¿Sabremos ponernos de nuestra parte?

Trump

Como la mayor parte de las personas que hablan mucho, Donald Trump dice muchas tonterías, pero ya tendríamos que saber diferenciar sus boutades simplistas y provocadoras de las advertencias serias y los planes realistas. Es verdad que a veces se prodiga tanto en fantasmadas o en insultos que es difícil tomárselo en serio, pero en otras muchas ejerce de verdadero pepito grillo de un Occidente cada vez más iluso e ingenuo. En el mes escaso de presidencia efectiva se ha caracterizado por una cargante sobreactuación, lanzando toda una batería de medidas, proyectos y programas que, aunque en algunos casos son ocurrencias propias de su personalidad convulsa e irreflexiva, en muchos otros son avisos que se deberían escuchar y amenazas que no se deberían ignorar.

Como ya pasó durante su primer mandato, en muchas materias terminará por aplacar su ambición renovadora y adoptar una posición más posibilista, pero hay una en la que va a ser descarnado en el planteamiento e implacable en sus exigencias, y ésta es la organización estratégica de la defensa atlántica.

Obviamente entre las motivaciones objetivas está el intento de corregir la falta de compromiso político y presupuestario de la práctica totalidad de los tradicionales aliados, pero es muy probable que en el ánimo de Trump esté influyendo un cierto deseo de venganza personal respecto del establishment europeo, que le considera un político advenedizo tan ignorante como prepotente. Es evidente que el principal aliciente para detener la guerra de Ucrania es el coste económico y los intereses de los Estados Unidos, pero, por otro lado, en Trump no hay tanta vocación de ayudar a Putin como de despreciar a la Europa woke, fatua, roñosa y desleal.

Ante este nuevo posicionamiento de los EEUU, en Europa tenemos que decidir si queremos continuar por el actual camino o adoptamos una posición más realista y menos idealista. Por supuesto que este cambio obligará a realizar algunos sacrificios, sobre todo económicos, pero la primera opción ya sabemos que nos está llevando a una situación de vulnerabilidad incrementada ante amenazas que, asimismo, crecen en número y en intensidad.

Es evidente que los actuales presupuestos europeos no solo costean los paquetes sociales y que, además de ineficiencias, hay muchas partidas de gasto que se pueden revisar. Por poner algún ejemplo, no es tan refinado gastar dinero en armas o en reclutar y formar militares como en comprar obras de arte o en realizar películas ruinosas; y quizá no es tan glamuroso crear una efectiva estructura de seguridad y defensa como proteger las especies animales o los espacios naturales. Pero no vivimos en un mundo de Yupi y seguramente tenemos que ser más utilitaristas; no el utilitarismo amoral de Peter Singer o el pacifista de los autores marxistas, sino un utilitarismo que beba de los postulados de Bentham revisados por John Stuart Mill y que defienda los principios más básicos de la libertad y la seguridad de los ciudadanos europeos.

Ante esta disyuntiva es casi seguro que los países europeos no van a dar una respuesta unánime. Algunos, ya sea porque se sienten especialmente vulnerables ante amenazas externas, actuales y futuras, o porque de verdad crean que corresponde contribuir a la defensa común, estarán dispuestos a mayores esfuerzos. Otros, sin embargo, ni por contrición ni por atrición se sentirán obligados, y se opondrán o arrastrarán los pies ante nuevas exigencias.

Y todavía más allá de éstos, estará la posición en la que, para nuestra vergüenza y nuestra desgracia, Pedro Sánchez y sus socios de Gobierno van a colocar a España. Ante la urgencia agravada que tenemos planteada, nuestro presidente está a otra cosa; él es el menos estadista, pero es el más oportunista y en esta situación ha identificado una oportunidad personal: la de significarse como adalid del pacifismo buenista y, sobre todo, del antitrumpismo.

Pero es que, además, y sin necesidad de nombrarlos, España no es un país libre de peligros y amenazas, y ante ellos cada vez somos más vulnerables. Respecto a esos países hemos perdido las ventajas económicas, tecnológicas y seguramente operativas de nuestras Fuerzas Armadas, cuando, además, hay que poner muy en duda el compromiso con nuestra defensa de nuestros teóricos aliados.

No se trata, por tanto, de estar de parte de Trump o en contra de Trump, de comprometerse lealmente con la defensa de nuestros aliados y de los principios democráticos de Europa o la de hacer seguidismo del pacifismo más rancio, sino simplemente en estar de parte de nosotros mismos.

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