‘Galgos’: la única serie española que sabe retratar la clase alta
Ya se ha estrenado la que venden como la Succession cañí. No es para tanto pero lo cierto es que Galgos es la única serie española que sabe retratar la clase alta. Una producción de lujo para Movistar + , muy bien ejecutada, dirigida e interpretada que versa sobre los entresijos de poder de una familia gallega muy adinerada. Clásica construcción de la tragedia griega pero que podía haber caído en el lenguaje de la telenovela más rancia y sin embargo apuesta por el realismo, la introspección y la creación de personajes interesantes. El elenco, encabezado por una maravillosa Adriana Ozores, pone toda la carne en el asador para una historia que reflexiona sobre la incapacidad para aceptar el futuro.
Los problemas de los ricos
Élite, Los Farad, Un cuento perfecto, Los favoritos de Midas o Gran Reserva son ejemplos de series patrias que han intentado retratar la alta sociedad española pero sin éxito. ¿Por qué? Porque no se ha hecho nunca un ejercicio de investigación real. Se tiende a representar a los ricos como personas, o muy pijas que hablan con una patata en la boca, o como ambiciosos sin medida que hacen la vida imposible a los pobres o como personajes que se manchan las manos para cometer sus fechorías sin entender, que en esas alturas, los ricos mandan y otros ejecutan. Por eso Succession es lo buena que es, porque crea personajes no estereotipados pero que son ricos de cuna, que creen que son buenas personas porque no conocen otra forma de ser. Hay algo íntimo y veraz en la serie de Jesse Armstrong, lo mismo que se puede intuir en la nueva apuesta de Movistar+, Galgos.
Se trata de un drama empresarial y familiar que tiene como protagonista a la familia Somarriba y al Grupo Galgo, un gigante alimenticio que ha visto crecer a tres de sus generaciones. La crisis del sector, avivada por la corrupción interna, la presión de las marcas blancas, la amenaza de nuevas normativas que buscan una alimentación más sana y el posible cierre de la fábrica más antigua del grupo provocan una serie de sucesos en cadena que harán temblar los pilares de la familia Somarriba.
Lo mejor: la realización, el casting y la dirección de arte
Para retratar a la alta sociedad no es necesario un despliegue de producción. El lujo, en realidad, está en los detalles. Por eso es interesante que en Galgos (como hacían en Succession) se abuse de los planos cortos más de los abiertos. La clase se esconde en los gestos de los actores, en esa forma de actuar en la que se nota que han mamado el privilegio desde siempre. Eso también se intuye en una dirección de arte soberbia. Todo en Galgos es lujoso pero antiguo, de madera oscura y picaportes dorados. Se observa la decrepitud del éxito y esa enfermiza necesidad de mantener el pasado tal y como era.
Todo el universo de la serie es creíble, desde esos despachos que otrora podían haber sido imponentes, a unos diálogos muy bien construidos, sin obviedades pero, sobre todo, mejorados por unos actores en estado de gracia. Una ya mencionada Ozores está secundada de manera impecable por el actor argentino Oscar Martínez (ganador de un Goya por El ciudadano ilustre), Marcel Borràs, Patricia López Arnaiz (ganadora de un Goya por Ane), María Pedraza, Jorge Usón, Francesco Carril, Luis Bermejo (nominado al Goya por Magical Girl) y Daniela Estay. Pero si ellos brillan es porque trabajan bajo la exquisita batuta de Félix Viscarret y Nelly Reguera como directores.
Lo peor: el ritmo y la falta de riesgo
Hay, en el piloto de Succesion, una escena que ya es historia de la televisión.En ella Roman Roy (Kieran Culkin) le ofrece a un niño latino-hijo de unos trabajadores domésticos de la familia- , un millón de dólares si completa un home run. Es una de las escenas más crueles y tensas que se han visto jamás. Un ejemplo de lo que era la serie y sus pretensiones. Todo un riesgo narrativo que es justo lo que le falta a Galgos. El guion de la serie de Movistar + ( escrito por Clara Roquet, Francisco Kosterlitz, Pablo Remón y Lucía Carballal) parte del hiperrealismo pero se echa de menos más polémica, más ruptura. Y es que, al final, el problema de Galgos es que termina siendo poco interesante. Es un producto impecable y muy digno pero le falta ritmo, poder y, sobre todo, ironía.