¡Viva la España reaccionaria!

Pedro Sánchez amnistía

Esta semana se cumplió el centenario del célebre putsch de Münich, el fallido golpe de Estado con el que Hitler quiso asaltar el poder en Alemania y acabar con la democracia de Weimar mediante la rebelión y sedición del estado de Baviera, punta de lanza de su desquiciado proyecto personal y político. Dicha rebelión, perpetrada en una conocida cervecería muniquesa, buscaba alterar el orden establecido de la República germana a través de un nuevo sistema basado en la aquiescencia y el culto al líder mesiánico, el Führer, que desde entonces hizo y deshizo a su antojo. Conocemos cómo terminó la historia, que ante el paso del tiempo permanece pétrea y firme frente a las perversiones del socialismo militante y las leyes educativas del progresismo.

Por aquellos tiempos, Hitler justificaba también sus acciones en los apoyos parlamentarios y sociales que recibió. Es costumbre en todo diktat socialista atribuirse mayorías que no les competen y alterar la realidad para que parezca que ésta reafirma lo que sus atribulados valores consideran necesario. Que los muyahidines del PSOE equiparen al unísono el respaldo legislativo a un permiso sin condiciones para hacer de la democracia un cortijo autocrático de intereses es la excusa perfecta para un totalitarismo imparable. Cuando ya no quede institución libre y empiece la represión, se iniciará el exilio social y económico. Entonces, sólo quedarán la mediocre y cobarde élite que calla por interés y los palmeros mediáticos que niegan la mayor. Pero llegará la hora en que ellos también rendirán cuentas al régimen.

El socialismo siempre tuvo un problema con la verdad, que considera un obstáculo hacia el poder, derivando en patología lo que podría haberse quedado en un desvío político coyuntural. La democracia sensitiva o sentimental es propicia para el trolero trilero, atributos que en Sánchez se convierten en rasgos prototípicos que lo asemejan a otros sátrapas del siglo pasado y presente. Cuando no te importa mentir, trocear la libertad, vender la democracia y señalar al que piensa diferente como antidemócrata por denunciarlo, nada te separa de cualquier tirano que nuestra memoria alcance a recordar.

Del mismo modo que Hitler, Hugo Chávez llegó al poder en Venezuela prometiendo su salida antes de tomar posesión, jurando cumplir la Constitución (no dijo cuál, porque luego creó la suya) mientras fue interviniendo los poderes del Estado hasta que no quedó ningún contrapeso que pudiera frenar su caudillismo imperante. El kirchnerismo en Argentina siguió idéntico proceso de depauperación de las masas y asalto de las instituciones. No hay nada más parecido a un autócrata que otro, que siempre admira en quienes le precedieron virtudes que ni la moral prevé ni la justicia admite.

En el dislate jurídico y político perpetrado por Moncloa y Ferraz, el socialismo mesiánico ha considerado que la calle, esa que creía controlar con propaganda de hierro y subvención permanente, no se rebelaría como está haciendo. Desde que estalló la sublevación ante la indecencia impuesta, temen salir de sus nidos los guardianes de la secta, que desde 2004 iniciaron un proceso de deconstrucción nacional y balcanización política y territorial que llega hasta nuestros días. Y su respuesta es tachar de reaccionario lo que desconocen y no dominan. En su ignorancia creciente, insultan, menosprecian y etiquetan a la España digna y valiente que, desde la transversalidad ideológica, se resiste a que la democracia sea vendida a unos sediciosos convencidos de repetir ignominia. Claro que hay una España reaccionaria, la que con valentía se reúne para gritarle al autócrata los límites que ya ha traspasado. Una España que reacciona al golpe de Estado dando un golpe en la mesa. Y, en efecto, tanta democracia es demasiado para la izquierda.

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