Una política económica diferente a la socialdemócrata

Desafortunadamente, el horizonte económico se está volviendo cada vez más sombrío. El crecimiento del PIB se ralentiza y presenta signos de estancamiento, que se confirma con el freno que supone el elevado coste de la energía derivado de una política energética fracasada -que veremos si no se incrementa más después del cambio de postura con el Sahara y el consiguiente enfado de Argelia-, que está elevando los precios de toda la cadena productiva, avivados, además, por los elevados costes de los carburantes, fruto de la misma política equivocada, que muestra su fragilidad en cuanto hay una perturbación, como la guerra. Eso hace que las industrias estén teniendo que parar, que los transportistas no puedan asumir sus costes y que los ganaderos no puedan servir sus productos, en lo que constituye una pérdida muy relevante de actividad económica.
Al mismo tiempo, se apaga el consumo de los hogares, la inversión no remonta y la industria y el sector servicios languidecen en esta situación. Los resultados muestran que la actividad económica ha perdido empuje: el precio del petróleo y las paradas en la industria restarán muchas décimas, cuando no puntos, al crecimiento económico y, con ello, el empleo se resentirá.
Los agentes económicos, por tanto, pierden poder adquisitivo; no hay nada más que pasearse por un supermercado para comprobarlo: el alza de precios de muchos productos en el último trimestre ha sido muy importante y ya afecta directamente al poder adquisitivo de la población.
El BCE, por su parte, tendrá que actuar subiendo tipos, por mucho que dilate la decisión. Con las subidas de la Reserva Federal y del Banco de Inglaterra no le va a quedar más remedio si no quiere poner en peligro la financiación de la zona euro. Además, su objetivo único es la lucha contra la inflación, ningún otro, y ésta se está desbocando, más allá de esa transitoriedad que mencionaban algunos miembros de su consejo hasta no hace mucho. Por tanto, no es descartable un giro en la política monetaria, que nos llevaría a que con la subida de tipos las familias endeudadas a tipo variable se empobrecerían, al restarles recursos para el consumo y el ahorro. Toda la financiación se encarecería, afectando, por tanto, a proyectos empresariales y, en definitiva, a la actividad económica y el empleo. También, en el medio y largo plazo se encarecerá el coste de la deuda de las AAPP, aunque en el corto plazo, por la vida media de su cartera no les impacte y la inflación les haga deber menos principal en términos reales. El efecto de una subida de tipos será dolorosa, pero es necesaria para combatir la inflación, ya que si ésta no se controla, generará males mayores en el medio y largo plazo.
Por todo ello, el escenario económico es muy sombrío. El Gobierno espera que los fondos europeos puedan paliar la situación, pero tampoco tiene un plan serio en este aspecto, con dificultades para su ejecución. Todo en un contexto en el que el Ejecutivo aplica una política económica que no es la que necesita la economía, con peleas entre sus miembros, que crea inestabilidad, desconfianza e incertidumbre.
Por eso, es muy importante que el centro-derecha ofrezca una política económica diferente a la política económica socialdemócrata, una política económica de ideas, valores y principios propios.
La opción liberal-conservadora no puede aspirar a ser “el socialismo que funciona”, sino que debe ofrecer -y aplicar cuando gobierne- una política económica liberal-conservadora.
No puede conformarse con entrar en el juego de la subasta electoral de prometer más y más gasto público, porque eso significa más y más impuestos.
No puede agarrarse a que será eficaz gestionando el presupuesto, sino que debe ser eficiente en ello, hacer más por menos, de manera que le permita bajar impuestos.
No puede caer en la trampa de centrarse sólo en las rentas bajas, como hace la izquierda, repartiendo subvenciones sin criterio, porque el resto de la sociedad también sufre la crisis, especialmente las clases medias. Ha de ocuparse de todos, por supuesto, y en primer lugar, de las rentas bajas, pero del resto, también, porque la subida de la luz, por ejemplo, afecta a todos, y, para ello, lo mejor es bajar los impuestos sangrantes, solicitando las autorizaciones necesarias a la UE, pero bajándolos.
No puede basar todo el discurso en populismo electoral, que puede servir para etapas especiales, como la vivida con la pandemia, pero no para gestionar seriamente, con rigor y con fundamento, que garanticen un largo recorrido.
No puede competir con los socialistas en incrementar el presupuesto, aunque trate de dar una de cal y otra de arena bajando impuestos simultáneamente.
No puede, en definitiva, competir con la izquierda por ver “quién es el verdadero socialdemócrata”.
No se trata de que gane la opción del centro-derecha, sino de que gane para aplicar la política liberal-conservadora, que la experiencia muestra que es la que mejores resultados procura. Si la opción del centro-derecha se equivoca y trata de competir en socialdemocracia y populismo con la izquierda, no ganará.