Sin sorpresas en PISA 2022

Sin sorpresas en PISA 2022

La publicación cada cuatro años de los resultados de PISA suele provocar un aluvión momentáneo de opiniones y reacciones en las que muchos agentes ajenos al mundo de la educación suelen confundir sus deseos con la realidad ya que, a la hora de valorar los resultados que arroja la más prestigiosa de las pruebas internacionales, olvidan a menudo las decisiones que en materia de enseñanza hemos venido tomando los españoles desde hace por lo menos 30 años, desde la promulgación de la Logse en adelante. Y las decisiones que se toman en materia de enfoques, metodologías, currículums y fines a conseguir, naturalmente, terminan teniendo consecuencias.

Las evaluaciones PISA miden la excelencia académica en comprensión lectora, matemáticas y ciencias de los alumnos de 15 años que vienen a coincidir con nuestro 4º de la ESO. Conviene recalcarlo: PISA mide el nivel académico de los alumnos y deja fuera otros aspectos educativos que, a mi juicio, son menores o, si me permiten el término, secundarios pero que para la mayoría de nuestros prebostes educativos son de la máxima importancia.

Si nos centramos por ejemplo en los debates que tienen lugar en la cámara balear, veremos que sí se habla de educación, pero para hablar de la gratuidad de la educación de 0 a 3 años, de infraestructuras, de barracones, de becas comedor o de la calefacción de los centros. Últimamente se ha hablado, es verdad, del pin parental y de la libertad de elección de lengua y de centro.

Quitando la siempre espinosa cuestión de la lengua vehicular, que sí es un asunto de enorme trascendencia dada la importancia de la lengua materna como principal vehículo de enseñanza como recoge de forma explícita PISA 2022, la verdad es que en el parlamento balear pocas veces se habla de educación en mayúsculas. Se habla de medios y recursos pero no se va al fondo de la cuestión, como sería hablar de cómo elevar el nivel de matemáticas, cómo podríamos elevar las destrezas matemáticas de los maestros de primaria, cómo podría mejorarse la comprensión lectora, qué hacemos con los altos porcentajes de alumnos NESE (necesidades educativas especiales), cómo podemos multiplicar el número de alumnos excelentes (sólo un 4% en PISA 2022), cómo abordamos la conflictividad y la indisciplina en los institutos, cómo impacta la inclusión de los alumnos NESE sobre el proceso de aprendizaje del resto de estudiantes, o debatir sobre los últimos resultados del informe PISA. No se quiere hablar nada que no pueda arreglarse con dinero y no será por falta de diputados docentes.

Salvo la espuma momentánea que provoca la publicación cada cuatro años de PISA, temas como el nivel académico de nuestro sistema educativo duermen el sueño de los justos y apenas merecen ninguna atención. Y no estamos hablando de un tema menor como es la educación, la segunda competencia en importancia que gestionan nuestras comunidades autónomas. El gasto previsto de la Consejería de Educación y Universidades para el año que viene, descontando el gasto universitario, ronda los 1.200 millones de euros. El gasto anual por cada alumno escolarizado en un centro estatal deber superar ya los 7.000 euros. Nuestros dirigentes, no obstante, se sienten mucho más cómodos pasando de puntillas sobre las verdaderas cuestiones nucleares y mollares de la enseñanza, dejándolas en manos de técnicos expertos (o en los sindicatos) que deciden a menudo en asuntos de la mayor relevancia para los ciudadanos.

Sin rendición de cuentas

La impresión que se desprende es que los políticos, una vez han decidido invertir una determinada partida en educación, ya han hecho su trabajo. La rendición de cuentas relativa al cómo y en qué se ha gastado este dinero no importa a nadie ya que se da por descontado que la universalización de la educación es intocable y nunca serán suficientes los recursos volcados en ella. Los políticos son los primeros no dispuestos a hacer rendición de cuentas, los funcionarios tampoco, los claustros tampoco y los directores tampoco. Todavía nos acordamos de las palabras de un consejero de Educación en las que lamentaba haber permitido desagregar los resultados globales de PISA en España por comunidades, ya que dejaban en evidencia el nivel académico de los alumnos de Baleares.

Informaba estos días OKBALEARES que en las dos últimas legislaturas con Martí March al frente de Educación los alumnos de Primaria (4º de EPO) y de Secundaria (2º de ESO) sólo han sido evaluados una vez por parte del IAQSE mediante pruebas objetivas y externas, una periodicidad que contrasta con lo que ocurría antes de la llegada de Francina Armengol al Govern, cuando todos los años se realizaban estas evaluaciones diagnósticas censales.

Estas evaluaciones de diagnóstico a las que se someten todos los alumnos de 4º de la EPO y 2º de la ESO son de uso interno para los centros y los claustros, estando prohibido publicar sus resultados por centros y evitar así rankings de mejores y peores. Eso significa que las familias y toda la sociedad en general, que es la que sustenta la enseñanza con fondos públicos, está completamente a oscuras respecto al nivel académico real del centro al que lleva a sus hijos. Sólo la publicación cada cuatro años de PISA, un informe que es muestral y no censal, informa a los ciudadanos sobre cuál es el nivel real de Baleares en general respecto a otras comunidades autónomas y otros países. Ni siquiera en Primaria nuestras autoridades educativas nos conceden este privilegio, dada su negativa a participar en pruebas internacionales equivalentes a PISA como son el PIRLS (comprensión lectora) y el TIMSS (matemáticas y ciencias).

Esta opacidad en materia de rendición de cuentas, como decía, no es circunstancial. Todo lo contrario. Una porción nada despreciable de la autollamada «comunidad educativa», respaldada sin fisuras por la izquierda que nunca pide otra cosa que cerrar filas en torno a ella, no cesó en sus ataques contra la LOMCE de José Ignacio Wert hasta que logró suspender el calendario de las temidas reválidas a final de etapa. No querían oír hablar de meritocracia, excelencia, esfuerzo, constancia, competencia, responsabilidad individual o reválidas constantes para superar etapas que son las claves para un modelo de éxito, como el de los dragones asiáticos o Estonia. Nuestros docentes, al menos los que llevan la voz cantante y hacen pasar por el tubo a los demás, rechazaban entonces y siguen rechazando ahora una educación enfocada a la excelencia dirigida a aumentar el nivel académico.

La educación debe transformar la sociedad, no enseñar contenidos académicos

Este modelo de éxito que triunfa en el mundo es rechazado de plano en Baleares por anacrónico, competitivo, elitista y «neoliberal» al entender que potencia «habilidades y competencias específicas para satisfacer las demandas del mercado», como señalaba hace unos días el STEI, el principal sindicato educativo balear, a la hora de justificar los resultados de PISA 2022.

Y en estas estamos. El enfoque dominante entre los docentes, no digamos entre el ejército de psicólogos y pedagogos que han tomado por asalto la educación, radica en que la educación debe priorizar la «transformación social» y eso se traduce en perseguir metas como la integración, la inclusión, la supervivencia del catalán, la equidad, la reducción de las desigualdades económicas, la diversidad o la formación de una ciudadanía «crítica», es decir, alineada con las consignas de la corrección política. Esta es la razón por la que todos los movimientos de resentimiento apoyados por la izquierda, desde la lucha contra el cambio climático hasta la ideología de género, han logrado meter baza en la educación, orillando contenidos académicos más clásicos como las matemáticas cuyas horas lectivas, por ejemplo, se han ido reduciendo en favor de contenidos eminentemente ideológicos.

Para quienes se decantan por este enfoque «equitativo», «diverso», «inclusivo» y «transformador de la sociedad», el aprendizaje de contenidos académicos queda en segundo plano. Una periodista del Diario de Mallorca se felicitaba estos días porque los resultados de PISA 2022 demostraban que la brecha entre nativos e inmigrantes en Baleares era menor que en la comunidad de Madrid. Lo que no decía era que en Madrid tanto nativos como inmigrantes estaban 20 puntos por encima de los correspondientes nativos e inmigrantes de Baleares. Otra periodista del arabalears.cat afirmaba para salir al paso de los malos resultados de PISA que «en una sociedad como la balear, con la mitad de los residentes o más nacidos fuera de las Islas, seguramente más importante que les competencias valoradas en las pruebas PISA es la capacidad de integración de estas personas».

Los sindicatos STEI y CCOO se han pronunciado en la misma dirección, recordando que PISA no evalúa aspectos educativos más allá de los puramente académicos. Como vemos, existe una tendencia a ensalzar objetivos como la equidad, la integración, la diversidad, la inclusividad o la felicidad del alumnado en detrimento de la adquisición de conocimientos y habilidades académicas.

Sin embargo, no por el hecho de proclamar una y otra vez unos fines beneficiosos vas a conseguirlos si los medios y métodos para hacerlo no son los adecuados. Y me da la impresión de que los movimientos de renovación pedagógica de los que nacen los de innovación pedagógica (con su constructivismo del aprendizaje, su educación por competencias o por proyectos, sus situaciones de aprendizaje) lo único que han logrado ha sido rebajar muchísimo el nivel académico sin haber alcanzado apenas ninguna de las metas (integración, inclusión, equidad, formación cívica, diversidad) que se proponían, al menos en un grado significativamente mayor que el que ya se lograba cuando se perseguía algo tan elemental como la excelencia académica.

En una palabra, el sacrificio de lo académico tampoco ha alumbrado mejores personas. Basta remitirse a la conflictividad, la anomia, la violencia y la indisciplina que campan por sus anchas en las aulas, denunciadas por algunos sindicatos como el CSIF y AMPE, para percatarse de los resultados de toda esta mermelada buenista, tan indigerible como hipócrita. Lo que ya sabemos a día de hoy es que un modelo que desprecia la exigencia, el mérito, la responsabilidad y el esfuerzo produce estudiantes mediocres, vagos, quebradizos, irresponsables y anómicos, lo que no les priva a menudo de tener unas expectativas muy por encima de sus posibilidades reales.

Tampoco se ha avanzado en equidad. La enseñanza entendida como la transmisión sistemática de conocimientos académicos que en ningún otro lugar van a aprender estaba destinada a lograr la igualdad de oportunidades que permitiera equiparar en educación a los hijos de las clases más humildes o que no habían tenido acceso a la educación superior por razones familiares. Este era el sentido político de la educación universal obligatoria. El resultado de habernos alejado de este propósito que informaba a la educación tradicional ha desembocado, por el contrario, en la perpetuación del «clasismo» y los «guetos» socioeconómicos que precisamente se querían eliminar, perjudicando a los estudiantes más humildes a quienes el propio sistema no ha permitido salir del pozo.

Hace tiempo que en España políticos y docentes dejaron de creer que a las aulas se iba básicamente a aprender y que todos los recursos y esfuerzos debían ponerse al servicio de este noble fin y que, por añadidura, con orden, disciplina y exigencia, se iría avanzando mutatis mutandis en otros como la cooperación, la integración o la equidad.

Sencillamente, no esperaba otros resultados de PISA 2022. Y a lomos de la LOMLOE que lleva implantada año y medio tampoco aspiremos a mejorar en PISA 2026. Al tiempo.

Lo último en Opinión

Últimas noticias