Trump: ¿loco o loco como un zorro?

Los que tenemos nuestros ahorrillos invertidos en la Bolsa nos hemos ciscado a modo y manera en Donald Trump y toda su parentela tras el cataclismo sufrido por los mercados financieros mundiales, que han contemplado impotentes cómo en apenas 72 horas se evaporaban 6,5 billones de euros por culpa de la guerra comercial desatada desde el Despacho Oval. Para hacernos idea de la magnitud del desastre basta recordar que esta cifra es cuatro veces el Producto Interior Bruto (PIB) anual del Reino de España.
Tan cierto es que existía una desigualdad arancelaria entre los Estados Unidos y buena parte de sus principales socios comerciales como que sólo un irresponsable nivel dios es capaz de hundir no sólo las Bolsas de todo el mundo sino también la suya propia por una decisión más propia de un niño caprichoso que de un jefe del mundo libre al que se supone un temple mayor que el del común de los mortales. Resulta imprescindible ponerle los puntos sobre las íes al ahora enemigo de sus aliados: el desequilibrio arancelario es bastante más leve de lo que él dibuja echando mano de esas medias verdades que constituyen las peores de las mentiras.
La gran duda que albergamos es si va a muerte con los aranceles o se ha limitado a implementar sus tácticas empresariales bravuconas, perfectamente retratadas en su por otra parte interesantísimo libro The Art of Deal —El arte de la Negociación— que tuve la oportunidad de leer cuando era un chaval, a finales de los 80. En esa obra, a caballo entre el género de memorias y el de autoayuda empresarial, explica cómo acostumbra a hacer negocios: «Hay que poner a la contraparte contra la pared y luego darle un poco de aire para que llegue donde inicialmente tú querías que estuviera». Uno de los primeros mandamientos del Método Trump.
Sólo un irresponsable es capaz de hundir no sólo las Bolsas de todo el mundo sino también la suya propia por una decisión muy arriesgada
Dios quiera que lo que está implementando Trump sea ese «saca ventaja con la amenaza para que acepten lo que tú quieres» que, como digo, figura con letras de oro en el Método que escribió a pachas con Tony Schwartz hace 38 años. Tal vez quiere que se llegue a un punto intermedio en ese brutal desequilibrio comercial que los Estados Unidos sufren ante la Unión Europea —248.000 millones de dólares— y ante China —295.000 millones—. A lo mejor simplemente busca sentarse en la mesa para revertir parcialmente ese déficit comercial global de 1,2 billones de euros anuales que empezó a dispararse en los años 80, entre otras cosas por la deslocalización de las grandes compañías estadounidenses, que optaron por producir en países donde la mano de obra era más barata. Esta hoja de ruta que concluiría con una reducción de la balanza comercial negativa que padecen los EEUU nos abocaría a una tormenta pasajera pero no al diluvio universal. Y aquí paz y después gloria. Sería un mero movimiento táctico que los yanquis en general y en particular los rednecks o white trash que votaron cuasiunánimemente a Trump aplaudirían a rabiar.
Espero que estos últimos deseos acaben identificándose con la realidad porque, si optamos por el primer escenario, cabe colegir que estaríamos a un cuarto de hora como quien dice de un crash como el del 29 de octubre de 1929, nada que ver con la época de bonanza de la que disfrutábamos 24 horas antes de ese desvergonzadamente llamado Día de la Liberación —este término se emplea para definir la victoria sobre los nazis, en Países Bajos, por ejemplo, es la fiesta nacional—. Lo que puede estar por llegar acongoja. Hablamos de una inflación desbocada, escenario que nos hará mucho más pobres porque con el mismo dinero podremos comprar mucho menos, de una brutal ralentización del crecimiento económico, que inevitablemente nos situará en una recesión y no precisamente de poca monta, y consecuentemente de un paro desbocado. Más aranceles es sinónimo de precios más caros y los precios más caros siempre se traducen en una estanflación. El apocalipsis.
Como España no pinta prácticamente nada en el concierto mundial, como quiera que tanto Zapatero como luego Sánchez han dado la puntilla a esa relación trasatlántica con los Estados Unidos que con Aznar nos situó en la primera división, las consecuencias de este armagedón comercial no serán las mismas que las de otros socios comunitarios. Aquí nos restará entre tres y seis décimas de PIB, la mitad o la tercera parte del bocado que les pegará a otras grandes economías internacionales. El estacazo en Alemania, por ejemplo, que tiene en los Estados Unidos uno de los dos grandes mercados de su sector de automoción, puede degenerar en una crisis similar a la previa y posterior a la Segunda Guerra Mundial.
La UE debe reaccionar intentando llegar a ese mal acuerdo que es siempre mucho más conveniente que el mejor de los pleitos o las batallas
El marido de Melania ha olvidado que en inflación no están para tirar cohetes ni desde luego para dar lecciones a nadie. Gracias, entre otras cosas, al legado del inempeorable Joe Biden, la de los Estados Unidos se sitúa en estos momentos en el 2,8% interanual, sustancialmente por encima de la zona euro (2,2%) y de la de España (2,3%). Que nadie descarte que con la puñalada que el presidente del pelo panocha ha metido a los mercados mundiales regresemos a ese 10% de inflación que padecimos a consecuencia del Covid diseminado por la dictadura china. Que podemos estar regresando a ese 2020 lo certifica el hecho de que el de anteayer y el jueves son los mayores desplomes bursátiles desde marzo de aquel año en el que nuestra vida cambió para siempre.
Esta última hipótesis de trabajo constituiría una apuesta estratégica de imprevisibles consecuencias. Más que una jugada de ajedrez sería el incendio del imperio al más puro estilo Nerón. De hecho, hay gente del inner circle de la Casa Blanca que en privado confiesa que el último objetivo de esta guerra comercial es provocar un empobrecimiento planetario del que los Estados Unidos, la nación más rica del mundo y la mejor armada, saldría tremendamente fortalecida toda vez que su capacidad de empobrecimiento es menor que la del resto de las grandes economías y la de enriquecimiento exponencialmente mayor. Vamos, que el gap entre los americanos y las grandes potencias económicas mundiales se agigantaría. Una hoja de ruta que no termino de creerme pero que ni Goebbels habría sido capaz de idear. El tiempo, ese juez insobornable que da y quita razones, dirá.
A favor de esta última tesis juega el inquietante y no menos diabólico hecho de que el nuevo secretario del Tesoro, Scott Bessent, es uno de los anticristos que de la mano de George Soros provocaron el colapso de la libra esterlina en ese Miércoles Negro de 1992 que costó 3.000 millones de libras y la bancarrota al Banco de Inglaterra mientras ellos se embolsaban más de 1.000 millonazos de la época. Lo más alucinante de todo es que el especulador húngaro, el auténtico representante del diablo en la tierra con permiso de Jorge Bergoglio, era antes la gran bestia negra de Trump y ahora es su asesor por Scott Bessent interpuesto. Acojonante. Trump y Soros es un cóctel que ni Satanás hubiera firmado ni el más ingenioso guionista de series hubiera ideado.
Trump debería tener presente que esta guerra comercial puede acabar devorándolo, exactamente cuando afecte al bolsillo de sus compatriotas
¿Cómo ha de reaccionar la hasta ahora inútil y burrocrática Unión Europea? Pues primero intentando llegar a ese mal acuerdo que es siempre mucho más conveniente que el mejor de los pleitos o las batallas. Si no es así, tendrá que responder a Trump con sus mismas armas. No sólo con aranceles recíprocos sino también persiguiendo fiscal y regulatoriamente a las grandes compañías estadounidenses, empezando por esas tecnológicas la mayor parte de las cuales capitaliza más que el PIB del Reino de España. Hay quien habla, mismamente Emmanuel Macron, de capar en el universo cibernético europeo a las FAANG, el acrónimo de las big tech estadounidenses que dominan el mundo.
Pero, además, el Viejo Continente debe entonar un sincero a la par que profundo mea culpa. La Agenda Verde es un desiderátum que nos deja a los pies de los caballos frente a las otras dos grandes potencias planetarias. O todos hacemos los deberes ecológicos o no los hace ninguno. La abolición de las centrales nucleares, abanderada por ese otro desastre que fue para Europa la austericida Angela Merkel, no se le ocurre ni al que asó la manteca. Cuantas más hagamos menos dependeremos de los Estados Unidos o de la mafia que gobierna Rusia. Y tampoco estaría de más plantearnos si podemos competir con los Estados Unidos y China trabajando cada vez menos horas y menos eficientemente. Y que nadie, ni siquiera nuestro autócrata de La Moncloa, caiga en la tentación de echarse en manos de China que, al contrario que los Estados Unidos, la más sólida de las democracias, es una DICTADURA. Con mayúsculas y con todas las letras.
Soy de los que piensan que Trump ha hecho algunas cosas buenas. Sin ir más lejos, el fin de esa dictadura woke que dibujaba hasta 30 ó 40 géneros distintos, permitía a trans competir en torneos femeninos cargándose la igualdad de oportunidades que debe presidir el mundo del deporte, prostituía la historia cancelando entre otros al indiscutible Cristóbal Colón y banalizaba el totalitarismo comunista que campa a sus anchas por Centroamérica y Sudamérica. Pero por mero egoísmo debería tener bien presente que esta guerra comercial puede acabar devorándolo, exactamente cuando afecte a los bolsillos de sus 330 millones de compatriotas. Los aranceles son sistemáticamente un desastre no sólo para quien los recibe sino también para quien los impone. Y no estaría de más que repase las peripecias de su gran ídolo, su antecesor William McKinley, el gran abanderado del proteccionismo. El vigesimoquinto presidente estadounidense fomentó los aranceles durante su etapa como congresista. Ya en la Casa Blanca se dio cuenta de que los impuestos a la importación coartaban el comercio estadounidense y propuso jibarizarlos. Veinticuatro horas después de esta solemne declaración, fue asesinado.
Otro dato asusta tanto o más que los anteriores: el catálogo arancelario de Trump, recogido en la tablilla que mostró en el jardín de la Casa Blanca, es el más elevado desde los años 30 del siglo XX. Aquella guerra comercial agigantó y, por ende, alargó las consecuencias de la Gran Depresión provocada por el crash de Wall Street en 1929. Cuidado porque la historia es como una de esas series televisivas que se repiten cada 15, 30 ó 50 años. O como las modas. Ahora sólo queda por resolver la gran duda suscitada por esta bomba comercial: si Trump está loco, si es en resumidas cuentas un suicida, o como se dice en la jerga anglosajona, está loco como un zorro —crazy like a fox—, es decir, un tipo a caballo de lo locoide y lo genialoide que acabará logrando un punto de equilibrio tras sacudir la bola del planeta tierra. Me quedo con el susto que supone esta última opción porque la primera es la muerte. En cualquier caso, crucemos los dedos y encomendémonos al Altísimo. Falta nos va a hacer.
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