Yolanda: su única opción es confrontar
El mirlo blanco de la izquierda radical, una mujer que llegó del noroeste sin más bagaje profesional que haber ejercido unos pocos años de abogada laboralista y su militancia en el Partido Comunista, destapa como realmente lo que es: una comunista, con el libro rojo aprendido de carrerilla. Lo podremos endulzar, si se quiere, con una vocecita suave y melosa; yo acostumbro a juzgar por los hechos, no por poses.
Su decidida voluntad de utilizar a los sindicatos –ella, su movimiento, el Gobierno y las organizaciones sindicales son la misma cosa, hoy con los mismos intereses y objetivos- para apuntalar su non natus partido político, refleja bien a las claras que no es la persona sensata, razonable y moderada que nos llevan tiempo tratando de pintar.
Es muy difícil encontrar a una ministra (o) en algún Gobierno de Europa que utilice su cargo para excitar las bajas pasiones en lugar de preconizar lugares de consenso en temas fundamentales. Es muy difícil encontrar un responsable gubernamental que se erija en juez y parte y, por ende, demonice a los empresarios y emprendedores que son los que crean riqueza, bienestar y futuro. Todo esto ha puesto al descubierto algo que parece obvio y que me repetía días pasados una dirigente sindical que lo fue durante muchos años; “A mí, subraya, esta señora siempre me pareció un bluff…”. No es la única que así piensa.
La tal Díaz repite allá donde la invitan esto para desacreditar a sus adversarios (incluidos los internos): “No da la talla, España le queda muy grande…”. Lo ha dicho de Feijóo, que ganó cuatro mayorías absolutas en la tierra de ambos cuando ella apenas cosechó un puñado de votos. Pero lo dice también del presidente de la patronal, Antonio Garamendi, el mismo al que hacía carantoñas hasta no hace muchos meses.
Yolanda es una mujer avispada que ha dejado en las cunetas galaicas varadas a mucha gente, según me cuentan desde Vigo. Quizá debajo de ese manto caricaturesco con el que la presentan las redes se esconda una mujer mucho más peligrosa de lo que podría parecer.
Hacer como ha hecho, tratar de revitalizar un proyecto que nace capao, anatemizando a los empresarios (la mayor parte han aportado a España mucho más que ella) es una pésima tarjeta de presentación. Quizá Pablo Iglesias lleve razón cuando se refiere en privado a la muchacha que repescó en Galicia.
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