¡Taxi, menos Federico y más Segadors!

Aquellos sindicatos catalanes de taxistas que más hicieron durante el ‘procés’ para que un gremio tan honesto se convirtiera en un altavoz más del peor separatismo han conseguido una jugada maestra. El ‘pacificador’ Salvador Illa les va a quitar de encima la competencia de los VTC, poniendo a las compañías como Uber o Cabify unas condiciones aún más imposibles. A cambio, los sindicatos que han pactado con el PSC aceptan que para poder conducir un taxi en Cataluña se ha de acreditar un nivel B1 de catalán… de momento, porque las entidades separatistas ya exigen que sea un B2. Y eso que la ley aún no ha sido aprobada. Por supuesto, a Tito Álvarez y a sus colegas sindicales podemitas y separatistas ya les parece magnífico que el catalán sea obligatorio. Y si les exigen cambiar la estampita de San Cristóbal por una estelada, aplaudirán con más entusiasmo.
Junts ha pactado con Pedro Sánchez que, para «garantizar» los «derechos lingüísticos» de los catalanoparlantes, la Ley de Atención al Cliente obligará a las empresas – tengan su sede dentro o fuera de Cataluña – con más de 250 trabajadores y que facturen más de 50 millones de euros anuales a que sus servicios de atención al cliente tengan trabajadores que conozcan el catalán para que los usuarios catalanoparlantes no tengan que cambiar de idioma. Siguiendo esa lógica, un catalanoparlante radical de esos que no cambian de idioma – salvo para pedir dinero o para intentar ligar – también tiene derecho a coger un taxi en su idioma, sea en Madrid o en Tomelloso.
Será delicioso que Sánchez pacte con Rufián y Nogueras la «Llei Integral d’atenció en el taxi», por el que los conductores no solo deberán hablar catalán con acento de Vic, sino que los usuarios podrán gritarle «taxista, fora el programa de Federico i posi L’Estaca o Els Segadors. Visca Catalunya lliure». Y el taxista deberá acatar la orden, ofrecerle una copita de Aromas de Montserrat y preguntarle si desea que se ponga una barretina mientras conduce. Por supuesto, el banderín del Barça colgando del retrovisor será obligatorio, así como una estampita de Carles Puigdemont comiendo paella con Pilar Rahola. En el caso de Madrid, habrá que ampliar el número de barras rojas pintadas en la puerta del conductor: pasarán a ser cuatro, sobre fondo amarillo. Y se prohibirá el cartel de «Libre», porque mientras Carles Puigdemont esté ‘exiliado’, no hay libertad posible en España. Se sustituirá por el de «President, torna a casa». Queda un poco largo, pero todo sea por mantener el apoyo de Junts al presidente del Gobierno más progresista del progresismo mundial.
Cataluña hace demasiado tiempo que es una región siniestra en la que cada día se restringen más las libertades. Y como los separatistas no tienen bastante con oprimir a sus conciudadanos, quieren extender su dominio opresivo a todos los españoles. Y, poco a poco, van consiguiendo que el resto de España se parezca a la distopía catalana. Si no paramos las locuras de esta banda de fanáticos, vamos a conseguir que para ser barrendero en Burgos sea un requisito tener el nivel C1 de catalán, porque un honrado ciudadano de Vic que odie el español, pero quiera tener el derecho a optar a cualquier plaza de trabajo público en cualquier lugar de España, pueda hacerlo sin que se viole ninguno de sus ‘derechos lingüísticos’. Recuerden, esta obsesión del separatismo por la lengua catalana no lo hacen porque amen mucho su cultura, es una pura cuestión de dominio, de dejar claro quién manda. Y no solo en Barcelona, Tarragona, Lérida o Gerona. O los paramos, o acaban con nuestros derechos civiles, porque estos son de los que no pueden soportar que escribas «Gerona», pero uno, con padre zamorano, tuvo que escuchar en los telediarios de TV3 que existe una localidad llamada «Benavent». Así, con dos cojones. Tantos veranos que pasé en Benavente y nunca supe de sus orígenes catalanes. Seguro que Jaume I el Conqueridor se iba allí a comerse unos chuletones y a fundar aulas de normalización lingüística.
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