Trump frente al «dogma ‘woke’ de la corrección política»

Trump, cultura woke, Estados Unidos

Faltan menos de dos meses hasta el próximo 20 de enero, día en el que, como sucede cada cuatro años, el presidente electo de EEUU Donald Trump jurará su cargo para un segundo mandato. Lo singular del caso es que este mandato no será el inmediato siguiente al que juró en 2017, y que es sabido fue protagonizado por Joe Biden en 2021.

Tan singular es que sólo otro presidente ha vivido una experiencia similar, y fue a finales del siglo XIX. Pero no es este hecho el que genera una particular expectación acerca del inmediato relevo en la Casa Blanca. La situación internacional, con las guerras en Ucrania y en Oriente Próximo -que no parecían tener fecha de caducidad bajo la presidencia de Biden y con las que ambas comenzaron-, esperan un cambio importante por el relevo presidencial.

Pero no son sólo estas guerras -pese a su indudable gravedad unida al dolor de las pérdidas humanas -las que atraen el foco del interés Internacional. La sociedad Occidental a la que pertenecemos está sumida en un proyecto estratégico de auténtica ingeniería social desde hace tiempo, y cuyo objetivo prioritario es desarraigarla de sus raíces judeocristianas que la conformaron.

Tiene su plasmación en especial en la conocida como cultura woke, término que sintetiza una auténtica mutación de los principios y valores sobre los que se construyeron las diversas naciones surgidas bajo el impulso de la antigua Cristiandad europea, entre las que España ocupó un destacado lugar en el mundo. Esa cultura woke, surgida de think tanks y universidades estadounidenses, ha sido asumida por la izquierda comunista como relevo de la ya desfasada lucha de clases marxista, y en diverso grado por las socialdemocracias, como un claro signo de presunto progresismo.

La ideología de género es una destacada expresión de esa nueva cultura que impregna una cosmovisión occidental alejada de sus raíces constitutivas. La mención es oportuna y necesaria por cuanto Trump es visto como un adversario declarado de la misma, y de la que su oponente Kamala Harris era una entusiasta servidora. En la medida en que la cosmovisión dominante en la actualidad es esa woke, la única considerada como políticamente correcta, y Trump resulta ser la encarnación de lo políticamente incorrecto, como percibimos en nuestro ecosistema mediático, social y político mayoritario.

En estas circunstancias, Trump tiene enfrente no sólo al partido demócrata y al deep state de EEUU, sino a la mayoría de la UE donde Meloni y Orbán en Italia y Hungría representan la minoría que combate esa cultura y se oponen a ese dogma woke de la corrección política. Desde luego, un personaje como Donald Trump, que no puede aspirar a repetir mandato y que dispone de un importante patrimonio económico, parece que se siente con voluntad y fuerza suficiente para afrontar esa gran batalla. Que por sus características se va a desarrollar no sólo en el plano político y económico, sino muy en especial en el cultural. Su presidencia puede marcar un auténtico punto de inflexión en Occidente en caso de tener éxito en su muy difícil empeño.

En cuanto a la política internacional, su compromiso con un rápido final -negociado, no militar- de la guerra en Ucrania parece muy al alcance de la mano, lo que al complejo industrial armamentístico – el deep state (el Estado profundo)- no le entusiasma precisamente. Ello porque atenta contra su «negocio», que requiere de guerras para que la demanda de su producción se mantenga a elevados niveles.

Zelensky es una marioneta en sus manos para gestionar la guerra entre EEUU- por medio de la OTAN y Ucrania- contra Rusia. Ya es sabido que para Rusia la península de Crimea es no sólo estratégica, sino «vital» para su supervivencia, por proporcionarle a su inmensa superficie de 18 millones de kilómetros, la única salida a aguas cálidas.

En cuanto a Oriente Próximo, los ayatolás de la República Islámica Iraní no quieren un conflicto con EEUU teniendo a Trump al frente. Ya experimentaron en su anterior mandato las consecuencias. Un final negociado de paz es más difícil allí que en Ucrania, pero un armisticio es necesario, urgente y posible.

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