Vosotros a Guernica y yo a Rabat
Creo que no queda nadie sin opinar sobre la desafortunada referencia de Zelenski al bombardeo de Guernica y el posterior, y también desafortunado, comentario de Abascal. Ya no apetece mucho, pero en esta columna todavía nos cabe una acotación al tema.
Aunque no sea el método del modelo educativo que estamos estrenando, recordemos primero el hecho histórico e intentemos después entender las referencias. Y lo primero fue el bombardeo: un lamentable suceso en el marco de una lamentable guerra en la que se enfrentaban españoles contra españoles, siendo estos, unos y otros, los primeros y principales culpables, tanto de los actos de guerra como de las represiones. Aunque los ejecutaran la aviación alemana e italiana (la republicana se componía de aparatos, pilotos y mandos rusos), los bombardeos no eran efecto del impulso exterminador de un invasor.
Guernica ya forma parte de la iconografía de la leyenda negra española, que, iniciada por los ingleses y flamencos, se ha hecho universal e intemporal. En esa ocasión fue el corresponsal George Steer, al que The Times despidió después por su parcialidad y poca fiabilidad, quien extendió el relato criminal de las actuaciones de la aviación alemana en el Frente del Norte, que, sin embargo, respondían a la estrategia aprobada y encargada por Franco a Von Sperrle, primer comandante de la Legión Cóndor, y que coordinó el general Kindelán con Von Richthofen en operaciones que “se llevarán a cabo sin tener en cuenta sus efectos sobre la población civil”.
Entonces, ¿por qué Zelenski hace esa referencia? Pues porque la historiografía inglesa aceptó esa agravada versión de la responsabilidad nazi y porque la propaganda comunista la conformó como una utilísima arma; no olvidemos la capacidad de agitación y desinformación del criminal régimen soviético, que en esos años estaba provocando la muerte por hambre y frío de millones de ucranianos. Los comunistas nunca han dicho la verdad, ni entonces ni ahora, y Zelenski, y el resto de zelenskis, no deberían aceptar sus versiones de la historia, como no la aceptan para contarnos el conflicto actual.
El bombardeo de Guernica, como los de Durango o Elorrio, no fue una invasión extranjera, ni un genocidio; fue un cruel, y seguramente inútil, acto de Guerra, pero lejísimos queda, en víctimas y daños materiales, del Blitz alemán sobre Londres o de los bombardeos estratégicos ingleses sobre las ciudades alemanas. Respecto a éstos últimos, los mariscales del aire Portal y Harris, responsables del Mando de Bombarderos, consiguieron la autorización de Churchill para mantener los raids nocturnos zonales a pesar de su reducidísima efectividad (conocían el informe Butt que demostró que solo el 5% alcanzaba los objetivos), concluyendo que el daño a la población civil era una efectiva manera de castigar al Reich alemán. ¿100, 200 muertos en Guernica? Uno solo sería un crimen inútil, pero recordemos con Beavor que ya el primer bombardeo de alfombra en marzo de 1942 destruyó completamente la ciudad de Lubeck o que para arrasar ciudades como Colonia o Dresde se utilizaron más de mil aviones causando decenas de miles de muertos.
Seguimos cronológicamente el análisis: Guernica, Ucrania y Zelenski… y, como no, Abascal. Y es que para dar la razón a esos periodistas de El Mundo cuyo apellido empieza por “E”, que los tienen por peligrosos antisistema, estos chicos de Vox, siempre soberbios y excesivos, saltan, como decían antes los comentaristas de ciclismo, a por las motos de televisión. Paracuellos tampoco fue el crimen de un invasor extranjero, sino una operación de exterminio ideológico y religioso, como las demás que se hicieron los rojos y azules entre sí; y además Santiago, alma de cántaro, corrigiendo la comparación de Zelenski estás minorizando la gravedad del bombardeo de Guernica y facilitando tu encasillamiento con el fascismo antidemocrático.
De todas formas, ésta, como casi todas las polémicas, a quien aprovecha es siempre al mismo. Bien sabe el presidente Sánchez que cualquier cortina sirve para intentar tapar un convoluto, y sirve cualquier noticia de la semana para robar el plano a la indigna visita a Rabat.
Pedro Sánchez es un ególatra ignorante, incapaz de actuar o abordar cualquier tema sin priorizar su propio beneficio, pero su ministro Albares debiera haberle explicado un par de cosas antes de dar un giro copernicano a nuestra posición sobre el Sáhara. En primer lugar, adoptar sin un respaldo amplio una nueva postura (además de ser un acto poco democrático) condiciona maliciosamente a nuestro país, ya que, cuando en el futuro alguien intente legítimamente cambiarla, el agravio que fingirá Marruecos será todavía mayor, y tendrá una razón que hasta ahora no tenía, porque España estará entonces revocando el indignante apoyo que Sánchez le está ofreciendo ahora.
Y también hacerle entender que la política exterior de los países es de Estado y se traza a muy largo plazo. Apenas cambia con la alternancia de partidos porque la confianza, que tarda años en consolidarse, puede perderse con un gesto o con una decisión puntual (v.g.: Rodríguez Zapatero). Marruecos, que es aliado prioritario de los EEUU (el sultán Mohamed III reconoció la independencia americana en 1777), no será nunca amigo de España; nunca olvidará su histórico resentimiento y las reivindicaciones geográficas, y siempre será el vecino coñazo con el que no tenemos más remedio que llevarnos bien, para venderle muchas cositas y para gestionar de la mejor forma posible los asuntos de interés mutuo.
Y todo eso sin entrar en que el desprecio absoluto que le producen a Mohamed VI los políticos cuyo poder está sometido a la decisión de los ciudadanos (súbditos para él), se agrava cuando esos políticos son débiles y se pliegan dócilmente a sus chantajes mafiosos.