¡Quizás esta vez no se olviden!

¡Quizás esta vez no se olviden!

Todo el mundo, en la necesidad de elegir lo que es bueno para sí y para los demás, tiene derecho a equivocarse. Más en concreto, los políticos que toman importantes decisiones para regir nuestras vidas y haciendas tienen que estar sujetos a observación y crítica, pero no deberían ser estigmatizados si, tratando de actuar en beneficio de todos, yerran en dichas decisiones. Lamentablemente no es el caso. Aunque la verdadera motivación de la concesión de los indultos es inconfesable para Pedro Sánchez, la misma es trágicamente evidente para todos los españoles, y, en consecuencia, puede que estos ni perdonen ni olviden una actuación tan personalmente interesada.

Como además no hay un círculo de amigos o un espacio de convivencia en el entorno familiar, social o laboral en el que no se esté comentando el tema, por cierto, con casi unanimidad -trágica para el gobierno- en contra de los indultos, es posible que se esté retroalimentando ese rechazo, y que se empiece a manifestar en ámbitos diferentes del estrictamente político.

Si se cuenta con que la primera consecuencia que se puede generar es el castigo electoral, y de hecho ya se está reflejando en las encuestas y estudios de opinión.  Y puede ser que, por una vez, un PP más desacomplejado sepa sacar ventaja continuada del engaño del presidente del Gobierno y consiga mantener el clima de indignación hasta las citas con las urnas. De todas formas, el votante PSOE ya ha demostrado tener muchas tragaderas y ser muy permeable al relato electoral que, en esta ocasión, venderá la concesión de los indultos como propias de la generosidad y la visión estadista del líder. Tampoco hay que olvidar el sectarismo secular del partido; veremos cómo la mayor parte de los que actúan como disidentes oficiosos vuelven al redil y, con gran despliegue mediático, exculpan a Sánchez por vía de la favorable comparación con los adversarios de la derecha extrema.

También es hasta cierto punto descontable que el personaje, debido además a su polémico doctorado y a su completa incoherencia en principios y opiniones -nadie tiene una hemeroteca tan cruel-, sufrirá en el futuro el ostracismo en cualquier foro serio. ¿Quién va a estar interesado en conocer el criterio o la opinión personal sobre cualquier tema de alguien que siempre ha demostrado no tenerla? ¿Quién contratará como conferenciante u opinador a quien, con un zarrapastroso nivel intelectual, siempre se ha apoyado en coautores y asesores para impulsar su arribismo?

Pero es que además es posible que, al igual que ya ha pasado con otros personajes de nuestra historia, empiece a sufrir repudia y rechazo personal. No ahora mismo, en que el ejercicio del poder y el uso -y a veces abuso- de su autoridad y de sus recursos consigue tapar cualquier contestación, pero si cuando, en un futuro sin oropel y palio, pueda quedar expuesto a los vecinos que no quieran saludarle, al hostelero que, en ejercicio de su derecho de admisión, no quiera servirle, a los ciudadanos que le señalen con desdén… Y no se tratará de ningún odio -que siempre es inaceptable-, sino de la manifestación del desprecio y aborrecimiento del que se está haciendo acreedor un político tan inútil y mendaz.

PD: Interesante debate familiar hemos tenido este fin de semana a cuenta de la Conferencia Episcopal. – ¡La gallina! – respondió alguien tratando de descifrar la adivinanza que planteó el secretario Argüello para salvar la cara a los obispos de la Tarraconense. Al cardenal Omella le han dicho estos últimos días verdades que parecía tenía olvidadas y que le habrán parecido frías y cortantes como tajos de espada; pero además esta familia católica, con varios miembros catalanes que se van a olvidar de poner cruces, le deja un mensaje que debería haber sido parte de la carta pastoral que no se ha atrevido a escribirnos: en Cataluña los débiles que merecen su especial protección no son precisamente los políticos secesionistas. Por cierto monseñor, una de las obras de misericordia de la caridad cristiana es el asistir a los presos, no liberarlos de condenas justas.

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