¿Qué es el lujo?

Quizás sea una de las palabras más difíciles de definir en los tiempos modernos. Hace no tantos años el lujo de verdad estaba reservado a unos pocos privilegiados que prácticamente desde que nacían eran instruidos en como manejarlo sin que resultara ofensivo. De repente se popularizó y el resto de los mortales no pertenecientes a esa clase que copaba los picos más altos de la pirámide social pudieron acceder a lujos poco soñados hasta vulgarizarlos por completo.
Fíjense en la de marcas que los ciudadanos pasean por las calles de todas las ciudades y pueblos del mundo, y aunque sean una vulgar copia e imitación, siguen siendo emblema de un nivel que para la mayoría continúa siendo aspiracional. Acabo este párrafo con una anécdota por si les sirve de inspiración a la hora de seguir leyéndome.
Pablo Iglesias, nuestro contemporáneo, presumía muy ufano de comprar sus modelitos en unos almacenes donde habitualmente compramos todos. Desde la comida a la ropa que usamos para estar por casa trajinando. El señor ése, indefinible, creía que de esta manera no estaba siguiendo la moda. Se equivocaba más que nunca.
Para que un jersey gris marengo descanse a la espera de comprador en las perchas de un centro comercial de clase media, antes ha tenido que pasar revisión por uno de los grandes de la moda, ser mostrado en pasarela, fotografiado y finalmente vendido a las grandes tiendas expertas en alta calidad desde donde generar un deseo en aquellas personas que jamás podrán permitirse el original, pero sí disfrutar de un color similar al lucido por la modelo que vieron en tal revista o post de Instagram.
Pretender huir del lujo hoy en día es de idiotas porque toda manifestación cultural, y la moda lo es, parte de él. Es la semilla que hace crecer todo lo demás, en cuanto a moda y estilo se refiere. En alimentación, tres cuartos de lo mismo. Es importante tener cultura del lujo. Pienso que no soy capaz de explicarles el sentido de mis palabras, así que iré directo al grano.
Lujo hay tantos como personas pueblan el mundo, sin embrago, en cuanto a estilo, son muy pocos los que marcan la pauta universal. De ahí que cuando comencé a leer y escuchar las críticas de los de siempre al lujo que había acogido el Castell de Bellver, para celebrar una gran concentración de estilo, joyas y algunas de las más importantes fortunas del mundo asiático, me llevé las manos a la cabeza pensando que de nuevo nuestros avezados políticos nos estaban utilizando para dirimir sus cuitas políticas a falta de argumentos válidos que pudieran refrendar sus afirmaciones.
Todos los grandes monumentos del mundo, salvo los sagrados por la religión que convenga, se alquilan para actos de estas características. El mismo Louvre de París es escenario de multitud de actos privados, por una sencilla razón, para que el coste del mantenimiento suponga alguna ligereza para las arcas públicas. Si a eso añadimos que un imperio de los de verdad, como el que comanda la marca en cuestión, LVMH, se decide por mostrar su primera gran colección de joyas a sus mejores clientes asiáticos, a los que traslada a la isla, se la muestra con devoción casi mariana, promoviendo la inversión, con muy poco consumo de territorio, y de paso conocen la Fortaleza de Pollença, el nuevo Formentor y Cap Rocat. ¿Alguien puede explicarnos de qué nos quejamos por favor?
Bellver es de todos y en el castillo redondo se han casado muchas de las parejas que ahora me están leyendo. Sin saber y conocer, muchos han hablado de invitaciones de ida y vuelta, otras tantos de destrozos en la piedra viva medieval. Nada de eso es cierto. Todo se hizo según lo convenido, estoy en condiciones de asegurarlo.
Por lo demás, una de las veladas nos deparó sorpresas agradabilísimas, de todas las formas posibles. Un cuidado excepcional en cada detalle, por nimio que pareciera. Una sonrisa en los labios de cada persona encargada de que la noche fluyera y, lo más importante, poder disfrutar en el castillo circular del desfile de joyas de Louis Vuitton, sobre la loma de pinos y con la bahía escoltándonos, ha sido una lección magistral de estilo de la que hemos bebido muchos y para los restos.
El que haya colaborado en el gran momento de este 2025 y no haya aprendido de los más grandes ha perdido una gran oportunidad. En Mallorca han estado los grandes maestros trabajando, maestros de una calidad excepcional que no han dudado en confiar parte de su trabajo a los artesanos locales. En las vidas de estos hombres y mujeres, estoy seguro, quedará la misma huella que quedó un día marcada en el jersey de lujo que poco a poco fue perdiendo parte de su esencia para convertirse en el jersey de Pablo Iglesias.
Sí, la moda, el estilo, llámenlo como quieran, es una pescadilla que se muerde la cola. Un creador recorre mucha calle husmeando los deseos de su tiempo. La gran suerte es que estos creadores, altos directivos de la compañía y hasta su CEO, Pietro Beccari, han tenido la gentileza de elegir una isla, por amor, sólo por amor. ¿Hay algo más lujoso que el amor?
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