ESTADO DE BIENESTAR

¿Y si los fachas tuviéramos la razón?

Políticas liberales

Fue recibida como un producto moralmente corrupto de la naturaleza femenina, que dicen que es más proclive al progresismo que la de los varones. Fue amenazada por la señora Von der Leyen, de su misma condición sexual -y miembro de la familia conservadora acomplejada-, con las siete plagas de Europa, porque no hay perdón posible para los fachas. Pero ninguno de los temores apocalípticos ha fraguado. La primera ministra italiana, Georgia Meloni, sigue más fresca que una rosa mojada por el rocío. Acusada de derechista extremosa ha conducido las relaciones europeas con guante de seda, está demostrando agallas e imaginación para frenar la inmigración rampante y sobre todo ha mejorado los registros económicos del país, que nunca han destacado por su fortaleza.

Lo ha hecho justo a la contra de las políticas convencionales, desafiando los mantras de la izquierda, cuestionando ese estado de bienestar elefantiásico que sólo produce gente mostrenca histérica por el rancho diario. En agosto de 2023 se cargó el último invento del ‘buenismo’ izquierdista -o lo demedió-: la renta mínima ciudadana, destinada a proteger indiscriminadamente a los supuestos parias de la tierra, ya fueran varones o mujeres dotados de la potencia que reparte en abundancia la genética para competir y prosperar.

Esta determinación para poner a trabajar a los vagos, bien de solemnidad o de condición inducida por el Estado, está empezando a provocar unos resultados exuberantes. Los beneficiarios de la renta ciudadana han caído del millón de hogares de agosto de 2023 a 600.000 núcleos familiares a finales de año. Pero la diferencia no ha ido a parar a la morgue. La italiana no los ha liquidado. Simplemente, los ha puesto a laborar, y parece que con éxito. Ya no son una carga para el Estado sino que contribuyen a la riqueza común. Están cambiando su condición de parásitos por la de ciudadanos responsables de su futuro personal y del destino de la prole. Han dejado de ser víctimas para convertirse en protagonistas.

Esta sencilla decisión, que generó una enorme controversia en el país, ha tenido un efecto luminoso sobre las cifras de paro, que ahora suma 1,8 millones, un dato nunca visto antes desde 2009. El resumen es que la tasa de desempleo -en relación con la población activa- se sitúa ya en mínimos del 7,2%, y que hay que remontarse a 2009 para encontrar cotas tan positivas en la serie histórica de Italia. Naturalmente, el milagro no se debe en exclusiva al recorte de la canonjía repartida por el estado benefactor sino también al impulso económico de políticas aperturistas en favor de la competencia. Hasta hace poco, Italia era el tercer país europeo con más paro, sólo por detrás de España y Grecia. A finales de 2023 ya ocupaba la sexta posición.  No hay duda de que esta señora es una crack.

Pedro Sánchez y Giorgia Meloni
Pedro Sánchez y Giorgia Meloni, dos maneras de entender la política y el mundo.

En cambio, el compañero Sánchez, tan galante con Von der Leyen como descortés con Meloni, juega en otra liga. Quiere ser el patrón de la democracia entendida a su manera -como la destrucción de todos los contrapesos al poder ejecutivo- y luchar contra la involución que representa la ola reaccionaria que recorre el mundo desde la Patagonia argentina de Milei hasta la costa italiana. Pero no puede desprenderse del baldón que pesa sobre su voluntad por conseguir una sociedad mejor: España sigue encabezando la tasa de paro europea, muy cerca del 12%.

Sus recetas contra lo que llama neoliberalismo continúan sin dar resultado, aunque la sociedad permanezca impasible, colmada como está de regalías y dádivas de toda clase. Su política extractiva de los beneficios de las empresas más pujantes, su perseverancia en la presión fiscal más elevada del Continente sólo dan lugar a un crecimiento modesto sostenido por el consumo público y el empleo a cargo del Estado, ajeno a las inclemencias que soporta un sector privado exangüe, al que sólo queda la determinación de las políticas que concibe y exporta la Comunidad de Madrid, el único bastión a resguardo de la ira y las malas artes de la Moncloa ocupada por un señor sin principios, ayuno de voluntad alguna por reforzar la moral pública.

¿Se puede sostener que penalizar al que invierte y crea riqueza en España es social?, se ha preguntado públicamente el consejero delegado de Repsol, Josu Jon Imaz. La respuesta es sí, según Sánchez. Y la razón es que la única responsabilidad de las empresas no es aumentar los beneficios de los accionistas, como dejó claro en su momento el gran Milton Friedman. Ahora ya no. El inefable presidente español ha decidido que en adelante las compañías deben defender por encima de todo la democracia espuria que él trata de forjar a hierro, y que a partir de ahora las empresas deben ayudar a elevar el poder adquisitivo de los trabajadores, frenar la emergencia climática y sobre todo a combatir los avances de la ‘fachosfera’.

Como Sánchez sabe que juega con ventaja, no tiene pudor a en enseñar públicamente a los empresarios por qué les conviene participar en el juego que propone: «Ustedes saben que las compañías necesitan a los gobiernos para innovar y crecer». Y en efecto, muchas de ellas están bien regadas de dinero público y parecen encantadas con la mordida. Pero luego la realidad es esquiva. Las empresas tienen sus accionistas, que demandan planes de negocio con futuro, desean beneficios crecientes y abominan de los compromisos políticos con el Gobierno de turno, que siempre suelen salir caros.

«Debemos trabajar juntos para construir prosperidad, un nuevo triángulo virtuoso formado por el sector privado, el Estado y la sociedad civil que nos permita garantizar progreso económico, aumentar el bienestar y asegurar la sostenibilidad medioambiental para el conjunto del mundo». Estas son las apacibles y malheridas ideas del presidente. Pero todos sabemos que tal retahíla de palabras tan puras como huecas son la antesala del atraco, el anuncio de un nuevo robo para castigar la cuenta de resultados de las empresas y redistribuir el botín entre una pléyade cada vez mayor de ciudadanos adictos a vivir de la aportación por la vía coactiva de los demás, previamente demonizados como ricos, codiciosos o insolidarios.

Hay por fortuna líderes políticos como Meloni o el reciente Javier Milei en Argentina que se resisten a consolidar a lo mejor de la juventud de sus países en la trampa de la pobreza. Que están prestos a reducir el tamaño del sector público para dar espacio al nervio creativo de las personas, y persuadidos de que hay que acostumbrar a los ciudadanos a que sobrevivan por su cuenta explotando al máximo sus capacidades; que creen muy conveniente limitar las subvenciones y las ayudas a los casos contados de aquellos castigados inexorablemente por las circunstancias hasta el punto de no poder remontar por sí solos.

El mundo está en efecto en peligro. Pero no por el efecto demoníaco del liberalismo, en franco retroceso, sino por el avance asfixiante del Estado en vidas y haciendas que le son impropia, por la penetración del socialismo ambiental,  que sólo conduce a la desidia y la pobreza. Como bien dijo Milei en Davos, el capitalista auténtico -que es aquel que proporciona bienes de mejor calidad a mejor precio-es un benefactor social y un empresario exitoso es un héroe. Yo añadiría que un subsidiado a perpetuidad es el mayor fracaso político de todos los tiempos.

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