CRÍTICA

La batuta de Weilerstein hace vibrar a la Orquestra Simfònica

El concierto dirigido por el neoyorkino fue el broche perfecto para cerrar la temporada de abono

Weilerstein Orquestra Simfònica
El director de orquesta neoyorkino Joshua Weilerstein.

Maravilloso es el calificativo para describir cada instante en la velada de clausura de la temporada de abono 2023-2024 de la Orquestra Simfònica de Balears. Además, el 9 de mayo encarnaba el reencuentro de complicidades pasadas, lo digo porque no era la primera vez que Joshua Weilerstein subía a la tarima para dirigir a la OSIB. Había ocurrido previamente, la noche del 6 de agosto de 2021, en plena postpandemia. El escenario imponía carácter, siendo el claustro de Sant Domingo, durante el 60 Festival Internacional de Música Clásica de Pollença, cuya programación era toda ella exquisita.

Aquel 6 de agosto la OSIB ejercía de orquesta residente del Festival, como debe ser liberada de jerarquías de la casa madre, debiéndose a sí misma y a la personalidad del solista y el director invitado. El programa contemplaba en la primera parte el Concierto para violonchelo nº 1 de Saint-Saëns, que fue magistralmente recreado por el joven francés Edgar Moreau, el mismo que en noviembre de 2015 interpretase en Les Invalides la zarabanda de la Suite Orquestal nº 2 de J. S. Bach, homenaje a las víctimas del atentado yihadista ocurrido el 13 de aquel mismo mes en París. Lo comprendimos en Pollença, al presenciar a un solista arrebatado por la inspiración.

La segunda parte, en cambio, iba a descubrirnos a un joven neoyorquino de quien la crítica siempre ha destacado «su naturalidad expresiva». En efecto. Después de escuchar la Sinfonía nº 1 de Brahms, dejé por escrito ver a la orquesta que «galopaba debidamente embridada» por un director –Joshua Weilerstein- que «nos enamora por su precisión emocional» y el hecho de «irradiar autoridad en sus gestos y el dominio pleno de sus pretensiones».

Verle casi tres años después en la sala magna del Auditórium me despertó idénticas sensaciones. Puedo imaginarme, asimismo, esas tensiones que se apoderaban de su estado de ánimo al ser protagonista en los dos escenarios irrepetibles de Mallorca. La noche del 9 de mayo se prestaba a identificar las fuertes emociones entre el público a medida que iban evolucionando la Sinfonía nº 36 de Mozart y las Danzas Sinfónicas de Rachmaninov.   

Una orquesta completamente entregada, disfrutando de cada instante, y un director inspirado, cuya batuta hacía vibrar a la OSIB. También basilar, así como lo digo, observando cómo los violines –fundamentalmente- dejaban a un lado los formalismos, para entregarse a sentir cada nota, a través de su cuerpo entero como bien se pudo comprobar sin ir más lejos en el segundo movimiento (Tempo di Valse) de las Danzas sinfónicas

La noche de mayo me regresó inmediatamente a la noche de agosto. ¡Qué inmenso placer! Era el broche perfecto para cerrar la temporada de abono.

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