Peor y más largo de lo que se piensa

Peor y más largo de lo que se piensa

¡Qué ilusos aquellos que a cada poco anuncian la quiebra del sanchismo!
Pretenden ver grietas insalvables o deserciones definitivas, cuando no pasan de inocuas disputas que los partidos del Frankenstein mantienen para la galería. Pero para la galería de desavisados, no para sus huestes, porque estos sí entienden el doble lenguaje. A los demás, en nuestra ingenuidad, nos seguirá pareciendo imposible que algo puede ser bueno para un colectivo concreto, o para Cataluña, el País Vasco o cualquier otra comunidad, si no es bueno para España y los españoles.

Todos esos partidos han tenido éxito en colonizar sus territorios: siendo ellos sólo una parte, se han hecho con el todo, dejando fuera a los que no se identifican con sus objetivos, los objetivos de una segregación que no sólo es territorial.

Así, los partidos golpistas catalanes hablan y actúan en nombre de Cataluña, obviando que se trata solamente de su Cataluña. Lo demás y los demás quedan fuera, y a esos desterrados sólo se les permite convertirse o marcharse. Desde su supremacismo xenófobo no hay drama en expulsar a quienes no se integran en la republiqueta; ahora será un emigrante de origen ecuatoriano o guineano, pero llevan años cancelando disidentes de la política lingüística, aunque éstos vengan del Eixample y sean más catalanes que Wifredo el Velloso.

En el País Vasco la limpieza, (ejecutada desde el marxismo, aunque amparada por el PNV y por la Iglesia), pretendió concentrarse, siguiendo las orientaciones racistas de Sabino Arana, en los maquetos españoles, y no tanto en los emigrantes extranjeros. La realidad, sin embargo, es que en muchos casos la eliminación o expulsión se dirigió hacia supuestos enemigos que eran vecinos suyos y que tenían ocho apellidos vascos. Por eso, la excarcelación anticipada y definitiva de etarras, a título de heroicos gudaris, que el Gobierno concederá a Bildu en pago a su integración en el régimen, afectará a presos vascos que mataron, secuestraron o extorsionaron a víctimas vascas.

No es que eso sea más reprobable, que ya lo es en grado superlativo, pero, como acontece con los separatistas catalanes, distorsiona el discurso de luchadores por la libertad de sus pueblos frente a la opresión española.
El hecho es que ahora ya también el régimen sanchista ha sido colonizado por esos socios, y no sólo en su ideario y su ensoñación histórica, sino también en su amoral metodología. Los enemigos de los separatismos se han convertido en los enemigos del sistema; es ya oficial desde que Sánchez instituyó el muro y, por tanto, ya se puede gobernar abiertamente contra los que queden del otro lado.

Asumidos, entonces, los fines comunes y la admisibilidad de cualquier medio, el sanchismo es ya una especie de unidad de destino que durará lo que quieran los electores, pero ni un minuto menos.

Otra cosa es que sus componentes mantengan sus atributos de criminales, extorsionadores o golpistas, en algunos casos, o de falsarios sin escrúpulos, en todos ellos, y que sea difícil que dejen de comportarse entre ellos atendiendo a su condición.

Lo que ocurrió el pasado miércoles es lo normal en este tipo de relaciones mafiosas. Dan igual los pactos o los compromisos, y da igual que ninguno quiera desmontar el cártel; entre los mafiosos lo normal es el engaño y el chantaje y que, aunque se besen, siempre actúen bajo amenazas (en este caso, de convocar elecciones, de no apoyar decretos…). Sobre la motivación de hacer el bien para los demás siempre primará la de evitarse un mal para ellos mismos.

Y esta relación va a mantenerse durante cuatro años, o poco menos, y es deseable que desde la oposición lo entiendan así y no se dejen confundir por opinadores que insisten en que la situación de aparente fragilidad del Gobierno es insostenible.

La maquinaria de Moncloa-Ferraz funciona con más eficacia que nunca y han perfeccionado su capacidad de ir reconstruyendo el relato y culpabilizar a la oposición. Ya han pasado la pantalla de ruborizarse por los flagrantes cambios de opinión; ahora, tanto si les pillan o no en las mentiras, se creen, y nos hacen creer, que han dicho la verdad.

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