La sombra de UCD es alargada

La sombra de UCD es alargada

¿Por qué el final de las cosas es siempre tan irreal?
Arthur Miller

Es comprensible la desolación, indignación, incredulidad, imprecaciones y hasta juramentos de los más de cinco millones de votos que optaron por el Partido Popular de Pablo Casado en las últimas elecciones legislativas.

Lo que no pudo ser, no pudo ser, y, además, era imposible. El suicidio televisado de unos jóvenes dirigentes que terminaron por creerse que eran de verdad sin haber conseguido nada marca un antes y un después en una formación que, con todos sus errores, trapacerías y singularidades, se había convertido en un “bien de Estado” a la hora de representar al centroderecha hispano. No hay posibilidad alguna de emprender el camino de retorno.

Este columnista no es de aquellos que practica ese ejercicio tan español que consiste en dar lanzada a moro muerto. Procura que los muertos entierren a los muertos y, en el mejor de los casos, los utiliza como elementos de la Historia. Ha vivido lo suficiente, visto y tomado buena nota de todo aquello que ha sido interesante en más de cuatro décadas, para poder afirmar con justeza que los acontecimientos siempre vuelven a llamar a la puerta como el cartero.

El Partido Popular va a tener que luchar por su supervivencia. Ni más ni menos. Supervivencia. Tendrá que bracear rápida y poderosamente para mantener el rol decisivo que se le reservó para representar mayoritariamente al sector no socialista. De lo contrario, el riesgo de desaparecer es algo más que un mal sueño cocinado entre dosieres, intereses bastardos a dos bandas e inutilidades varias. Si aquel partido milagro que fue la Unión de Centro Democrático (UCD) pasó del Gobierno a la extinción (y eran situaciones extraordinarias), al votante decepcionado y burlado no le temblará la mano para repetir casi 40 años después aquel harakiri que asombró al mundo libre.

Tiempo habrá para poner apellidos (con sus respectivos y espurios intereses personales en la Puerta del Sol y Génova 13) a los nombres de este colosal e irresponsable sutnami político que tiene la virtualidad de apoltronar aún más a Sánchez y abrir la puerta a los movimientos más radicales de la derecha española. Movimientos que, en el mejor de los casos, se recibirían con desdén en la Unión Europea -de la que depende hoy la vida económica del país- y en el resto del mundo libre.

Pablo Casado es una buena persona. Ha quedado demostrado que no es esa condición algo esencial precisamente para triunfar en el siempre bronco escenario político. Esa incapacidad como killer le ha devuelto a un escenario personal y político que nunca creyó fuera a producirse. La señora Díaz Ayuso puede presumir, y presume, de haberse cobrado la cabeza de dos Pablos. Vamos a comprobar en las próximas semanas, quizá meses, si su capacidad de lideresa hace honor a lo que sus hooligans ventean.

Enhorabuena, señor Sánchez. Enhorabuena, señor Abascal.

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