Se subasta votante

Las rebajas políticas se parecen cada vez más a las que cada año arrasan los comercios y grandes superficies de nuestro país, cuando las carreras por ver quién se lleva a precio de saldo esa prenda que dos semanas antes se lloraba por inaccesible, copa las portadas de telediarios y periódicos. En política, el voto se cotiza más y se demanda por las esquinas con la misma urgencia con la que Sánchez cambia de opinión, según los sondeos. No veremos en los colegios electorales las mismas colas de ansiedad que en la acera de Primark antes de la apertura, pero la simbología es la misma. Ahogamos frustraciones, traumas y penas empoderando nuestro bolsillo y nuestra ilusoria capacidad de decisión.
La falta de respeto al ciudadano por parte de nuestros representantes es una constante que no mengua en el tiempo. Sin embargo, se crece en época electoral, cuando al rebaño, por lo general, amaestrado en esa cotidianeidad de clichés y eslóganes de activismo útil, se le trata con una condescendencia especial. Llueven los regalos en forma de dádiva económica o promesa repetida, porque los prometedores saben que la memoria a corto plazo del pueblo es el mejor recurso del que quiere llegar o mantenerse en el poder a toda costa. Las mesnadas de partido, activistas y activadas, reparten folletos con lo que hará su formación, candidato, candidata o candidate si salen elegidos. Es difícil encontrar en algún lugar de esas promesas la debida y exigible rendición de cuentas, porque saben que nadie las pedirá. Las elecciones siempre fueron el mercado de la impostura, la eterna redención de quien busca sobrevivir en el voto para vivir del escaño.
Es irritante escuchar a Sánchez prometiendo casas que no existen y que nadie querrá, a Feijóo ilusionando con pagas a jóvenes en un intento socialdemócrata de no perder el centro desnortado. Y a Ciudadanos (¡ay!), en su enésima ocurrencia, pidiendo adelantar a los jóvenes su pensión futura para que puedan acceder a una vivienda. Y si al final acceden a ella, que la compartan. Han inventado el co-living en una formación bicéfala donde no se estila ni el co-thinking. De la extrema izquierda, esa sumatoria con esteroides, ni opino, porque ni tienen ideas, ni programa, sólo felicidad y sonrisas.
En general, da igual qué siglas defiendan y principios soporten quienes se dedican al oficio de vender milongas. No importa el tamaño del invento ni el grosor de la promesa: saben que la mitad de la población, como poco, comprará la ganga a precio de oro. Se han esforzado para ello destrozando el único instrumento que impediría esa persuasión nociva de mentiras arriesgadas: la educación. No hay futuro en España cuando destrozas, de raíz, el principio de todo.
Ahora, las masas acríticas, débiles y desarmadas, esperan impacientes su próximo regalo, su siguiente promesa. Subastaron su alma hace tiempo, hipotecaron su libertad a cambio de nada. Porque cuando votas la nada, nada recibes. Promete, que algo queda, pensarán muchos. Ya ni eso es verdad. Lo dejó escrito el filósofo francés D’Alembert: «La guerra es el arte de destruir hombres, la política es el arte de engañarlos». Que pase la siguiente promesa.
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- Pedro Sánchez