Bad Bunny

Ni 100 ni 700 euros: ésta es la salvajada que tienes que pagar por una entrada de reventa de Bad Bunny

entrada Bad Bunny
Bad Bunny. (Foto: Redes Sociales)
Blanca Espada

¿Hasta dónde estarías dispuesto a llegar por ver a tu ídolo en directo? Esta pregunta, que suena casi a prueba de fidelidad, ha cobrado un nuevo significado con el anuncio de la esperada gira de Bad Bunny por España en 2026. Lo que empezó como una doble cita se ha convertido en un auténtico fenómeno de masas con siete fechas confirmadas, dos en Barcelona y cinco en Madrid. Pero lo que más está dando que hablar no es sólo el número de conciertos sino el precio desorbitado que se ha alcanzado para conseguir una entrada en la reventa.

Miles de fans intentaron conseguir su entrada para ver a Bad Bunny en la preventa y en la venta oficial del pasado miércoles, enfrentándose a colas virtuales interminables, fallos en el sistema de registro y, lo más doloroso, precios de hasta 600 euros por los tickets más exclusivos. Y esto sólo era el principio. Porque la reventa no ha tardado en hacer de las suyas y elevar los precios hasta cifras que rozan lo absurdo: hablamos de entradas que ya superan los 1.000 euros en plataformas no oficiales. Lo que estamos presenciando con Bad Bunny no es sólo  un fenómeno musical, sino una radiografía de cómo se ha transformado el acceso a la cultura popular en algo reservado a unos pocos bolsillos. Atrás quedan los tiempos en los que con 40 o 50 euros uno podía asistir a un gran concierto. Hoy, lo que antes era un plan al alcance de muchos se ha convertido, literalmente, en un lujo de alto standing.

¿Cuánto has de pagar por una entrada de reventa de Bad Bunny?

Lo que iba a ser una visita puntual del artista puertorriqueño a España ha terminado por mutar en todo un maratón de fechas: el 22 y 23 de mayo en el Estadi Olímpic Lluís Companys de Barcelona, y el 30, 31 de mayo y 1, 2, 6 y 7 de junio en el estadio Metropolitano de Madrid. La noticia de la ampliación de fechas no vino con previo aviso, pero sí con una avalancha inmediata de fans dispuestos a todo por ver en vivo su nuevo espectáculo, que acompañará al álbum Debí tirar más fotos.

La preventa ya fue un anticipo del caos: colas virtuales de más de una hora, errores al iniciar sesión y una web colapsada fueron la antesala de lo que vendría después. La entrada más barata costaba 73 euros (sin contar los famosos gastos de gestión), pero la experiencia VIP podía alcanzar los 615 euros, una cifra que muchos pagaron sin pestañear. Lo grave viene cuando ni siquiera pagando esa cantidad se garantiza el acceso, porque la reventa ha dinamitado los precios hasta niveles escandalosos.

La reventa como nuevo negocio para este tipo de conciertos

En plataformas secundarias, donde los tickets cambian de manos con rapidez y sin apenas control, las entradas para los conciertos de Bad Bunny ya se ofrecen por entre 800 y 1.200 euros, dependiendo de la ubicación y la fecha. Lo que antes era una excepción se ha convertido en norma: ya no hablamos de reventa en los aledaños del estadio, sino de un sistema casi profesionalizado, con algoritmos que detectan picos de demanda y revendedores que funcionan como verdaderos brokers del ocio.

¿Por qué ocurre esto? En parte, porque las promotoras lo permiten o incluso lo incentivan de forma indirecta. Como explicó recientemente un experto del sector, cuando una entrada se revende por cuatro o cinco veces su valor original, las empresas toman nota. Si el público está dispuesto a pagar 1.000 euros, ¿por qué venderlas por 200? Y así, poco a poco, se consolida una espiral de precios donde gana el que más dinero tiene, no el que más ganas.

Locura por los conciertos de Bad Bunny

Tal y como sucediera con los conciertos en Madrid de Taylor Swift, Rosalía o Karol G en años y meses anteriores, Bad Bunny también ha provocado la locura con las fechas anunciadas de sus conciertos en España para el año que viene. Y es que a los muchos fans que tiene el cantante puertorriqueño se le suman las personas que desean poder decir «yo estuve allí» y contar en el futuro, que pudo asistir al concierto de un artista más que consagrado y encima para una gira con motivo del que es su disco más personal: Debí tirar más fotos.

De este modo, y si tenemos en cuenta el precio de las entradas, intentar asistir a este tipo de evento no sólo se hace para disfrutar la música, sino para formar parte del relato colectivo, compartirlo en redes, y ser parte de una experiencia que se pueda recordar para siempre. Algo que en el pasado también se vivía como tal, pero con la diferencia de que los conciertos de antaño (al margen de los artistas más punteros o innovadores) servían para ver a los cantantes en directo sin más y hoy en día es más un espectáculo digno de cualquier media parte de la SuperBowl.

¿Un lujo al alcance de pocos?

Y como cualquier otro gran espectáculo, las entradas vuelan literalmente, tanto por parte de fans como aquellos que hacen negocio con ello. Es entonces cuando el argumento de que todo es oferta y demanda empieza a sonar vacío cuando se compara con lo que costaban hace solo unos años los conciertos de artistas igual de potentes. ¿De verdad hemos normalizado pagar 1.000 euros por ver a alguien cantar en directo?.

Además, hay otro elemento a tener en cuenta: la globalización. Comprar una entrada en Madrid o Barcelona ya no es competir con tus vecinos de ciudad, sino con personas de todo el continente. Holandeses, alemanes o británicos con mayor poder adquisitivo que el medio español también entran en la puja, lo que eleva todavía más los precios. Y, para colmo, las redes sociales hacen el resto: con cada tuit, historia o vídeo que compartimos hablando del artista, contribuimos a crear una ola de expectativa que acaba repercutiendo en el precio.

Al final, lo que está en juego no es solo cuánto estamos dispuestos a pagar, sino qué significa para nosotros la música en vivo. ¿Se trata de una experiencia transformadora, un lujo ocasional, una necesidad emocional? Bad Bunny, con su poder de convocatoria y su capacidad para agotar entradas en minutos, nos obliga a reflexionar sobre el valor real de estos eventos. Porque pagar 1.000 euros por un concierto no es sólo una cuestión de dinero, es una declaración de intenciones sobre qué lugar ocupa el arte en nuestras vidas.

Y lo más preocupante es que, si esta tendencia continúa, muchos se verán obligados a quedarse fuera. No por falta de ganas, sino por simple falta de medios. Así, lo que debería ser una celebración colectiva corre el riesgo de convertirse en una fiesta privada para unos pocos. Porque ni 100 ni 700 euros: lo que cuesta ver a Bad Bunny en reventa es, directamente, una salvajada.

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