crítica

‘Don Pasquale’ en el Teatro Principal de Palma: una apuesta ‘melancómica’ algo desfigurada

Fue una lástima que Francesco Maestrini no entablase el diálogo loco entre cine negro y la edad de oro de la comedia

Don Pasquale
Un momento de la ópera 'Don Pasquale', representada en el Teatro Principal de Palma.

Por fin ha llegado Don Pasquale a la Temporada de Ópera del Principal de Palma, una de las comedias de situación más gamberras llevadas a la ópera en los últimos 200 años. Nos alegramos por ello, a pesar de la tardanza. Casi cuatro décadas. Y no una producción cualquiera: hablamos de la versión del Teatro Regio di Parma, en la que se abandona el ambiente aburguesado y decadente de la ciudad de Roma a finales del XIX, para ir a echar raíces en Little Italy, Nueva York años 30-40.

Un inciso porque viene a cuento o no. Cenando en un ristorante de Little Italy, allá por los 90, vi la llegada de una gigantesca limusina de la que descendían hermosas jóvenes, rodeando a un anciano trajeado y con puro, probablemente un capo. Creo que sí viene a cuento porque de eso va esta versión de Don Pasquale.

Ésta es una de esas ocasiones en las que observar los aplausos al finalizar la función, además de leer algunos textos del programa de mano, resulta de lo más aconsejable para entender cuanto ha sucedido y cómo ha sido recibido.

De entrada, el público acogió con gran entusiasmo el saludo de la soprano italiana Veronica Granatiero (Norina) y del barítono serbio Milan Perisic (Malatesta), siendo menos ruidosa, aunque igualmente agradecida, la salida del barítono Pablo Ruiz (Don Pasquale) y también del tenor Juan de Dios Mateos (Ernesto). Es un hecho incontestable, aunque alejado de la realidad puesto que el cuarteto protagonista nos regaló exquisitas intervenciones, si bien distorsionadas en relación al libreto por una adaptación poco acertada.

Me voy a permitir equiparar este despropósito con la versión de Carmen firmada por Calixto Bieito, vista en Palma justo antes del confinamiento el 14 de marzo, debido al Covid 19. Aquello fue una descomunal payasada.

Aquí no tiene culpa alguna el director musical, Roberto Rizzi-Brignoli, que se ajustó debidamente a su cometido, aunque dándonos la clave del suceso: la apuesta de un montaje que definió como «melancómico». En definitiva, una conjugación de la melancolía y la comicidad en la misma frase.

Por el contrario, el director de escena, Francesco Maestrini, erró en la dirección de los intérpretes-actores-cantantes y no tanto en su trabajo de cantantes de ópera –maravillosos los cuatro- como en su caracterización, dada su apuesta en firme por el cine negro, olvidándose en cambio de cómo maridarla con esos más que evidentes guiños a la comedia-drama americana de los 30-40, que es el período mayúsculo en la historia del cine. Porque de esto iba. El texto de Maestrini en el programa de mano se olvidaba de esto último.

El otro texto es el que firma la musicóloga Bàrbara Duran, ciñéndose con estricta pulcritud a las principales claves del trabajo de Giacomo Donizetti, desde el punto de vista musical e incluso argumental y en esto último dice que estamos ante «una ópera esencialista que se apoya exclusivamente en la acción y la interpretación de los personajes». Añadiendo, acto seguido: «La maestría de Donizetti es el uso del material musical que asigna a cada uno de los personajes». Ya apunté en la previa que el también musicólogo Kurt Pahlen, subraya «la maestría musical del compositor, alcanzada finalmente en esta partitura». Lo que viene a constatar Bàrbara Duran, refiriéndose al «virtuosismo vocal y la estructuración de las escenas».

El problema –entiendo yo- de Maestrini es el subrayado del cine negro, casi absoluto, mientras obvia la específica caracterización de los personajes, que  en realidad nos lleva como público hacia caminos divergentes. Veamos.

Don Pasquale, en efecto, es un capo. En cambio, Malatesta en realidad es la encarnación de Groucho Marx, incluyendo como guardia de corps a Chico y Harpo, los tres en cierto modo parafraseando Una noche en la ópera de Sam Wood (1935). Norina, en cambio, mucho tiene de Gilda de Charles Vidor (1946), sólo que ella le da el bofetón a Don Pasquale, en lugar de ir a recibirlo de manos de Glenn Ford. Por último, Ernesto, el más desdibujado de los cuatro, aunque en cierto modo bebe en las fuentes de Caballero sin espada de Frank Capra (1939), recordando al desvalido Jeffereson Smith.

Habrán notado, imagino, que sigo hablando del cine de los años 30-40 que al parecer se convierte en el auténtico leitmotiv de esta adaptación.

Curiosamente –así vuelvo a entenderlo- el público al finalizar la función le dio reconocimiento a la edad de oro de la comedia del cine americano. Sin saberlo, probablemente. De ahí los afectuosos y continuados aplausos a la soprano italiana y al barítono serbio. Una lástima que Francesco Maestrini no entablase por un casual el diálogo loco, pero muy loco, entre cine negro y la edad de oro de la comedia. Aun así, mereció la pena acariciar la visión que tenía Giacomo Donizetti, en 1843, de la comedia de situación.

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