La Taberna de Antonio (Pedro) Sánchez

La Taberna de Antonio (Pedro) Sánchez

Es la más antigua de Madrid. Se abrió en 1787, un cosechero de La Mancha le puso este nombre, pero fue su hijo, torero más o menos de postín, quien le dio fama casi universal, tanto que a principios del siglo XX un barón francés, parece que heredero de aquel pobre amigo de Larra que protagonizó el “vuelva usted mañana”, la afamó por media Europa festejando su olla gitana, al tiempo que remedó de forma heterodoxa a su antecesor con una sentencia hiriente para la capital de España: “En Madrid -escribió el gabacho- todos los días entra un tonto por la Puerta de Toledo”.

Si fuera ahora contemporáneo nuestro podría incluso engordar el número con una apreciación como ésta: “En Madrid todos los días se bajan del AVE unos cientos de tontos”. De refilón, al tonto de otrora, se refirió el escritor costumbrista Antonio Díaz-Cañabate, eximio cronista taurino de Abc, y que, en venganza por su habitual displicencia con los membrillos, recibió una cuarteta satírica, quizá inventada por Pérez Creus, que sonaba de este modo: “Ese solemne botarate/ que en todas partes se mete/ en vez de decir Cañabate/ hay que decir: ¡coño, véte!”.

Este madrileño de historias mil contó en un libro realmente delicioso: “La Taberna de Antonio Sánchez” las mil peripecias de aquel comedor y, sobre todo, de sus visitantes: desde pintores, Zuloaga, hasta periodistas como Camba, también cómicos de la época, mal llamados así a los actores de teatro más brillantes del momento, algunos ciertamente disminuidos de magines, Cañabate volvía de los toros todas las tardes de San Isidro y dejaba siempre para los atónitos redactores algún recuerdo de la Taberna, sobre todo, de los amores del propietario, Antonio Sánchez, con la enorme coplista valenciana doña Concha Piquer.

Una vez, indignado, perpetró una crónica del festejo del día que tituló así: “Las rodillas de mi vecina”, una espectadora que le trajo a mal traer durante los seis toros de rigor y que, según Cañabate, estuvo siempre acompañada por un zangolotino, presumido, parlanchín y hortera (“simulador de cultura”, le llamó) que pretendió aleccionar al crítico sobre los lances de la Fiesta. Cañabate, poco generoso con los memos pretenciosos, le dedicó -dijo él- dos invectivas: una, la más suave: “¡Ah!, ¿pero usted también sabe de esto?”. Otra se esparció brutal por el tendido: “Señor -le interrogó enojosamente- ¿usted siempre ha sido igual de tonto?”.

Pues no está mal traído al instante actual. Contemplando, dada mi condición obligada de cronista, la atosigante intervención de Pedro Sánchez el pasado lunes, pensé para mis adentros si en la corta, pero rellena colección relatada por Cañabate hace decenios, no hubiera cabido a la sazón un individuo como Pedro Sánchez, ahora ya colega del gobernante italiano Mario Draghi, que le ha bautizado por error (no hay constancia de que se haya zampado nunca en Mesón de Paredes 13 un rabo de toro) como “Antonio Sánchez”.

Puede ser que el aún presidente del Gobierno no sea un acreditado bodoque de los que denunciaba antaño el susodicho aristócrata galo, pero sí es seguro que ha tomado a los demás como idiotas de remate. Escribo a los demás, o sea, a todos nosotros.

El tipo se sacó hace tres días un cheque de la guantera en la que ha confiscado nuestros impuestos, y se adornó con un regalo pingüe a todo el personal hispano: nada menos que dieciséis mil millones de euros para paliar nuestras deudas, seguir comprando acelgas o pagar, veinte céntimos abajo, eso sí el litro de súper o de la perseguida Diésel de la siseante ministra Ribera (“Yo, lessss puedo asssegurar…). Lo prometió de rondón, como para que nos enteremos, pero no del todo, porque si no, como ha denunciado ya el economista liberal, Daniel Lacalle, habríamos caído en la cuenta de que de dieciséis mil millones, nada de nada, son seis mil porque los otros diez mil están señalados como “créditos ICO”.

Préstamos que hay que añadir a los todavía vigentes, que mayoritariamente son fallidos, porque no hay cristiano que los pueda pagar ahora, por lo que Sánchez ha obligado a los bancos a refinanciar. Se presenta Sánchez “modo Robin Hood”, ninguneando de nuevo al Parlamento donde no quiere dar explicaciones de nada, adelgaza (ya veremos cómo) quince céntimos el litro de carburante, y, de manera tan patosa como mendaz, se refugia en antiguas y humildes bajadas de impuestos para negarse de nuevo a disminuir la asfixia fiscal de todos los españoles, aquella que dejó como herencia el incautador Cristóbal Montoro.

Y además, y con esta pléyade de iniciativas destinadas al cubo de la basura, intenta disfrazar las exigencias con que le ha chantajeado la leninista “Prét-à-porter” Yolanda Díaz que se negaba a apoyar la gran respuesta a la Guerra de Puntin si no mantenía los ERTE, la sopa boba del empleo, prohibía en la práctica los despidos, incluidos los de vagos, como Iglesias o maleantes como Monedero, y “topaba”, horrendo barbarismo de moda, los alquileres.

Así, la conciencia revolucionaria de Díaz, los impresentables y prescindibles sindicatos, y demás congéneres del estalinismo redivivo, se quedaba tranquila. Trampas y embustes que un individuo que, a fuer de creerse más guapo que los demás (lo dice sobre todo por el monaguillo Simancas) piensa también que sus propuestas serán metabolizadas por un estúpido público en general. Eso sin contar con los medios afectos al Régimen que han recogido, manipulación incluida, un término alemán, “Schauspiel”, para atribuir a Sánchez un formidable y “espectacular” éxito en la Cumbre de Bruselas. Pero han metido la pata hasta el corvejón: el vocablo se traduce exactamente por espectáculo teatral, ficción mentirosa, actuación torticera.

Vaya faena, cantores de La Moncloa.

Sin duda Cañabate hubiera incluido en el apartado de cómicos, sección de fatuos, a este todavía presidente que, ya lo verán, regresará en poco más de un mes como Franco (“Permitidme que entre la paz de vuestros hogares…”) para echar la culpa de todos nuestros males al asesino Putin, tan admirado en su propio Gobierno, y largar otra ración de números y promesas destinadas a ser consumidas en la actual Taberna de Antonio (Pedro) Sánchez de la cual es principal cliente en el apartado de cómicos malquistos.

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