Podemos y Groucho Marx

Podemos y Groucho Marx

La coherencia y credibilidad de Pablo Iglesias y de no pocos cachorros podemitas en la reivindicación de los derechos de los homosexuales es similar a la que podríamos otorgar a Madame Pompadour dando lecciones de castidad, o a Al Capone impartiendo una conferencia sobre integridad y ética, o al propio Juan Carlos Monedero disertando sobre obligaciones y solidaridad tributaria. Tras el decorado de cartón piedra en el que el líder supremo del partido morado ha intentado okupar un lugar preeminente hace unas horas —en la caravana arcoiris del World Pride— late una sideral hipocresía, una actitud de burla insolente a los ciudadanos, sostenida e impune, al menos hasta hoy.

En efecto, difícilmente puede predicar la igualdad en los derechos ciudadanos —sea cual sea la orientación sexual de éstos— aquel al que le han llegado incesantes flujos monetarios desde un régimen oscuro y matón que no sólo cuelga en grúas a los gays: los persigue, los amenaza, los tortura hasta darles el sangriento escarmiento de la muerte transformada en un espectáculo público para regocijo de descerebrados varios y fundamentalistas de turbante. Pero así se las gasta Podemos. Un partido esencialmente marxista, no tanto por beber en las fuentes ideológicas de aquel filósofo y economista prusiano que escribió ‘El Capital’ —al que muchos de sus supporters probablemente no han leído en su vida— sino más bien por seguir al pie de la letra aquella antológica frase de película de Groucho Marx: “Éstos son mis principios, pero si no le gustan tengo otros”. Y en ésas estamos.

A pesar de la reciente irrupción en la vida pública de esta formación que con excesiva frecuencia se arroga el monopolio de la regeneración, se ha convertido ya en tradición que una y otra vez sus dirigentes pastoreen a la sociedad y dirijan a la opinión pública desde una falsificada superioridad moral, regañando a quienes no comulgan con sus valores… precisamente cuando son ellos mismos los primeros en esconderlos o pisarlos, a su interés y conveniencia. Pero no sólo eso produce escándalo. A pesar de su estancamiento —cuando no de su desgaste en los sondeos de intención de voto– es alarmante que una parte del pueblo —aún millones de españoles— se ponga de perfil mirando para otro lado ante comportamientos tan contradictorios, tan incongruentes, tan insultantes, tan hirientes y, en ocasiones, de pura chacota. O que los silencien, o —peor aún— que los justifiquen de forma irracional, con argumentos torpes y romos.

Es triste que aquellos jóvenes que pusieron sus ingenuas esperanzas en Podemos pensando que, al contrario que los viejos actores de la Transición, no iban a «pontificar A» para terminar «haciendo B» estén, a las primeras de cambio, siendo engañados y estafados, sin ningún miramiento, con explicaciones pueriles y romas. El tiempo dirá si se caen del caballo y dejan tirado a Pablo y a quienes con él han instituido la verdadera cátedra del fariseísmo y de la impostura.

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