Pedro y Yolanda, rodilla en tierra para el besamanos

Pedro y Yolanda, Sánchez y Díaz, pasean dulcemente por los jardines de Moncloa, mientras se profesan su necesidad recíproca. “¿Qué puedo hacer con este afán de posesión que tengo, Yoli?”. Un jardín también puede ser un teatro, y un confesionario. “Eres activo y constructivo. El problema lo tienen los grandes propietarios; nosotros no tenemos ninguno. Mira a Irene, a Begoña, mírame a mí. Somos gente de izquierda, salimos en Vanity Fair, sabemos de reformas laborales, dirigimos másteres ¡sin tener ni uno! ¿Se puede ser más válido?”. Pedro la mira de reojo, le hace una mueca amable, y le pregunta: “Yoli, ¿sabes bramar con fuerza?”. Ella, sorprendida, contesta: “¿Pero qué cosas me preguntas? ¡Eres un ser extrañísimo!”. Tras calmarse, contesta: “Bueno, si es en tono victorioso, sí se bramar. Me gustan mucho los patos salvajes”. Con tono brusco, Pedro replica: “Los patos no braman”. Realizando un gesto coqueto, ella aclara: “Ay, presi, quería decir los ciervos, los ciervos claro”.
A sabiendas de que son fotografiados por los servicios gráficos de la presidencia del Gobierno, ambos intentan mantener una actitud recta, natural y compenetrada. “Estoy muy ilusionado este año con los actos del Día de la Hispanidad. Bego y yo ya hemos aprendido a comportarnos y ahora acudimos con una soltura que nos hace disfrutar mucho más de todo”. Con su lógica aplastante, la ministra le mira, parándose en seco: “¡Es que hacéis una pareja tan bonita! Ella tan rubia como yo, tan alta como yo, tan lista como yo, tan perseverante como yo, tan anticapitalista como yo; y tú… “. La carcajada del presidente resuena entre el piar de los pájaros como aquel niño que, al poner una rodilla en tierra para el besamanos ritual, muy emocionado, se tiró un pedo, tras el que la reina dijo con un suspiro: “Por fin, señores, una palabra honesta”.
Siguen caminando. El presidente retoma la conversación: “¿Qué opinas de la reacción del mundo taurino a su exclusión del cheque cultural?”. Ella se permite un silencio de unos segundos antes de contestar: “El bombardeo de Belgrado molestó a Stalin. Los rusos son así de susceptibles”. Pedro se complace de la respuesta. “Qué razón tienes, Yoli. Calmas siempre todas mis dudas”. Ella sonríe coqueta, conoce su poder y siente orgullo de su capacidad de convicción: “Donde se ponga una metralleta disparando a diestro y siniestro que se quite un estoque. Mira que es rancio eso de las trompetitas, y la tapa de cola de toro no me gusta nada. Yo soy más de chicha y eso es todo hueso”. El presidente afirma, mientas mira de reojo si hay más chicha de la cuenta. Ella se percata y se estira, intentando disimular.
Termina el paseo, entran al Consejo de Ministros. Una persona del servicio le entrega una nota a Sánchez. “Le han dejado un ejemplar de la edición completa de Las mil y una noches, una verdadera rareza traída de Londres, traducida por sir Richard Francis Burton”. Sánchez rompe la nota y reprocha: “¡Cómo se atreve a molestarme con esto ahora! Tiren esta estupidez a la basura. En cuanto a usted, está despedido”. Yolanda, a lo lejos, no pierde ripia de la escena. Se acerca y le dice: “Pedro, no hagas eso, por favor, dáselo a Lilith para la ´Universidad de Otoño`, el foro de reflexión del partido que busca el rearme y la recuperación electoral”. Más enfadado aún, el presidente le replica: “Pareces la hermana de Mozart leyendo las anotaciones de Wolfang en su diario íntimo. Menos lagrimitas fáciles, por favor”. Y, como un cruel y sanguinario torturador, alza la voz: “Señores, tomen sus puestos, comenzamos”.