El protector de los golpistas, los etarras, los violadores ¿y los ladrones?

El protector de los golpistas, los etarras, los violadores ¿y los ladrones?

Probablemente sea un ingenuo, pero uno siempre ha pensado que un Gobierno democrático persigue el bien común. Los politólogos subrayan que es lo que distingue teóricamente a los Ejecutivos que operan en un Estado de Derecho de los que representan autocracias, democracias vigiladas o directamente tiranías. Los primeros buscan afectar positivamente con sus decisiones a millones de ciudadanos; los segundos, a unos pocos amiguetes con los que se forran el lomo en comandita con un estricto reparto piramidal.

Claro ejemplo de esta última ralea de gobiernos es el de Rusia. Adolf Putin no gobierna para los 145 millones de rusos sino para el centenar de oligarcas, que es como se denomina benévolamente a los mafiosos que comparten con el invasor de Ucrania el poder económico de la nación con más materias primas del planeta. En este elenco, el más pobre acumula un patrimonio de 5.000 millones de euros y de ahí para arriba. Obviamente, el más rico es ese psicopático émulo de Pedro I El Grande que es Putin. No es un Gobierno para los ciudadanos sino más bien un Gobierno de, por y para los bandidos.

En nuestra democracia históricamente se cumplió este objetivo esencial en cualquier Ejecutivo. Podían hacerlo mejor o peor, haber más o menos corrupción, que ningún presidente se ha librado de esta lacra, pero todos ellos tenían in mente el bien común. Es el círculo vicioso de la democracia: cuantos más administrados tengas contentos, más habrás cumplido el mandato de las urnas y, siendo egoístas, más probabilidades tendrás de ser reelegido. Empleando ese término que tanto gusta a los snobs es un win-win. Todos ganan.

Adolfo Suárez fue el primero en ejercer este rol con maestría. Los españoles le agradecerán eternamente habernos transportado de manera indolora de una dictadura a una democracia. Felipe González cometió muchos errores, entre otros su descomunal tolerancia con la corrupción, pero ni el más encarnizado de sus enemigos le puede negar la modernización de nuestro país. José María Aznar pone de los nervios a la izquierda porque en su fuero interno sabe que es de largo el primer ministro que más prosperidad trajo a España con aumentos del PIB de hasta el 5% anual y doblando permanentemente los ratios europeos de creación de riqueza.

Sánchez demostró en la pandemia recortando derechos y libertades no sólo que es un satrapilla, sino también que es un inempeorable gestor

Zapatero fue el tipo que nos llevó a la ruina pero nadie le podrá echar en cara que lo hizo deliberadamente ni hurtarle, por ejemplo, el mérito de haber normalizado la homosexualidad en un país en el que más del 10% de los 46 millones de habitantes ha optado por esa condición sexual. Y Mariano Rajoy se la jugó contra todo y contra todos, empezando por los siniestros hombres de negro, para sortear un rescate que nos hubiera convertido en una suerte de protectorado de Bruselas, Fráncfort y Washington. E implementó, de la mano de la mejor ministra de Trabajo de la historia, Fátima Báñez, las políticas sociales más auténticas, aquéllas que fomentan el empleo en una nación con históricos agujeros negros en la materia. No son cuentos sino cuentas: en sus seis años y medio de mandato se crearon 2 millones largos de puestos de trabajo.

Con esa conspiración que, visto lo visto, fue la moción de censura, Pedro Sánchez le dio la vuelta pero para abajo a una economía que hasta su llegada crecía cerca de un 3% sostenido en el tiempo. En la pandemia demostró recortando derechos y libertades no sólo que es un satrapilla, pese a estar a 56 diputados del umbral de la mayoría absoluta, sino también que es un inempeorable gestor. Al punto que en estos momentos ostentamos el lamentable honor de ser el único país de la zona euro que aún no ha recuperado los niveles de PIB prepandemia.

Con ser malo todo esto, infinitamente peor es el destrozo institucional que está perpetrando con unas políticas que se antojan más inspiradas en el maligno que en un alma bondadosa y decente. Cualquiera diría que quien nos gobierna es Belcebú. El personaje se supera en maldad día a día. Hoy nos encontramos mejor que mañana pero peor que ayer. Es un no parar. Vamos cuesta abajo y sin frenos.

El pecado original fue echar a Mariano Rajoy, que dicho sea de paso había obtenido 52 escaños más que él, con el concurso de quienes nueve meses antes habían protagonizado un golpe de Estado en Cataluña, con esos comunistas bolivarianos que le provocaban pesadillas y con unos etarras que asesinaron a 856 españoles, 12 de ellos militantes del Partido Socialista.

Pedro Sánchez se supera en maldad día a día. Hoy nos encontramos mejor que mañana pero peor que ayer. Vamos cuesta abajo y sin frenos

Lejos de menguar, la malignidad fue a más. Luego llegó el indulto de los tejeritos catalanes lanzando un mensaje terrible en democracia: si quieres subvertir el orden constitucional, da igual. Si te sale bien, te harás con el poder por las malas; si degenera en gatillazo, no te preocupes que ya llegará el Consejo de Ministros y te sacará de la trena. Todo sea con tal de continuar volando en Falcon y viviendo en Palacio rodeado de mayordomos, ayudas de cámara y cientos de guardaespaldas.

Los más ingenuos vaticinaron que la capacidad para el mal del marido de Begoña Gómez tenía límites. Todo lo contrario: es infinita. El siguiente hito del Imperio del Mal llegó el jueves con el inicio de los trámites parlamentarios para la derogación del delito de sedición, que en la práctica supondrá que a cualquier desahogado le sobrevenga la tentación de perpetrar un putsch a ver si suena la flauta y se pone él de presidente de su región o de la nación. España será, cuando la supresión del delito de sedición sea un hecho, el único país democrático de nuestro entorno que no castiga estas conductas. Una anormalidad como la copa de un pino.

Entre medias, este Imperio del Mal que conforman el sanchismo, que no socialismo, el golpismo, los etarras y los podemitas ha aprobado una norma que venía para luchar contra las agresiones sexuales pero que en la práctica ha degenerado en un chollo para abusadores y violadores. Nos vendieron que la ley del «sólo sí es sí» tenía como objetivo acabar con las manadas y demás depredadores nauseabundos pero ha resultado que las penas por violación y lo que antaño se denominaba abusos se han rebajado.

El estupro con agravante ha pasado de un mínimo de 12 años y un máximo de 15 a 7 y 15, respectivamente, y el abuso ve recortada la sanción máxima de 5 a cuatro años. Sencillamente repugnante. De momento 32 violadores o abusadores se han beneficiado de los Saldos Montero convirtiendo nuestras calles en un lugar mucho más peligroso para nuestras madres, parejas o hijas no sólo por los que saldrán antes de tiempo sino por los que darán el nauseabundo paso de agredir sexualmente a una mujer porque ahora resulta más barato penalmente.

Sería terrible que Feijóo se hiciera ‘un Rajoy’ cuando gobierne dejando que el Imperio del Mal siga ganando batallas después de muerto

La siguiente, la abolición de la malversación, llegará. Tiempo al tiempo. Sánchez ha obedecido servilmente todas las órdenes de los tejeritos catalanes. La malversación pasará a mejor vida y, consecuentemente, la legalización del latrocinio será un hecho. Malversar es robar: me hacen gracia los socialistas y podemitas que se ponen la venda antes de la herida justificando la supresión del delito porque no es lo mismo «un corrupto que se lleva el dinero público a su bolsillo que el que no se lucra personalmente». O sea, que si me lo meto en mi butxaca está mal pero si lo meto en la de otro es algo cuasibenéfico. Venga ya. Y así matarán varios pájaros de un tiro, entre otros, el marrón de un delincuente llamado José Antonio Griñán que en el momento menos pensado puede tirar de la manta.

Estos cínicos juristas olvidan que es tan grave quedarte el parné de todos que dárselo a un amiguete. Malversar es robar. Es más: cuando le entregas irregularmente fondos públicos a un conocido es porque, antes o después, más pronto que tarde normalmente, algo de la tarta te llevarás por mujer, marido, hijo o amante interpuestos.

Alberto Núñez Feijóo tiene que hacer de sus primeros 100 días de Gobierno una causa general contra las leyes que han recibido carta de naturaleza con el Imperio del Mal. Anularlas todas, incluso las que parecen más sensatas porque todas ellas tienen trampa. Sería terrible que el próximo presidente del Gobierno se hiciera un Rajoy dejando que el Imperio del Mal continúe ganando batallas después de muerto. Nos jugamos mucho, demasiado: que España represente un paraíso para los golpistas, los terroristas, los violadores, los abusadores y, previsiblemente, los ladrones.

Nos acusan y nos acusarán de buleros, agoreros, hiperbólicos y radicales, olvidando a este último respecto que un «radical» es «aquél que va a la raíz de los problemas». Teniendo en cuenta que parecidos epítetos endosaron a un gigante como Churchill cuando hacía frente a Hitler, los pigmeos podemos estar tranquilos. En el mundo libre en general y en España muy en particular desafiar la verdad establecida no es precisamente sencillo ni sale gratis. Pero está en cuestión el ser o no ser de España como nación, nuestras libertades, la alternancia política, en definitiva, la democracia. No es PSOE o PP, Sánchez o Feijóo, es Sánchez o la democracia, el Imperio del Mal o el Estado de Derecho. Casi nada.

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