuos en todo el planeta.

El fracaso de la hipótesis tradicional

Para comprobar si la filopatría femenina realmente explicaba el patrón observado, Naylor y su equipo sometieron los datos a simulaciones evolutivas. Si las hembras regresaban siempre a sus zonas de origen para reproducirse, deberían encontrarse señales sutiles también en el ADN nuclear, ya que éste se hereda en un 50 % de la madre. Sin embargo, «eso no se reflejaba en los datos nucleares en absoluto», reconoció Naylor.

Posteriormente, reconstruyeron la historia evolutiva reciente de la especie y evaluaron si los 10.000 años transcurridos desde la última glaciación eran suficientes para generar las diferencias mitocondriales actuales. El modelo arrojó un resultado negativo: la filopatría no era la responsable de la enorme divergencia.

Ante esta situación, los investigadores exploraron otras posibilidades. Una de ellas fue la desproporción reproductiva, en la que sólo unas pocas hembras contribuirían de manera significativa a la siguiente generación. Sin embargo, al aplicar pruebas estadísticas, los resultados descartaron este escenario en los tiburones blancos.

Otra opción fue el papel de la deriva genética. En poblaciones pequeñas, las mutaciones aleatorias pueden fijarse con rapidez, incluso si no son ventajosas. Pero la deriva afecta por igual a todo el genoma; no debería distinguir entre ADN nuclear y mitocondrial. Como el patrón en los tiburones es selectivo (uniformidad en el núcleo y divergencia en las mitocondrias), la deriva tampoco encajaba.

La última carta posible era la selección natural sobre el ADN mitocondrial. Esto implicaría que cualquier mutación en este genoma resultara tan perjudicial que solo los linajes mitocondriales más «aptos» sobrevivieran en cada población. El problema es que la selección natural suele ser más efectiva en poblaciones grandes, donde existe variabilidad suficiente para que los individuos más aptos tengan ventaja. En poblaciones pequeñas, como la de los tiburones blancos, domina la deriva genética.

A pesar de haber utilizado uno de los mayores conjuntos de datos genéticos de tiburón blanco que se han reunido jamás, los científicos no encontraron una respuesta definitiva. «La respuesta científica honesta es que no tenemos idea», admitió Naylor.

Y añade: «si realmente la selección natural está detrás de las diferencias mitocondriales en los tiburones blancos, entonces tuvo que actuar con una intensidad despiadada, de forma tan contundente que cualquier desviación del patrón común resultaba fatal y era eliminada antes de poder transmitirse. Y, sin embargo, lo paradójico es que no tenemos pruebas claras para sostenerlo. La respuesta científica más honesta es admitir que todavía no sabemos por qué ocurre este fenómeno. En el fondo, lo que esta incógnita nos recuerda es que los tiburones blancos siguen siendo una especie profundamente misteriosa, que sobrevivió a la última glaciación y que ahora nos desafía a entender los secretos de su propia biología».

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