De pijamas, fachalecos y otras pandemiadas

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Existen personas que quieren tener todos los vicios, pero les resulta imposible porque para conseguirlo se requieren disposiciones especiales. Me viene a la mente el nuevo hombre acolchado, un individuo que dedica su vida a escribir una novela ambientada en la high-life sin encontrar editor. Mientras el mundo relaja sus formas motivado por una pandemia ruinosa, el vicepresidente comunista transmuta su creciente poderío a través de nuevos códigos de vestimenta. Cuando se le pone delante un espejo, se enoja. Su transformación sólo ha hecho empezar.

El telón de fondo no es una Venecia extenuante y sensual, sino un espectáculo siniestro más cercano a una villa abandonada en el Véneto. Apasionado entusiasmo ascendente de algunos frente a la siniestra realidad vigente, que marcará un antes y un después en la historia de la humanidad. Un anillo con sello de ónice podría ser una buena representación gráfica de la sensibilidad del nuevo aspirante a dandy. Podría burlarse de nosotros mucho más seriamente. Sus chanzas y paradojas poéticas son tan pobres como vagas, lleve o no fachaleco.

Las extravagancias pandémicas en el atuendo son la brújula por la que comenzar a examinar los trastornos mentales que están floreciendo a diestro y siniestro. Las ideas de peligrosidad, extrañeza e incurabilidad se suman al sufrimiento, la angustia y la limitación de movimiento. Un marco perfecto para el desvarío. La prenda fetiche del coronavirus es el pijama. Ese atuendo (camisón en mi caso) que se pone justo antes de ir a dormir y se quita al despertar para meterse en la ducha y salir reluciente antes de tomar un desayuno saludable. En mi ámbito, la prenda sigue cumpliendo el mismo objetivo -permitir un descanso cómodo-, pero me temo que está alcanzando una mutación a escala histórica.

En un municipio andaluz se ha podido leer un cartel a las puertas de una oficina pública: «No se atenderá a nadie que venga vestido con pijama o bata de estar en casa». Para empezar, «ir vestido con pijama» es en sí mismo una paradoja, porque «ir en pijama» no es ir vestido. De momento, la contradicción lleva implícita la afirmación de que llevar esa prenda es una posibilidad. Comienza así la orgía de la tolerancia y la concesión a la oportunidad de ensayar esa salida. Todo pasa por la anulación de las fronteras estéticas y sociales. Esto es una hecatombe sin precedentes.

La indumentaria facilita las claves para examinar una época, permitiendo una lectura abierta de las relaciones e inquietudes sociales. Sus variaciones aportan datos para anticipar tendencias económicas e, incluso, políticas. Implican la movilidad oculta de las interacciones humanas, precisamente por su valor funcional. No se puede quitar importancia a la consideración claramente social del fenómeno del atuendo. Es un camino perfecto de exploración hacia la constitución del núcleo íntimo del ser humano.

¿Por qué creen que la mujer se cortó el pelo y se subió el bajo de los vestidos en la primera mitad del siglo pasado? Debía incorporarse al mundo laboral, porque los hombres estaban en el frente. El pelo podía enroscarse en las máquinas, el vestido hasta el suelo complicaba la movilidad. La mujer debía agilizar su actividad para suplir al hombre en las fábricas. Tras la II Guerra Mundial, esas mismas mujeres debían volver al hogar y seguir haciendo sus labores. ¿Qué se inventó entonces para convencerlas de que aquello era maravilloso? La muñeca Barbie. América es inigualable en estas cuestiones. Había que convencerlas de que pasar la aspiradora y hacer tartas de manzana era la verdadera felicidad.

¿Qué está pasando ahora? Es pronto para hacer un análisis real, que siempre necesita cierta perspectiva, pero lo que es innegable es que los códigos estéticos están cambiando. Las mujeres se dejan las canas, las corbatas están disociándose de las grandes firmas, Pablo Motos sale en pijama en su programa, la estilista Naty Abascal –referente de estilo en nuestro país- ha creado una marca de pijamas que igual sirven para cenar una noche de verano. Unos ascienden como la espuma y se neutralizan en la high class, mientras el mundo va perdiendo su protocolo en un grito de auxilio por sobrevivir.

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