Apuntes Incorrectos

Sánchez: ni concordia política ni explosión económica

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La política y las circunstancias crean extraños compañeros de alcoba. Por ejemplo, el maridaje entre los ejecutivos del Ibex 35 y la prensa progresista. La señora Ana Botín, la presidenta del Banco Santander, dijo hace muy poco que este año “España se va a salir del mapa”, dando a entender que va a registrar un crecimiento estratosférico. Ignacio Escolar, el responsable de El Diario.es, el lodazal donde chapotea el sectarismo de la nación asegura igualmente que “viene una recuperación explosiva, y que esto va a llevar a una situación diferente a la que se está viviendo”, en la que el social comunismo se reafianzará, fortaleciéndose si cabe.

Y no hay duda de que el matarife Sánchez alberga la misma expectativa: el despegue económico. Se ha cargado a Redondo, dispuesto a tirarse a un barranco por él, a la Carmen de Cabra, que dio la cara por el jefe hasta límites insospechados, al ministro Campos, que ejecutó los indultos a la perfección, y a Ábalos, que tantos tratos sucios ha administrado con desigual suerte, de estiércol hasta las cejas con Venezuela y más de la Centroamérica corrupta. Pero Sánchez ha conservado al equipo económico, que es el enlace con Bruselas y el que, más mal que bien, puede asegurar la recepción de los fondos europeos, que de momento no llegan y no tiene pinta de que se transfieran con la diligencia y la ausencia de condiciones que desearía el faro de La Moncloa.

Los grandes empresarios tienen una fe ciega en la señora Calviño. Están en su derecho porque la esperanza es lo último que se pierde, pero ya les aseguro que los conocimientos económicos que posee y el cierto respeto por las reglas que esgrime no evita que sea también una sectaria marca de la casa, además de vanidosa. Es de esperar que emplee sus facultades en combatir a la radical Yolanda Díaz, que es una activista en toda regla, un hueso duro de roer, poco dispuesta a entrar en razón sobre las reformas que convendría impulsar con el objetivo de despejar el camino del dinero en el que confían los hombres de negocio siempre amicales con el gobierno de turno.

Una vez consumada su carnicería, la propia de un político sin escrúpulo de clase alguna, Sánchez escribió el siguiente tuit: “hoy comenzamos una nueva etapa en el Ejecutivo, con un equipo que aportará juventud, cercanía y experiencia en el servicio público para acometer una recuperación justa, social, digital, verde y feminista”. ¡Qué retahíla de cursiladas, lugares comunes, atropellos a la inteligencia!, pero sobre todo qué cumulo de peligros amenaza al país si va a estar dirigido por estos mantras ridículos.

La Comisión Europea ha pronosticado que el PIB de España crecerá este año un 6,2%, una cifra inédita en tiempos de paz, y también se ha dicho que eso nos convertirá en la nación con el aumento de la actividad más pujante. Pero no es cierto. Irlanda llegará hasta el 7,2%, y también nos sobrepasarán la Hungría del detestado Orbán, con un 6,3%, y la olvidada Rumanía, con el 7,4%, todos ellos, por cierto, contrarios a subir los impuestos. La diferencia entre nosotros y el resto de los países que cito es que, en 2020, y producto de la desastrosa gestión de la pandemia de Sánchez, la economía española cayó un 10,8%, a muchísima distancia de los demás. Es decir, el año pasado España se precipitó hacia el abismo, naufragó como el Titanic, entró en un estado de coma inédito en la historia conocida.

Desde este irrebatible punto de vista estadístico, lo que está sucediendo ahora tiene poco que ver con una recuperación en toda regla y mucho más con un rebote que será incapaz de devolvernos a la situación precrisis. Más aún: si se cumplen los pronósticos de Bruselas, el PIB estará este año entre cuatro y cinco puntos por debajo de 2019, y no debido al comportamiento deseable de familias y de empresas, del consumo y de la inversión, sino al progreso imparable del gasto público que ha producido al mismo tiempo un déficit presupuestario récord y un nivel de deuda que sería imposible de soportar sin el socorro del Banco Central Europeo. Un país con la tasa de paro más alta de todos los estados desarrollados -un millón de empleos menos que antes de que apareciera la pandemia-.

A corto plazo, el rebote va a ser fuerte, las cifras empezarán a provocar alegrías al nuevo Ejecutivo verde y feminista necesitado de las mismas, tras la derrota humillante sufrida el pasado 4 de mayo a manos de Ayuso, y tal sentimiento de felicidad se prolongará en 2022 sin que deje de ser un mero y fatal espejismo. Estamos viviendo unos tiempos nublados por el velo proporcionado por los ERTES, los avales, la imposibilidad de los despidos, la casi prohibición de los concursos de acreedores, enchufados a una hemorragia imparable de gasto estatal; pero cuando esta clase de políticas de apoyo -que no pueden ser eternas- empiecen a retirarse, cómo vamos a encontrar la nación. ¿Cuál va a ser el deterioro real del tejido productivo una vez que el Estado se abstenga por obligación y se vea quién nadaba desnudo?

En un reciente informe, Goldman Sachs afirma que la coyuntura apunta bien -los índices de sentimiento económico, empresarial y ciudadano están en máximos, es verdad que después de haber sufrido la hecatombe- pero que el principal riesgo que afronta España es la inestabilidad política, el estado de crispación permanente. No hay nada en la remodelación del Gobierno que ha impulsado Sánchez que permita inferir que la inestabilidad vaya a desaparecer del mapa. Los ministros iletrados y enloquecidos de Podemos siguen en sus puestos, dispuestos a promover las iniciativas descabelladas que se les ocurre cuando se levantan por la mañana; la Generalitat de Cataluña continúa con su programa de máximos, el PNV, a la vuelta de la esquina, no desiste en sacar tajada del rio revuelto en el que navega una nación a la deriva, y el PP y Vox parecen cada vez más determinados a combatir a un presidente cuyo desafecto por el bienestar común y el interés general está más que probado.

Mientras tanto, seguimos ajenos al cambio estructural que la pandemia ha ido cociendo de manera quizá inexorable, en relación con las modalidades de trabajo, con la digitalización, con los nuevos patrones de consumo y de gasto de las familias y con las nuevas opciones de inversión empresarial, así como con la demanda de profesiones alternativas. Este nuevo escenario exige a gritos una economía muy flexible y abierta, y también, a largo plazo, bastante austera, pero las políticas que están en marcha sobre la educación, sobre las pensiones, sobre el mercado laboral, sobre la eficiencia de la Administración y de su personal van justo en el sentido contrario con el consentimiento o la no oposición de la señora Calviño, la nueva vicepresidenta primera del Gobierno. Si en esto es en lo que confía el Ibex 35, si el futuro del país está depositado en este nuevo Ejecutivo de diseño, entregado a lo políticamente correcto y al progresismo universal, contrarios por naturaleza al beneficio y la prosperidad capilar vamos apañados.

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