Reformas o patada hacia adelante

Reformas o patada hacia adelante

El presidente Sánchez se ha hecho esta semana, aprovechado un viaje a Bruselas, una pregunta crucial: ¿Por qué para la derecha las reformas siempre deben causar dolor social? Lo hizo para criticar al señor Feijóo a cuenta de las pensiones. El líder del PP había puesto como ejemplo, poco antes, la reforma de las pensiones impulsada por Macron en Francia, que tiene incendiado el país desde hace más de una semana, desde antes de que se aprobara por decreto ley. Se trata de una reforma discreta, que tan sólo aspira a ampliar la edad legal de jubilación apenas dos años, de 62 a 64, una medida sin embargo ineludible para devolver la sanidad a las cuentas públicas y combatir la endemoniada pirámide demográfica, que como en todos los países desarrollados amenaza gravemente la sostenibilidad financiera del modelo. Pero este pequeño cambio ha levantado en armas a la sociedad francesa, que tiene un nivel de vida portentoso -si bien es cierto que allí las jubilaciones son menos generosas que las españolas en relación con el último salario en activo- y no está dispuesta a dar un paso atrás en sus derechos, prebendas y dependencia absoluta del Estado nodriza. El caso es que Macron está demostrando una determinación envidiable y un coraje inaudito entre los líderes del momento, dispuestos a satisfacer todas las reivindicaciones sociales por más estrambóticas y ridículas que parezcan.

Pero en efecto, la reforma de Macron, por modesta que sea, causa dolor y altera el statu quo, y a esto Sánchez no estará dispuesto jamás porque sólo está interesado en comprar el mayor número de votos posible antes de las elecciones, entre los mayores, los jóvenes, el feminismo radical, el colectivo LGTBI, y el resto de los colectivos y sus reivindicaciones extemporáneas. Respondiendo a la pregunta crucial de nuestro presidente, las reformas siempre causan dolor por la sencilla razón de que, en caso contrario, no son reformas sino una patada hacia adelante que esconde los problemas y los acaba engordando a la espera de que venga otro y restaure la situación incurriendo en una impopularidad inmerecida, pero explicable, teniendo en cuenta el recorte obligado de los privilegios adquiridos gratuitamente o a costa de los demás. Si las reformas causan dolor a corto plazo es porque reportan enormes beneficios en el futuro y aseguran, en el caso del retiro, que los que todavía estamos en activo y sobre todo los jóvenes podamos aspirar a percibir una paga de jubilación cuando llegue el caso.

Esto será cada vez más difícil con los planes de Sánchez y de su ministro Escrivá, un tipo soberbio, peligroso y acomodaticio donde los haya, como bien demuestra el suspenso sin paliativos que le ha concedido la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal, que no olvidemos que fue el órgano de vigilancia que la Comisión Europea nos obligó a instaurar en España precisamente para controlar los eventuales desmanes de los gobiernos en el manejo de las cuentas públicas y al que escucha de manera preferente. De acuerdo con su análisis, la no reforma de Escrivá aumentará el déficit del sistema hasta el 7% a medio plazo y hará necesario más pronto que tarde ajustes adicionales.

Todo lo que ha hecho Sánchez con las pensiones es un auténtico despropósito. Subirlas un 8,5% en plena crisis de crecimiento y con los precios al alza, mientras en el sector privado se destruyen empresas o los salarios se ajustan para no castigar irreparablemente la cuenta de resultados de las sociedades y así permitir que sobrevivan, no tiene un pase. Para financiar este gasto suntuario se ha aumentado hasta extremos asfixiantes la presión fiscal sobre las compañías, adicionalmente con impuestos de nueva generación, y con un incremento de las cotizaciones sociales que encarecerá el empleo o abocará en muchos casos a su extinción. Y lo mismo cabe decir de otras decisiones mal llamadas reformistas de este Gobierno reñido con la higiene elevando el salario mínimo interprofesional hasta extremos insoportables o subiendo escandalosamente la retribución de los funcionarios, que tienen su puesto asegurado de por vida, librándoles de su necesaria participación en la solución a la crisis mientras los trabajadores del sector privado cargan con la mayor parte de los costes, a través de pérdidas de puestos de trabajo, salarios contenidos y perspectivas de futuro poco halagüeñas mientras el llamado ogro filantrópico, que no es otra cosa que el Estado dirigido por socialistas, tenga un peso cada más extenuante y un claro efecto desincentivador sobre las unidades productivas de riqueza, los negocios y el emprendimiento en general.

De manera que Sánchez, tratando de criticar a Feijóo, en realidad ha trazado la diferencia entre un reformista de verdad y un trilero dispuesto siempre a cautivar a la opinión pública ocultando los problemas, primero para castigar a los sectores más potentes de la sociedad imponiéndoles el pago por sus caprichos; después endosando los arreglos al próximo que llegue, que si es el caso del PP, como deseo, se encontrará con un panorama desolador y la calle dispuesta a quemar las ciudades para detener las reformas de verdad que tendrá que hacer. Reformas que causarán dolor, como las subidas ineludibles de tipos de interés para reprimir la inflación, o las pérdidas que se imponen a los accionistas descuidados en el caso de las crisis bancarias. No hay reforma de verdad que no evite el correspondiente dolor o sacrificio, igual que no se puede recuperar por completo la salud sin someterse previamente a un tratamiento de choque.

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