Teocracia zurda y el lado malo de la historia

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Parece fácil la elección entre democracia y su antítesis, pero no lo es. La humanidad, lega en historia, ha sido siempre dócil en el engaño y sumisa en la mentira, y se le convence fácil con la paz, como si alcanzar la paz en el mundo dependiera de cantar Imagine y poner velas a Santa Greta. Cuando un conflicto nace en el mundo, no importa quien lo inicie y quien lo acabe, qué parte ha matado más o menos o si se lucha contra una dictadura totalitaria o su deriva teocrática. Suceda lo que suceda, abrazamos siempre la misma certeza: la izquierda mundial estará con el mal.

No han tardado ni dos días en condenar a Israel los mismos inquilinos del orbe progre que celebran a Maduro en el poder, que Putin reine en Ucrania o que López Obrador defenestre la historia y el pasado de su país por unas dosis de populismo iletrado. Cuestionan la forma que tiene el estado hebreo de eliminar terroristas que usan a civiles de parapeto indecente sólo porque es Israel. Su antisemitismo es tal que el hecho de llevar medio siglo luchando por no ser destruida la única democracia que impide el progreso del islamismo por Europa no les hace desfallecer en su indignidad moral.

Los zurdos que claman contra Israel por sus defectos -muchos y censurables- y excesos -evitables pero normales en toda guerra- prefieren las dictaduras de Irán, Líbano, Hamás, porque, para ellos, el lado bueno de la historia es que cuelguen a los homosexuales y lapiden a las mujeres. Son los mismos que en plena Segunda Guerra Mundial criticarían a Churchill por ordenar el bombardeo de Berlín, olvidando contra quién luchaba y para qué.

Desoyen la realidad histórica sobre un conflicto que va más allá de 1948. Olvidan que los cinco acuerdos que ha habido desde entonces para terminar con la tensión, la guerra y la violencia han sido sistemáticamente derribados por la parte palestina, el último, en 2010. En todos, Israel retrocedía en sus ambiciones y reconocía el Estado palestino, amén de devolver territorios ocupados. La contraparte, que necesita de la guerra para seguir recibiendo fondos y munición de sus aliados de la zona, negaba orgullosa lo que a los cuatro vientos va reclamando a esa izquierda que enseguida se envuelve con el pañuelo, símbolo de la opresión de los propios dirigentes palestinos contra su pueblo, cada vez más pobre y con menos recursos a pesar de las millonadas que reciben cada año sus representantes, entre otras instituciones, de la propia Unión Europea.

A los palestinos, los de Hamás y la Autoridad Nacional Palestina, no los quieren en ningún lado aquellos que dicen amarlos. Ni en Jordania (aún se recuerda cómo los masacró Hussein), ni en el Líbano, y aún menos en Egipto, que levantaron un muro para que no se colaran por allí que ríase usted del que quería construir Trump en la frontera con México. Entrar en Líbano para arrasar con los terroristas no es lo mismo que destrozar un país. Mientras unos usan la tecnología como escudos frente el terror, otros ponen a los niños como escudos para demostrar que son el terror. La ceguera y el fanatismo siempre viste color progresista.

Porque vivir rodeado de quienes te quieren asesinar cada día y lanzar al mar es el pecado original de la única potencia que garantiza las libertades individuales en todo Oriente Medio. Israel conoce cuál es su misión, pero el mundo libre, en su hipocresía y cobardía habitual, parece no entender la suya. Cuando la izquierda llama a un judío, nazi, no sólo está vomitando sobre la historia, sino sobre su propia integridad moral, si la tuviere, que no la tiene. Admitir que Israel no tiene derecho a defenderse de quien impone una forma de vida basada en el terror, la sumisión de la mujer al hombre, el exterminio de homosexuales, la negación de la vida humana, es condenar a Occidente a una nueva era oscura donde el retorno a la Edad Media ya no será solo una cuestión temporal.

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