Sánchez, el perdonavidas

Sánchez, el perdonavidas

La sesión parlamentaria del miércoles 23 permitió observar cómo el presidente del Gobierno más depredador de cuantos han hollado el Palacio de La Moncloa se travestía de hombre caritativo, amable y conciliador mientras con gesto indisimulado despedía con superioridad al fenecido dirigente del PP.

Se pudo colegir un rictus de pistolero perdonavidas que no remataba con su colt al hombre que osó disputarle el sillón y que, con un poco más de aquello, a punto estuvo de conseguirlo.

Casado es un cadáver político. Cierto. Pero el gran edecán de los secretos de Estado, el depredador por antonomasia de la vida española, no puede salir a la calle en ningún rincón de España sin que el pueblo le abuchee, le increpe y hasta le maldiga. Esta es la verdad. Y la verdad es siempre la verdad.

Sánchez, el presidente que utiliza el poder en beneficio propio como ninguno de sus predecesores se atrevió, tampoco está para tirar cohetes. Cuando ese poder se tambalee podrá observar el cariño que le guardan los de dentro y los de fuera. Es una mera cuestión de tiempo. Bajo su mandato, el Estado no es más fuerte, ni sobrio, ni decente. Es más oscurantista, aprovechón e incapaz. Los depredadores suelen tener suerte en primera instancia (lleva poco más de tres años en el poder) pero terminan por capotar cuando la baraka se tuerce.

No cabe duda de que el episodio del suicidio televisado por parte del centroderecha representa una gran botella de oxígeno en los pulmones de un primer ministro que, más allá de lo que expanda su particular RTVE y su enorme legión de deudos y ganapanes, no resiste un análisis en profundidad realizado desde la óptica democrática. Ni en lo económico, ni en cuestión de libertades, ni en Derecho, ni en puridad democrática. Sánchez es el último de la clase al que ha tocado en suerte bailar con la rubia del lugar. Descabezado el PP, me muero de ganas por comprobar cómo se conduce ante un nuevo líder en el que lo más importante no es el exabrupto, sino la eficacia.

El malo en las películas de John Ford, al final, nunca gana.

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