Ineptocracia

Opinión de Eduardo Inda

Hace no tanto, con Mariano Rajoy sin ir más lejos, había en España un Gobierno de los mejores, un Ejecutivo de ciudadanos que llegaron a la cosa pública a servir, no para servirse, españoles ejemplares que ganaban en política dos, tres, cinco y hasta diez veces menos de lo que se embolsaban en el sector privado. Tipos como Luis de Guindos, técnico comercial del Estado, el también Teco José Manuel Soria, el por otras razones infausto Cristóbal Montoro, catedrático de Hacienda Pública, los abogados del Estado Soraya Sáenz de Santamaría, Miguel Arias Cañete y María Dolores de Cospedal, el fiscal de carrera Alberto Ruiz-Gallardón, el inspector de Hacienda y ex alumno de Harvard José Manuel García-Margallo y el propio presidente que era y es registrador de la Propiedad. Casi nada.

Con Rajoy se produjo un revival de esos añorados tiempos de la Transición en los que el PSOE, el PCE, Alianza Popular y no digamos ya la sobresaliente UCD estaban poblados de individuos extraordinariamente preparados. Sólo se aceptaba a los número 1 en sus respectivas especialidades. La gente del montón también figuraba en aquellos ejecutivos que recuperaron la democracia en España tras casi 40 años de dictadura pero no en los primeros o segundos niveles, reservados como digo para mentes privilegiadas. Con Felipe González se mantuvo la tónica; el mejor presidente de la historia, José María Aznar, repitió costumbre compulsivamente; las cosas empezaron a irse al carajo con el José Luis Rodríguez Zapatero de las Leyres Pajines y las Bibianas Aídos de la vida. Cierto es que su ministro de Fomento José Blanco no pasó por la universidad pero, al menos, hay que reconocerle el don de la perspicacia y la gestión. Lo demostró, por ejemplo, con la huelga de controladores aéreos.

No es lo mismo que al Real Madrid o al Barça los entrenen Ancelotti y Flick, que han levantado ya copas de Europa o un Mundial, que lo haga el primero que pasa por el Santiago Bernabéu o el Camp Nou o un tuercebotas que no ha ganado ni una Liga de Regional. O que Inditex la comande un abogado del Estado y reputado gestor como Óscar García Maceiras o un piernas de tres al cuarto. O que al mando del Santander esté una banquera profesional como Ana Botín o un enchufado sin oficio ni beneficio. Como tampoco tendría un pase que al frente del Área de Oncología de un hospital situaran a un catedrático en Filosofía y Letras y no a un médico experto en cánceres.

Lo peor de todo es que Corredor, la de los 546.000 pavos de soldada anual, continúa ahí en el machito como si no hubiera pasado nada

Como digo, todo empezó a torcerse con Zapatero en Moncloa pero se descuajeringó definitivamente con la entrada en escena de Pedro Sánchez, un individuo que cursó sus primeros estudios en Santa Cristina, el colegio privado madrileño al que iban zotes, vagos y malotes —adjudiquen la opción que deseen al presidente—, y Ciencias Económicas en el centro universitario María Cristina, el refugio de El Escorial al que acudían los chicos que no eran admitidos en la Complutense y en la Autónoma. El robo de su tesis doctoral por negro interpuesto certifica más allá de toda duda razonable dos cosas: que estamos ante un auténtico desahogado y que no es precisamente el ADN más espabilado que puebla la faz de la tierra.

Que cuando se enchufa a los menos preparados en el lugar menos adecuado sobrevienen desastres quedó meridianamente claro hace 13 días con motivo de ese apagón que dejó a oscuras e incomunicados a más de 40 millones de españoles. Un cristo que tardaremos años en olvidar. A Beatriz Corredor no le podemos endosar el sambenito de iletrada toda vez que es registradora de la Propiedad, una de las oposiciones más difíciles de la Administración. Pero así como estaba donde corresponde en la era Zapatero, fue ministra de Vivienda, ahora está digitada en Redeia, lo que toda la vida de Dios se llamó Red Eléctrica. ¿Me puede explicar alguien qué tiene que ver el Derecho con algo tan específico como el suministro eléctrico? ¿No hubiera sido más sensato nombrar para un puesto tan estratégico a un ingeniero ducho en la materia

Sentido común y política son, desgraciadamente, términos antitéticos. Y cada vez más. Las decisiones se toman con el trasero, con el corazón o con la mente puesta en recompensar a los pelotas o en agradecer los servicios prestados. Rara vez con criterios profesionales. Por eso ocurrió lo que ocurrió. Otro gallo nos hubiera cantado si en lugar de la chulesca Corredor —»no hemos fallado», apuntó con dos ovarios— hubiera un ingeniero eléctrico o industrial. Tal vez la España en off no hubiera sido una realidad y, de haber resultado inevitable, no se hubiera prolongado durante casi medio día. Lo peor de todo es que Corredor, la de los 546.000 pavos de soldada anual, continúa ahí en el machito como si no hubiera pasado nada, incluso perdonándonos la vida como si los culpables de que nos quedáramos en penumbra fuéramos los fascistas de los españoles y no ella.

Enchufar a un lerdo o un profano en un cargo del que depende la vida o el bienestar de la gente es el camino más corto al suicidio colectivo

No se engañen: llueve sobre mojado. La designación de Teresa Ribera para el cargo de ministra de Transición Ecológica es un error del que Pedro Sánchez se arrepintió hace tiempo. Por eso la elevó a su máximo nivel de incompetencia regalándole la Vicepresidencia Primera de la Unión Europea. Por si fuera poco su perfil nada tiene que ver con lo que fueron sus funciones en el Gobierno de España: es licenciada en Derecho y técnico de Administración Civil (TAC), no ingeniera industrial, eléctrica, bióloga, química o científica. Y, para colmo, una sectaria de tres pares de narices. La demonización de las nucleares, apagadas el día de autos, fue idea suya. De los polvos de la primacía de las renovables vienen estos lodos. Claro que a esta ecolojeta hay que adjudicarle la responsabilidad de que una DANA que es culpa de Dios y nada más que Dios causase un desastre mayor del esperado. Su mente es la que alumbró la idea de prohibir limpiar barrancos como el del Poyo y ella era la máxima responsable de esa Aemet que pronosticó que el temporal abandonaría Valencia a las seis de la tarde del 29 de octubre cuando lo peor se desencadenó entre las seis y media y las ocho.

Siquiera parcialmente, la historia se repite con los trenes. Hasta 2018, cuando toma el poder Pedro Sánchez gracias a una moción de censura amañada vía judicial, nuestro AVE constituía la envidia de toda Europa. No sólo disponíamos de más kilómetros de alta velocidad por habitante sino que, además, ocupábamos el primer puesto en puntualidad. Fue llegar el pájaro al poder y empezar a irse la excelencia por el sumidero. Ahora no hay AVE que salga ni llegue a la hora y cuando te subes a uno de ellos es aconsejable rezar todo lo rezable para no correr el riesgo de quedarte tirado en medio de la nada sin comida, bebida, calefacción o aire acondicionado.

Es lo que tiene politizar Adif y Renfe. Y eso que allí han ubicado a dos ingenieros de caminos: María Luisa Domínguez y Álvaro Fernández Heredia, respectivamente. La primera es una auténtica y genuina profesional, el segundo un politicastro de Más Madrid al que Óscar Puente calificó como «el mayor experto en gestión de viajeros de España» pese a carecer de experiencia ferroviaria. Pues menos mal que es «el mejor», no quiero pensar la que se hubiera montado de ser el peor. Por no hablar del ministro de Transporte, más preocupado por escribir tuits que en controlar su negociado.

Hay que resucitar de una puñetera vez ese concepto platónico y aristotélico de la aristocracia, es decir, el Gobierno de los mejores

La lista de lerdos e incompetentes es interminable en esta Administración. Miquel Iceta, que es licenciado en Primero de Químicas y en Primero de Económicas, es embajador ante la Unesco en París, antes fue ministro de Cultura. Demasiado pollo para tan poco arroz. Como ministro de Transformación Digital cuenta con un Óscar López que parece tener en el cerebro serrín en lugar de sesos. Es el genio que en un mitin anunció que iba a dar «tres motivos» para votar al PSOE y se quedó en dos porque no se acordaba del tercero. Nuestro representante en la ONU, pedazo de cargazo, el ex ministro Héctor Gómez, no es diplomático de carrera sino licenciado en Ciencias del Trabajo. Y a la también golosa Presidencia de Paradores (casi 200.000 euros de salario) mandaron a Raquel Sánchez, abogada pero que no ha visto un hotel en su vida más que de visita. Claro que nada ni nadie como el portavoz socialista en el Congreso, Patxi López, licenciado en Primero de Ingeniería Industrial y conocido como «Abundio» por razones tan perogrullescas que resulta ocioso repetir.

Con los mismos se hace lo mismo. Y con los incompetentes sólo puede haber incompetencia. Enchufar a un indocumentado a despachar un puesto de pipas puede tener consecuencias para el dueño del puesto de pipas, que verá cómo se evapora su inversión en tiempo récord, pero hacer lo propio con un lerdo o un profano en un cargo del que depende la vida o el bienestar de la gente es el camino más corto al suicidio colectivo. Hay que dignificar el servicio público. Sólo así podremos cumplir el sueño de una España mejor. Para ello es condición sine qua non abrir ese melón al que nadie se ha atrevido a hincar el diente: el de la mejora de las retribuciones salariales en la política. El aliciente infalible para que a los ministerios, las consejerías, las concejalías y las diputaciones lleguen los más solventes en cada sector. El antídoto perfecto para desterrar el estereotipo Ábalos de funciones tan sensibles. Si ganan más, en condiciones normales robarán menos. Hay que resucitar de una puñetera vez ese concepto platónico y aristotélico de la aristocracia, que en rigor no alude a duques, marqueses o condes sino al Gobierno de los mejores. Ése que hace 2.400 años logró hacer del griego uno de los más grandes imperios de todos los tiempos, si no el más grande.

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