Requisitos para formar parte de este Gobierno
El principio de Hanlon defiende que no se ha de atribuir a la maldad lo que pueda ser explicado por la estupidez. Siguiendo esta causa, me voy a atrever a esquematizar en puntos las generalidades que se pueden aplicar a todas las personas que han conformado y conforman el Gobierno de Pedro Sánchez. Pero antes deseo señalar cómo se ha descolorido en general este panorama. Como columnista reconozco el valor añadido que tenían personajes como Manuel Castells, Irene Montero o Fernando Simón. Nos hicieron reír, nos hicieron llorar de risa, y eso tiene mucho valor en momentos de dramatismo. Actualmente, los que podrían dar más juego -Yolanda Díaz, Óscar Puente, María Jesús Montero, Félix Bolaños- carecen de ese puntito añadido de atrevimiento o gracia innata de algún tipo, quedando en personajillos parodiables en un agónico «quiero y no puedo». Sin más preámbulos, procedo a esbozar lo prometido:
- Tener una ideología que disimule la ausencia de ideas, y blindarse contra ellas.
- Argumentar bajo la apariencia de estar en una posición crítica, evitando que se aprecie la lógica compartida: la charlatanería.
- Ser invulnerable a los razonamientos.
- Refutar una incongruencia con otra incongruencia y, si ambas son falsas, mejor.
- Poner cara de antisistema por los pasillos del Congreso, tratando de personalizar el bien común: el progresismo.
- Demostrar en todo momento que son seres corrientes, vulgares, insignificantes y prescindibles.
- No caer en la tentación, bajo ningún concepto, de mostrar agilidad mental y coherencia, los grandes males de las sociedades que avanzan.
- Tener claro que la estupidez es amnésica.
- Sólo un ser en el Gobierno piensa, el presidente; el resto se limita a embestir.
- Mostrar la carencia de preocupaciones serias, todo va siempre bien. Estar preocupados es mostrar inteligencia, aunque sea de un modo pasivo, y no se puede caer en ese charco.
- No dar problemas al presidente, no ser majadero en las reuniones internas y, si es posible, no pensar; sólo trasladar lo que éste mande a sus diferentes ámbitos.
- Dar explicaciones que nadie ha pedido con cara de interesante para no enredarse en cuestiones importantes y verdaderamente trascendentes, de difícil solución.
- Evitar por todos los medios el más mínimo atisbo de encanto personal. Un miembro real y auténtico del Gobierno sanchista, por definición, no es atractivo, ni cultiva sus valores.
- Sus fracasos siempre son culpa de las prohibiciones hechas por los Gobiernos precedentes.
- El éxito del presidente es imposible de compartir. Hay que admirarle incluyendo lo que hay de admirable en cada uno de los miembros de su equipo.
- Renunciar a las ideas propias para hacer carrera.
- No se puede caer en la tentación de ser elegante, no es progresista. Si se va con traje, hay que llevar botines, como los chinos; los pelos femeninos, si es posible que sean rojos y rizados, o falsos rubios muy marcados. Si se tiene cierta adicción a las peluquerías, que se note mucho esta adicción, de manera que los adictos a cualquier cosa entiendan que es ésta una condición progresista. En cualquier caso: sí al vicio, entendido como ruptura con lo aceptado por los ricachones de toda la vida, tradicionalistas y casposos.
- Todo vale antes que reconocer la propia estupidez. Ésta está subvencionada.
- Desviar la atención sobre los problemas más apremiantes de manera generalizada, dando importancia al lenguaje inclusivo, a la libertad sexual en las escuelas o a cualquier desvarío que distraiga a las masas. Las multitudes no piensan, sólo piensan las personas, y no todas y no con acierto.
- No atreverse a saber demasiado. La mezquindad y la miseria moral son parte de la naturaleza humana. Nada de causas comunes que abrazar, nada de remordimientos. El mal nunca es radical.
Como ven no hay cabida para la honestidad intelectual, ni moral. ¡Todos a una! Realmente todos los miembros cumplen con las premisas, hay que reconocer que su jefe sabe utilizar bien el látigo. La carencia de ideas propias es fundamental para conseguir el obtuso populismo que se desprende de todas sus posturas. Estamos dentro de esta jaula, y parece que nadie tiene la llave para que podamos salir. Al menos, podía dar un pasito adelante algún nuevo ministro con algo más de chispa, que despierte nuestro sentido del humor, como hacía el gran Castells. Cómo se le echa de menos, su legado es patrimonio inmemorial de nuestra pandemia: «Este mundo se acaba. Aquel, no; pero éste, sí». No se acaba, no, ni visos tiene. Y cada día estamos más invulnerables a los razonamientos. Nadie sale airoso del cotejo de los hechos. Ni siquiera rozan la embriaguez de vivir, aguiluchos centelleando sobre la piedad de una paloma, nada de ir de frente, nada de imperioso, inmersos en un oscurantismo casi medieval.
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