Sinistrismo. Nueva respuesta al señor López Arnal

Sinistrismo. Nueva respuesta al señor López Arnal

En el desarrollo de la controversia con el señor López Arnal, sostuve que el pensamiento marcha dialécticamente, es decir, superando tesis y antítesis. Me sorprendió que el discípulo de Manuel Sacristán, desde su marxismo, no comparta dicha visión de la realidad. En cualquier caso, fiel a mi método, respondo a los numerosos artículos que mi interpelado dedica, en la revista Rebelión, a refutar mis tesis. Es de agradecer, en primer lugar, su estilo respetuoso. Tanto es así que me ha vuelto a sorprender, porque, en mis polémicas con la izquierda historiográfica, estoy acostumbrado a un tono, por parte de mis antagonistas, no ya insultante, sino brutal. Alberto Reig Tapia, discípulo de Manuel Tuñón de Lara y personaje un tanto esquizofrénico, me dedicó todo un capítulo de su libro Crítica de la crítica, en el que aparece toda una plétora de insultos a mi persona irreproducibles aquí. Por fortuna, el señor López Arnal es de otra pasta personal e intelectual. Si alguna de mis expresiones más o menos jocosas le ha ofendido, le ruego me perdone.

No obstante, nuestras discrepancias siguen siendo radicales en todos los aspectos. Y es que las opiniones del señor López Arnal son una manifestación de lo que podríamos conceptualizar como sinistrismo, es decir, de una feliz conciencia izquierdista incapaz, en el fondo, y luego entraremos en ello, de autocrítica ideológica y, sobre todo, histórica. Bajo sus planteamientos, puede percibirse la convicción de que la realidad social y política se irá desplazando, aunque con retrocesos temporales, hacia la izquierda, es decir, hacia posiciones igualitaristas y socializantes. Es una manifestación más de esa Política de Fe cuyos peligros denunciaba en mi anterior artículo. Me ha llamado la atención, por otra parte, su desconocimiento de la obra de Michael Löwy, que no es, como dice, un trotskista irredento, sino un seguidor de Lukács y sobre todo de Walter Benjamin, y, por lo tanto, muy interesado en los temas de la denominada teología de la liberación o del mesianismo judío. Por eso, señalé que su obra es otra manifestación de la Política de Fe marxista. Sus obras Redención y utopía, ¿Patrias o Planeta?, Guerra de Dioses, Walter Banjamin. Aviso de incendio, Sociología y religión, Cristianismo de Liberación, ésta última publicada en El Viejo Topo; todas ellas son auténticas manifestaciones de esa teología política inherente, a mi modo de ver, al marxismo revolucionario, pese a sus pretensiones cientificistas y secularizadoras.

Lo que más ha ofendido al señor López Arnal es la acusación de homofobia o antifeminismo a su maestro Manuel Sacristán, algo que, desde luego, es necesario contextualizar históricamente. El sociólogo Stuart Hall criticaba, a la altura de 1985, la escasa receptividad del laborismo y, en general, de toda la izquierda británica a la socialización del feminismo y del movimiento gay. Y, a ese respecto, denunciaba su cultura del patriarcado. Sacristán no reflexionó sobre esos temas como no lo hicieron otros intelectuales marxistas o simplemente de izquierdas. No hay que reprochárselo, porque esas opiniones eran dominantes en el conjunto del movimiento obrero. En mi etapa de estudiante universitario, allá por los años ochenta del pasado siglo, en las asambleas de izquierdas, sobre todo del PCE, el tema gay era conceptualizado como burgués, algo que nada tenía que ver con los intereses de la clase obrera. Una opinión que sigue sosteniendo, por ejemplo, Slavoj Zizek. Hoy, el conjunto de las izquierdas, y sobre todo el siempre oportunista y acomodaticio PSOE, se identifica y pretenden monopolizar las reivindicaciones feministas radicales y las del movimiento LGTBI, pero hay que decir que esa postura supone una ruptura con su trayectoria histórica. No hace mucho, la revista El Viejo Topo publicaba un artículo de Joan E. Illescas, donde se criticaba el abandono por parte de la izquierda española de proyectos político-sociales auténticamente transformadores y la asunción de los postulados posmodernos del feminismo y de los LGTBI, que juzga socialmente desmovilizadores y que nada tienen que ver con los intereses materiales de la clase obrera (El Viejo Topo nº 273, enero 2019). Por mi parte, diré que las reivindicaciones femeninas de igualdad a todos los niveles me parecen de sentido común; ahora bien, el feminismo, tal como lo conciben Simone de Beauvoir o Kate Millet, me parece una aberración.

Un poco de erudición nunca viene mal 

El señor López Arnal se muestra incondicional admirador de Gregorio Morán; y en el último número de El Viejo Topo le dedica una entrevista. Esta reivindicación no me extraña lo más mínimo, dado el actual nivel de la cultura política e intelectual de la izquierda española. La de derechas, ni existe. El maestro en el erial es, a mi modo de ver, una obra no sólo intelectual y políticamente deleznable, sino grotesca desde el punto de vista historiográfico. Ni el señor Morán ni el señor López Arnal son historiadores; y eso se nota. Un poco de erudición y de trabajo en bibliotecas, hemerotecas y archivos nunca viene mal. Y es que el señor Morán se atreve a pontificar –a la manera del peor Lukács, el de El asalto a la razón- sobre temas en los que, en el mejor de los casos, es un diletante. No es sólo sus infundadas ínfulas de historiador de la filosofía o de la política, lo que hace de su libro –y, en realidad, del conjunto de su obra pretendidamente erudita- absolutamente prescindible; es, además, la crasa ignorancia histórica la que contribuye a invalidarla por completo.

Pondré algunos ejemplos, pocos para no cebarme. En ese libro, Morán confunde a Gabriel Maura con su hermano Miguel (p. 52). Cree que Ramiro Ledesma Ramos militó en la Agrupación al Servicio de la República (p. 53), cuando criticó a su maestro Ortega por haberla fundado. Identifica a los sublevados en la guerra civil con el “fascismo” (p.68), tópico izquierdista que no resiste la crítica histórica. Los apoyos a Franco iban desde los liberal-conservadores a los carlistas. Sostiene que Ramón Prieto Bances militó en la CEDA (p. 73), lo cual es falso. Señala que Manuel García Morente militó en la Agrupación al Servicio de la República (p. 128), cuando fue subsecretario en el gobierno presidido por Dámaso Berenguer. Presenta a Eugenio D´Ors como colaborador de Acción Española (p. 243), cuando nunca escribió en la revista monárquica y estuvo enemistado con algunos de sus directivos como Eugenio Vegas, José Pemartín o Jorge Vigón. Coloca a Fray Zaferino González al lado de Donoso Cortés y Ramón Nocedal (p. 253), cuando fue un crítico radical del tradicionalismo filosófico-político y militó en la Unión Católica de Alejandro Pidal y Mon, frente a tradicionalistas e integristas. Presenta a Edmund Schramm –biógrafo de Donoso Cortés- como un exnazi exiliado en España (p. 301), cuando fue, tras la Segunda Guerra Mundial, catedrático en la Universidad de Mainz. No menos errónea es su presentación de Daniel Artigues –pseudónimo de Jean Becarud- como historiador afiliado al Opus Dei (p. 340), cuando fue un crítico acerbo de la Obra. Sin embargo, donde Morán se lleva la palma es cuando presenta a Donoso Cortés como ideólogo de la dictadura radical-progresista de Baldomero Espartero (p. 474), algo que, por su radical falsedad, habrá hecho al difundo marqués de Valdegamas saltar desde su tumba. Pobre Donoso. Y así todo. Esta valoración puede extenderse sin dificultad a El cura y los mandarines o Grandeza y miseria del Partido Comunista. Como historiador, no puedo fiarme, además, de unas obras carentes de notas a píe de página. ¿Cómo verificar la exactitud o falsedad de sus opiniones o de los datos que aporta? Imposible. Pero es que, además, la tesis del señor Morán sobre el erial cultural español durante el régimen de Franco no resiste la crítica. Uno de los iniciadores de esa tesis fue el poeta León Felipe en su conocido poema Hay dos Españas; pero se desdijo de ello en un prólogo al libro Belleza cruel de la poetisa social Ángela Figuera. En el mismo sentido, se expresó el exiliado filósofo marxista Adolfo Sánchez Vázquez, en su libro A tiempo y a destiempo. Historiadores de la cultura como José Carlos Mainer, en La filología en el purgatorio, Javier Varela, en La novela de España, y Gabriel Plata Parga, en La frontera entre franquismo y antifranquismo, rechazan la tesis del erial cultural franquista. Y no sólo ellos; hay muchos más. La tesis del señor Morán es una manifestación más de gauchismo, de sinistrismo, pero carece de valor historiográfico. En el fondo, sospechamos que se trata de una especie de desahogo personal. De hecho, el marxismo desarrollado en la clandestinidad o bajo la férula de la censura me parece mucho más relevante que el desarrollado en la actualidad. Y es que Manuel Sacristán no ha tenido sucesores de su talla intelectual.

Retórica antifascista para ocultar genocidios 

Tampoco parece que el señor López Arnal sea un lector atento de la obra de Peter Sloterdijk, en particular de Ira y tiempo, magistral crítica al resentimiento como fundamento psicológico de la acción de los revolucionarios marxistas. El filósofo alemán sostiene, a mi juicio con acierto, que el antifascismo predicado por el conjunto de las izquierdas sirve para ocultar el genocidio de clase practicado por los revolucionarios comunistas; y que el concepto de clase es un instrumento de lucha de cara a la destrucción de los enemigos sociales y políticos. Cualquier lector de Trotsky, Lenin o Mao puede llegar, sin mucha dificultad, a esa conclusión. Y es que el concepto de clase en el marxismo no es un concepto neutro, sociológico, sino político. Como tantos otros jóvenes en los años setenta y ochenta, el que esto escribe tuvo su sarampión marxista en la Universidad, lo cual era prácticamente inevitable dada la absoluta mediocridad del profesorado conservador y la capacidad de proselitismo de los acólitos de Manuel Tuñón de Lara. Sin embargo, a mí me vacunaron contra ese sarampión marxista las lecturas de Lenin y Trostky, sobre todo La revolución proletaria y el renegado Kaustky, Terrorismo y comunismo o La defensa del terrorismo; nunca he visto una racionalización tan cruda y brutal del totalitarismo. Luego, leí la magistral obra de Leszek Kolakowski, Las principales corrientes del marxismo, que me inmunizó contra las interpretaciones mecanicistas y simplistas del materialismo histórico.

Y termino. Solía afirmar Gustavo Bueno que cada grupo social elige a sus sabios y a sus héroes, pero, al elegirlos, se define a sí mismo, tanto o más que a la persona escogida como paradigma. El señor López Arnal se identifica no sólo con Manuel Sacristán, sino con las opiniones de Almudena Grandes, Doménico Losurdo, Lenin, Fernández Buey, etc. Y yo me pregunto: ¿Cómo puede negar el carácter totalitario del PCE, siempre caracterizado por su devoción por Stalin y la Unión Soviética? ¿Cómo puede negar el holocausto eclesiástico durante la guerra civil? ¿Fue ajeno el PCE a las matanzas de Paracuellos del Jarama y Torrejón de Aradoz? ¿Se identifica con las opiniones de Doménico Losurdo sobre Stalin? ¿Se identifica con Fidel Castro, la revolución cubana o con Maduro? Entonces, sin duda, me siento amenazado, porque todos ellos han visto a liberales, conservadores o católicos como elementos perturbadores de la dialéctica histórica; y, en consecuencia, como decía Carlos Puebla, “al que asome la cabeza, duro con él, Fidel, duro con él”; y es que “el paredón sigue ahí”. Tales son los peligros del sinistrismo y de la Política de Fe. Conducen al totalitarismo.

  • Pedro Carlos González Cuevas es Profesor Titular de Historia de las Ideas Políticas y del Pensamiento Español en la UNED.

 

 

Lo último en Opinión

Últimas noticias