Sánchez, el profanador de momias

Sánchez, el profanador de momias

Escribo ajustándome al más propio lenguaje forense. Los restos de Francisco Franco son hoy una momia gracias a la maestría de unos artistas de la taxidermia humana: los doctores Piga, padre e hijo, que se encargaron del embalsamamiento apenas muerto el general. No digo que el cuerpo estuviera aún caliente porque sabido es que el hombre fue sometido en sus postreros días a una técnica de “enfriamiento”, una hipotermia, para ralentizar los destrozos orgánicos. La momia, según se cree, se encuentra aún en un estado de conservación aceptable y para ser extraída de su sarcófago precisa de una autorización distinta a la de si se tratara de una simple acumulación de huesos. Ni siquiera de este importante detalle han caído en la cuenta los tres desenterradores de La Moncloa: Sánchez, la inefable Calvo y el gurucillo Redondo, al que Franco antes de ocupar anómalamente el complejo presidencial le importaba exactamente una higa. O sea, como ahora.

Pero Sánchez en su obsesión por vengarse de un personaje histórico –¿o no lo es el hombre que mandó en España durante cuarenta años?– y en pasarle la cuenta a un dictador al que ni siquiera conoció, le está haciendo sumamente popular. Los habitantes de El Escorial y Guadarrama, los dos pueblos limítrofes con el Valle de los Caídos, cuentan y no acaban de los regueros de coches que diariamente se aglomeran a la entrada del Valle, entrada que, por cierto, no es ni mucho menos gratuita. Antes, a la Basílica se asomaban los fieles dominicales y algunos visitantes ocasionales de la Abadía; ahora acuden en tropel personas de toda edad. Sánchez ha hecho el milagro de convertir a un autócrata del que nos habíamos olvidado, poco menos que en un personaje de los programas de corazón. Suele afirmar un productor de este tipo de programas de televisión que Franco vende más que la agónica Belén Esteban o que ese Bustamante, el artista que más “gallos” ha proferido en la historia del cante español.

Los franquistas apolillados han recuperado el habla, se agrupan como hooligans en la Fundación del finado hace ya sesenta y siete años y están dispuestos –lo he escuchado contar– a contribuir al pago de todos los procesos que se pongan en marcha para impedir la exhumación del llamado invicto, que –así es la Historia– lo fue, qué le vamos a hacer, que diría un reportero bizco. Pero él, erre que erre. Educado como está en el que durante el franquismo fue el instituto de Enseñanza Media más privilegiado por el Régimen, Sánchez quiere enviar a la momia de Franco al pudridero más cercano. El bodoque narcisista afirma que es un “deber histórico” al que no puede desobedecer porque él está llamado a tales menesteres trascendentes. Quizá le han convencido de este deber sus familias cercanas, la suya y la de su señora que, como todo el mundo sabe, fueron perseguidas, acosadas e incluso hasta trituradas durante la dictadura. Es un monumento a la hipocresía pero, sobre todo, es una monstruosa estupidez. Hace muy pocos días oí decir al ex-primer ministro francés, Manuel Valls, hoy candidato a la Alcaldía de Barcelona, una sentencia plena de sensatez: “Algunos gobernantes europeos están alimentando los nacionalpopulismos”. O sea, las corrientes políticas que hoy harían feliz al denominado caudillo.

En esta carrera en pelo por levantar a Franco de su tumba, Sánchez está dispuesto a lo que sea, también –esto ya es definitivamente grave, o sea, un delito– a profanar una Basílica, protegida de cualquier avalancha gubernamental por los Acuerdos entre el Vaticano y España de 1979. Y antes desde luego no está teniendo empacho alguno en malversar la opinión del propio Papa Francisco. ¿Qué le importa a este individuo tan desahogado la posición del Sumo Pontífice? Ni a él ni a la analfabeta Calvo, ni al baranda de la televisión gubernamental, el gurucillo Redondo, que si Dios nos ayuda, tendrá que irse a ganar el pan a partir del 29 de abril fuera de España, porque aquí nadie le va a dar ni un chusco cuartelero. Sánchez ha resucitado a la momia, con la momia el odio entre españoles que habíamos enterrado, nosotros sí, en 1978, y la confrontación entre no sé cuántas Españas. Este profanador de momias ya es más que un peligro público; es el barrenero histórico que, de seguir montado en el Falcon, nos puede llevar directamente a una susto civil sin precedentes desde los años treinta del siglo pasado.

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