Las líneas rojas del PP
El PP balear ha decidido lanzarse con armas y bagajes al regazo de la izquierda balear. En dos semanas los de Marga Prohens han decidido perpetuar la política lingüística dictada por la izquierda durante el octenio negro armengolino, incorporando en el sagrado consenso lingüístico la Ley de Educación de las Islas Baleares (LEIB 1/2022) contra la que votaron hace dos años y medio, una ley que, en su día, prometieron modificar y de la que se han convertido ahora en sus máximos adalides.
El PP balear, que ya venía de dos fraudes como el plan piloto voluntario y la libre elección de lengua en la primera enseñanza y también del cambio de opinión en los tribunales de rechazar el 25% de las clases en español, ha rechazado así la incorporación efectiva del español como lengua vehicular en la enseñanza balear, considerando la vehicularidad real y efectiva del español como una «línea roja». Ver para creer.
El clan de Campos ha hecho suyas, por otra parte, las exageradas prohibiciones de la izquierda balear de no dejar construir ni legalizar las viviendas ya existentes en terrenos hipotéticamente inundables, incluso prohibiendo que los propietarios acometan obras en sus inmuebles a falta de estudios más serios sobre estas zonas de riesgo en las que se vuelven a confiscar derechos urbanísticos. Se trata de una decisión tomada en caliente después del desastre valenciano.
Y para rematar la faena han decidido no derogar la Ley de Memoria Democrática, a cuya derogación se habían comprometido con Vox, lo que representa un triunfo en la legitimación del antifranquismo como discurso y que van a utilizar sus enemigos contra ellos cuando vengan mal dadas y no tengan otra cosa a la que recurrir, como siempre ha hecho el PSOE, una formación que no puede vivir sin Franco una vez muerto, aunque estuvieran de vacaciones en los 40 años de dictadura conviviendo ricamente con él.
Marga Prohens ha justificado este volantazo hacia la izquierda, que ya se venía vislumbrando con la Mesa de sostenibilidad para poner límites al turismo, arguyendo que Vox la había abocado a darlo. Una cosa es adelantar elecciones, como le pedían al parecer sus alcaldes ofendiditos, y otra muy distinta es arrojarse en brazos de la izquierda comprándole su catalanismo hispanófobo, su proteccionismo territorial y su memoria democrática, que ni es memoria ni es democrática. Marga la Roja está resultando rojísima. Cualquier día de estos se nos pasa al eurocomunismo de Enrico Berlinguer.
Prohens y Sagreras deberían saber que Vox ya no es la muleta dócil y domesticada de un PP que ha estado negándole el pan y la sal desde que sellaron los famosos 110 acuerdos a cambio de la investidura de esta ridiculez llamada «gobierno en solitario». Prohens y Sagreras, dos políticos profesionales, creían que los de Vox se comportarían como ellos, o sea, como profesionales, que para no perder electores pasarían por el tubo una y otra vez con tal de no favorecer a la izquierda. El bipartidismo sigue sin comprender nada de lo que está ocurriendo en el mundo. Cuando se dé cuenta será demasiado tarde.
Amalgama y ficción
Hasta ahora todos vivían en una burbuja creada por la prensa subvencionada. El zurderío mediático, en efecto, ha intentado engatusar a la opinión pública haciéndole creer que el PP era un rehén de Vox, una estrategia destinada a desgastar al Partido Popular, recurriendo una y otra vez a la amalgama PPVOX para tratar de identificar a ambos partidos. VOX es el mismísimo diablo y el PP, al pactar con ellos, se infecta de este azufre pestilente.
Pero lo cierto es que, con números y datos en la mano, el PP nunca ha sido rehén de Vox ni nada parecido. Lo que ha ocurrido ha sido más bien todo lo contrario: en un año y medio Vox no ha sacado prácticamente nada de estos 110 acuerdos más allá de lo que llevaba ya el PP en su programa electoral. Esta es la realidad. El consejero de Educación Antoni Vera se ha negado a tocar una coma de la normativa lingüística que impide el bilingüismo y Sagreras ni siquiera les ha concedido la satisfacción de una victoria simbólica aprobando alguna que otra proposición no de ley, como la del pin parental, por ejemplo. Si se ha cumplido alguno de estos 110 acuerdos ha sido porque al PP ya le venía bien, no por ninguna cesión del PP a Vox que le provocara ningún dolor de muelas. Las líneas rojas del PP han sido tan rojas (y no sólo por su color) como infranqueables. Recogen lo que han sembrado.
Esta ficción de un PP arrodillado ante Vox, como Diario de Mallorca y Última Hora presentaban al matrimonio, ficción que Iago Negueruela (PSIB) y Lluís Apesteguia (Més) no han dejado de aventar, también convenía de algún modo a Vox porque de este modo disimulaba ante sus electores las disensiones internas y los magros frutos políticos obtenidos de los 110 acuerdos. Al único que no beneficiaba esta imagen caricaturesca era al PP que, paradójicamente, era la única formación que sí capitalizaba el pacto con los de Idoia Ribas y Manuela Cañadas, aunque sólo fuera en términos meramente clientelares (colonización de las administraciones, pago de carreras profesionales, pluses a plazas de difícil cobertura, educación de cero a tres años, transporte gratuito a los estudiantes de bachillerato, comisiones de servicios humanitarias en educación, más psicólogos y profesores…) ya que, aparte de gastar a espuertas en personal y gasto corriente, poco más ha podido hacer con una administración balear que Armengol convirtió en una máquina de impedir y que este flojo «gobierno en solitario», con tantas mochilas a la espalda y no menos hipotecas a pagar, se ha mostrado absolutamente incapaz de revertir.
Como decía, casi todas las propuestas genuinas de Vox que se incluyeron en los 110 puntos del acuerdo inicial han sido bloqueadas de una y otra forma por el Govern de Prohens. Primero, aventándolas a la opinión pública con el ánimo de problematizarlas (como la Oficina de la Libertad Lingüística o la «segregación» lingüística que no es ninguna segregación, ni siquiera jurídica, por mucho que a la socialista Amanda Fernández no se le caiga de los labios) y luego, pasado el ruido mediático, dejarlas en un cajón para que durmieran el sueño de los justos. Otras, como el plan piloto de elección de lengua a propuesta de Vox, se ha quedado en agua de borrajas puesto que, como era previsible, ningún centro de la red pública lo ha comprado. El éxito de Vox de eliminar las subvenciones nominativas a la patronal y a los sindicatos, un éxito en el haber de Idoia Ribas en la negociación de los presupuestos de 2024, ha sido cortocircuitado por Catalina Cirer que les ha devuelto estas subvenciones como ayudas de Igualdad. Y así con todo.
Los únicos éxitos de Vox como socio preferente del Govern de Prohens ha sido permitir que los menores vayan a los toros y unas bajadas de impuestos, eso sí, superiores, como en el impuesto de patrimonio, a lo que en principio había propuesto el PP. Entretanto, Vox y el PP se felicitaban en público de que un alto porcentaje de los 110 acuerdos sellados entre ambos ya se habían cumplido. Era una comedia para vender a sus propios votantes una gestión que se ha desvelado pobrísima e inoperante en este primer año y medio de gobierno. Una ejecutoria que, desgraciadamente, socava el tópico de la «buena gestión» que hasta ahora adornaba a los gobiernos del Partido Popular frente al despilfarro, inutilidad e ineficacia más que demostradas de la izquierda.
Globalismo frente a patriotismo. Nada que pactar
Más allá de los reproches mutuos sobre quién tiene la culpa de la ruptura de las relaciones, si algo ha revelado este primer año y medio de legislatura ha sido la distancia infinita desde un punto de vista ideológico que existe entre PP y Vox. Cualquiera que haya seguido las sesiones parlamentarias ha podido comprobarlo. ¿Qué tiene que ver el discurso valiente de Idoia Ribas en cuestiones de vivienda, de agricultura o de lengua con los lugares comunes del PP balear? ¿Qué tiene que ver el discurso de Sergio Rodríguez con el que tiene el PP en memoria histórica o en políticas de igualdad? ¿Qué tiene que ver el discurso de Patricia de las Heras con el que tiene el PP en materia de ordenación territorial? Nada. Estas notables divergencias demuestran que la distancia ideológica entre PP y Vox es tan grande como la que pueda haber a nivel nacional entre Alberto Núñez Feijóo y Santiago Abascal. La trinchera doctrinal, más que estrecharse a consecuencia de los pactos, se ha ensanchado.
Pese a quien pese, sobre todo a la pepesfera que se las prometía muy felices creyendo que podría domesticar a Vox y convertirlo en un siervo dócil a las órdenes del PP, la realidad ha puesto de manifiesto que, ideológicamente, PP y PSOE son formaciones mucho más cercanas entre sí de lo que puedan serlo PP y Vox. A los dos, PP y Vox, les une su rechazo a la izquierda pero por motivos muy diferentes.
Vox quiere combatir a la izquierda doctrinalmente, ofreciendo una cosmovisión de la sociedad y del ser humano diametralmente opuesta a la que ofrece la izquierda con todos sus «avances», unos «avances» con los que también está de acuerdo el PP: Agenda 2030, ideología de género, puertas abiertas a la inmigración, política lingüística, el extremeñu, el habla andaluza, inclusivismo educativo, el cambio climático, el papel de España en la Unión Europea, adelgazamiento de la administración paralela (IB-Dona, IB3, SOIB, CES…) o el Estado de las autonomías.
Por el contrario, el PP combate a la izquierda porque rivaliza con ella para la ocupación física del poder sin que apenas pueda exhibir ninguna diferencia de tipo ideológico más que una vaporosa «buena gestión» y algunas bajadas de impuestos. Mismos objetivos ideológicos, intereses contrapuestos.