¡A las urnas, que ya es hora!

Lo que tiene vivir en una burbuja, separado del mundo real y pertrechado entre el Falcon y La Moncloa, es que quien se encuentra en esa situación pierde la perspectiva y confunde deseos con realidad.
Y eso es justamente lo que le ha ocurrido al inquilino de La Moncloa, el nunca suficientemente ponderado caudillo Sánchez, cuando en un ataque de ira decidió convocar elecciones el 23 de julio para castigar a todos los españoles que no le hemos votado.
Pero la soberbia propia de un tipo que detenta una personalidad narcisista y maquiavélica le va a jugar una mala pasada a Pedro Sánchez. Él ha querido castigarnos, pero el castigo se lo va a llevar su partido y, por derivada, él mismo. Aunque el hecho de que los ciudadanos aprovechemos la oportunidad de castigar al PSOE por segunda vez y en dos meses es algo que al caudillo le importa un rábano, no en vano su partido se enteró de la convocatoria a la vez que el resto de españoles. Aún más: yo creo que también quiere castigar a sus compañeros por no haber conseguido engañar a millones de españoles para que fuéramos a la urna a votarle a él, el más listo, el más guapo, el más líder, el que mejor habla inglés, el ser único que merece un trato especial y un estatus superior. El más de lo más.
Al caudillo le importa un bledo que sus compañeros de partido no hayan tenido tiempo para lamerse las heridas y recomponer la figura antes de ir a un nuevo proceso electoral. Si algo ha demostrado Sánchez a lo largo de su vida es que él va a lo suyo, que sólo se mueve en función de sus propios intereses. Toma decisiones pensando únicamente en él, y lo que a los demás –incluso a los más cercanos- les pueda ocurrir es algo que ni le va ni le viene. Vamos, que como carece de empatía –psicopatía- y sólo se mueve en función de su interés personal- maquiavelismo- ha tomado la decisión que cree que le resulta más rentable: lanzar un órdago y parapetarse tras «la jugada» que sus voceros y correligionarios pagados calificarían como propia de un genio.
Pero, como decía al principio de este artículo, la jugada le va a salir rematadamente mal. Es verdad que existe una especie de fascinación hacia todo aquel que vive en la Moncloa que anima al personal a tratar de analizar cada decisión que toman sus inquilinos como si estuviéramos ante actos reflexivos, complejos, con varias derivadas… Acuérdense que de Zapatero y todas sus incomprensibles decisiones se decía que «es que tiene baraka…», «es que tiene talante…». De Rajoy y sus incomprensibles ausencias de toma de decisión se decía aquello de «tiene sus tiempos…». Con Sánchez se han pasado los años señalando –a diestra y siniestra, y ante cualquier posible traspaso de límites- que «no lo hará…» para descubrir a continuación que sí lo hacía. Y entonces, como ya habían argumentado a favor de él, en vez de corregir la opinión respecto al personaje, pues comenzaban a analizar los pros y los contras, la posibilidad –seguridad- de que tras su decisión tuviera un as escondido en la manga, la idea de que iba a conseguir «engañarnos otra vez…».
Así que tras el anuncio de la convocatoria de elecciones para uno de los días más calurosos del año que realizó sin reunir al Consejo de Ministros, saltándose la Constitución (Art. 115: «El Presidente del Gobierno, previa deliberación del Consejo de Ministros, y bajo su exclusiva responsabilidad, podrá proponer la disolución del Congreso, del Senado o de las Cortes Generales, que será decretada por el Rey. El decreto de disolución fijará la fecha de elecciones») los voceros de la prensa pública y concertada han comenzado a buscar argumentos para alabar la «genialidad» del amado líder. Todo por no aceptar que ése, al que alaban, es un piernas que se ha lanzado a la piscina preso de ira y de rencor hacia quienes no le hemos votado y hacia su propio partido, por no haber estado a la altura de ese ser superior que tienen la suerte de que les dirija. «Me he sacrificado por vosotros….», les dijo a sus ovejas del Grupo Parlamentario que balaban de gusto mientras las llevaba al matadero.
En fin, que el día 23 de julio pintan bastos para el PSOE y para Sánchez. No hay ola de calor que pueda detener el tsunami de indignación y de rechazo contra este impostor y contra su partido por el daño que nos han hecho a los españoles y que recorre España de norte a sur, de este a oeste. El impostor nos ha echado un órdago y nosotros, la inmensa mayoría de españoles, no nos vamos a arrugar ni nos vamos a dejar engañar. O sea, contra el órdago del ventajista, la respuesta de los ciudadanos ha de ser: «¡Quiero!». Sabemos que nos quiere engañar, que quiere que desistamos, que nos quedemos en casa, que digamos «paso», como si estuviéramos jugando al mus y tuviéramos una mala jugada…
Pero ya hemos aprendido a castigar sus mentiras y cada vez que ha dado la palabra a los españoles le hemos propinado un soberano tortazo. Él sólo gana en los despachos, y a veces, ni siquiera; no hay más que recordar su humillante rueda de prensa en el parking de la Casa Blanca… Sabemos que no tiene cartas, que las nuestras son más y son mejores que las que él pueda sumar con toda su tropa de enemigos de España que estarían encantados con seguir pagándole el Falcon y La Moncloa mientras trabajan para romper la Nación de ciudadanos libres e iguales que es España. Nuestras cartas son el voto y se las vamos a enseñar ejerciéndolo de forma masiva, lo vamos a ejercer para mandarlo a casa cuanto antes.