Puigdemont, ‘botifler’
Tengo unas ganas locas de que les den la dichosa amnistía a los indepes. Aunque Puigdemont vuelva entonces en olor de multitudes. Retransmitido en director por TV3. Y pida a continuación una foto en La Moncloa. Para ser recibido casi como un jefe de Estado. Porque con el recibimiento no tendrá bastante. Será el principio del fin del PSOE.
Porque, en cuanto se la den, empezarán las acusaciones de botifler. Palabra genuina catalana que significa «traidor». Si no han empezado ya. Aunque sea tímidamente. Parece que el origen del término es la Guerra de Sucesión (1701-1713). Para designar a los partidarios de Felipe V. Lo que obvia la historiografía oficial es que las Cortes Catalanes (1701-1702) le juraron fidelidad y luego rompieran el juramento.
No me extraña que, habiendo el monarca vencido, reaccionara como lo hizo: tabla rasa. El famoso Decreto de Nueva Planta. La alta traición era delito de lesa majestad. De los peores que podían cometerse.
Puigdemont va en camino. Porque si vuelve es que Cataluña no es independiente, ¿no? Al contrario, es que asume el marco institucional, constitucional y hasta judicial español. Pero estos prometieron la independencia a los 18 meses … ¡En el 2015! Hasta los independentistas más convencidos empiezan a dudar.
Es, pues, cuestión de tiempo. Por eso tuvieron que rellenar el «compromiso histórico» con el PSOE con otras cosas como el catalán en el Congreso. O, este más difícil, en Europa. Señal que no habrá independencia: ¿si te vas de España para qué pides el catalán en el Parlamento del «estado opresor»? Y lo del catalán en la UE mejor no hablar porque ya le han dado carpetazo. Pero Sánchez consiguió su investidura.
Se cumplirá, de esta manera, la profecía que le hizo Marta Rovira aquella noche del 25 de octubre del 2017. Cuando se reunieron en Palau para a ver si avanzaban elecciones. La secretaria general de ERC le auguró que, en caso de convocarlas, le llamarían botifler hasta el último pueblo de Cataluña.
Al día siguiente, Puigdemont se acobardó. El hombre vivía pendiente de las redes sociales, los 2.000 estudiantes que había congregados ya en la Plaza Sant Jaume, y los tuits de dirigentes de su partido: Jordi Cuminal, Albert Batalla, Toni Castellà, Titon Laïlla.
El ex consejero Sant Vila, que ha dejado constancia escrita de aquella infausta noche en Palau en un libro de memorias, explica que el Pati dels Tarongers estaba lleno de «grupillos de políticos, asesores, periodistas afines y diversos tertulianos». Muchos de los cuales él ni siquiera conocía. «Pocas corbatas y mucha mochila», concluye.
Por eso. Ya falta poco. Yo, la verdad, no vi nunca en Puigdemont madera no ya de líder, sino ni siquiera de héroe. El día del referéndum dio esquinazo al helicóptero de la Guardia Civil debajo de un puente con la colaboración de los Mossos d’Esquadra. En vez de irse a votar a su pueblo, que ya estaba tomado por las fuerzas de seguridad, lo hizo en el municipio de al lado. Un colaborador grabó el solemne momento en el móvil y luego lo vendieron en TV3 como si hubiera sido una hazaña.
Aunque si hubiera ido a Sant Julià de Ramis, que es donde le tocaba, quizá habría recibido algún palo. La foto de un guardia civil gritándole a un palmo de la cara y la nariz ensangrentada habría dado seguramente la vuelta al mundo. Pero no se atrevió.
Tras la aplicación del 155, tampoco se quedó en Palau. Prefirió irse a su casa de Girona, darse un garbeo por la mañana por la ciudad -fue interceptado por las cámaras de La Sexta porque había un partido importante del equipo local- y salir huyendo horas más tarde. No ha trascendido si lo hizo en el maletero o en el asiento de atrás. Pero que poco edificante para un presidente de la Generalitat. A pesar de a esa hora ya estaba cesado. Tanto dar lecciones de dignidad para acabar así.
Companys, tras el 6 de Octubre, se quedó en Palau. Es cierto que le cayeron 30 años. Pero después, tras la victoria del Frente Popular en las elecciones de 1936, fue amnistiado. A la vuelta se dio un baño de masas.
Me ahorro otros detalles porque le gusta jugar al gato y al ratón en las redes. Como aquella vez que, tras la aprobación del 155, publicó una foto mirando al cielo desde el interior del Palau de la Generalitat. O aquella otra que, antes de la elección de Quim Torra como sucesor, colgó en Instagram haciendo ver que estaba en los alrededores del Parque de la Ciudadela.
Más tarde, durante las elecciones, dijo que si ganaba volvería. Incluso lo anunció su directora de campaña, Elsa Artadi. Por supuesto, no volvió. Técnicamente, no ganó pero tenía los votos para cumplir su promesa.
Y en julio del año pasado, tras una sentencia del TJUE, también anunció solemnemente que se presentaría en Estrasburgo. Diez mil partidarios fueron a la ciudad francesa para esperarle. Al final no cruzó el Rin. Se quedó en el lado alemán temeroso de que, en caso de hacerlo, las autoridades francesas lo enviaran a España.
Todavía me cuesta de creer que una parte de los catalanes hayan encumbrado a Puigdemont. Lo dicho: que vuelva. A ver qué pasa. Yo creo que ni siquiera se atreverá a encabezar la de lista Junts aunque pueda. Se vive mejor en Bruselas haciéndose la víctima.
Primero porque, si es el candidato y queda segundo o incluso tercero, se esfuma toda la leyenda del «presidente legítimo». Segundo, porque si por casualidad ganara, los suyos le pedirían -ahora sí- que declarara la independencia. Y no solo ocho segundos.