Los trenes de la campaña

Sánchez campaña

Con la convocatoria electoral, Pedro Sánchez ha querido dejar claro en el Partido Socialista que, si se quiere continuar en el machito, hay que echar todo el carbón a la locomotora, y, por supuesto, que la única locomotora es él. Ha soltado la habitual arenga de autobombo para velar las armas y para comprobar que la tropa le seguía y que no se iba a ver solo en el campo de batalla, en el que además el enemigo le está esperando. Porque con este acelerón ha descolocado más a los suyos, a todos los suyos, que a los contrarios. Acortar los tiempos le va bien a Feijóo, que ya se ha leído todas las revistas de la sala de espera, pero le va mal a Yolanda Díaz, que sigue de guardagujas con el cambio de vías, y, sobre todo, permite desactivar posibles motines de los camaradas del partido que han salido mareados del viaje de los comicios de mayo.

Para iniciar la campaña, han vuelto a dar salida al tren de la bruja; ése con que amenazan de la llegada de una extrema derecha a la que ya no se conforman con tacharla de franquista y antidemócrata, sino que la equiparan literalmente al nazismo. Pero resulta que a cada vuelta el trenecito sale del túnel y vemos que en realidad las brujas, los espectros o los ogros no son más que inofensivos espantajos armados con escobas.

También han dado orden de marcha desde el Gobierno, aprovechando que estamos en temporada, a un convoy, versión leyenda negra, del tren de la fresa; llevando (¡cómo no!) como maquinista a la ministra Ribera. Lo de culpar a un relativamente pequeño número de regadíos subterráneos de la salud hídrica de Doñana no se trata sólo de intentar sacar ventaja de un discutible compromiso ecológico, sino de una indigna felonía que no merece el envidiable cultivo del fruto rojo en la provincia de Huelva. Debe ser que con su centro de maquillaje de la Señorita Pepis, es decir, de Tezanos, les salen las cuentas, y que el rechazo de los directamente afectados lo compensan con el aplauso de los que en el resto de España se creen el cuento de los paladines del ecologismo. Y a esa pseudocomisión de parlamentarios alemanes o de lo que sean (que curioso que siempre aparece algo parecido como comodín de las causas progres), no tenían que haberla dejado ni entrar. ¡Claro, si no hubieran sido ellos los que la han llamado!

Por otro lado, de tren fantasma puede calificarse la propuesta de celebrar hasta seis debates, uno por semana, con Alberto Núñez Feijóo, al que por lo menos con este gesto le considera candidato con opciones de ganar las elecciones. ¡Pero hombre de Dios, si hay novios que no se ven tanto!

En realidad, es una fantasmada propia de un personaje envanecido y presuntuoso. Se conoce que cree qué luciendo su palmito y su insufrible verborrea, Feijóo no será capaz de enfrentarle a sus mentiras o de desmontarle la patraña del milagro económico, de la normalización de Cataluña y de la integración democrática de los bilduetarras. O qué de esa sobreexposición, la peña va a salir también harta del gallego.

Lo cierto es que con este tema los hasta ahora amiguetes y socios están descubriendo al individuo aprovechado y abusón. Habría que decirles, como Manolo Caracol al tren que soltaba vapor en la estación de Atocha, que guardaran esos humos para Despeñaperros, es decir, para cuando les reclame su incondicional apoyo.

Y claro, con la convocatoria en periodo estival y vacacional, también sigue traqueteando el tren correo. Como estos trenes eran siempre nocturnos, y con los antecedentes de Melilla o Murcia y la amistad antigua de Sánchez con el presidente del Organismo, da para especular con la intención de esmingar con nocturnidad los votos por correo. El problema no es tanto que la gente no tenga la convicción de que el sistema es invulnerable como que sí la tiene de que, si fuera posible hacer trampas, Sánchez no tendría ningún reparo en hacerlas.

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