Apuntes Incorrectos

Los pecados capitales de la religión climática

cambio climático

Hace unos días se publicó una encuesta de la empresa 4dB para El País y la Cadena Ser, los medios trompeteros del Gobierno, según la cual una mayoría amplia de los españoles apoya las medidas para ahorrar energía, incluidos los votantes del PP. Presumo que, como suele ocurrir con frecuencia, el sondeo estaba debidamente cocinado para que las conclusiones arrojadas fueran del agrado de los responsables del encargo.

Pero haciendo el esfuerzo de tomarlas en serio y al pie de la letra, resultaba que una gran parte de la población considera positivo el cierre automático de las puertas de los locales -por costoso que sea para los propietarios-, el rango de las temperaturas del aire acondicionado y de la calefacción impuesto arbitrariamente y de manera coercitiva por Sánchez, el apagón de noche de los escaparates de las tiendas y el resto de las decisiones al margen del sentido común que se le han ocurrido y se le ocurrirán, porque es incansable, al nuevo presidente sin corbata.

No sé a quién demonios preguntaron los responsables de la encuesta, si solo a los lectores de El País y los oyentes de la Cadena Ser, pero cada vez estoy más persuadido de que de la sociedad en su conjunto abraza estos ataques a la libertad -la de empresa y la general- y prefiere vivir teledirigida antes que dedicar unos minutos a reflexionar y a escuchar a los que disienten del pensamiento dominante y políticamente correcto, condenados al ostracismo por la cultura woke -que hace estragos- y la estrategia de ‘la cancelacion’, que los trata como apestados.

La insistencia de los yonquis del poder, de las instituciones globales sin excepción y del progresismo planetario en los efectos devastadores del cambio climático, sumada al verano extremo que hemos padecido, los innumerables incendios y la pertinaz sequía, todo ello redimensionado por el terrorismo mediático al uso han instalado entre la opinión pública, en particular la española, una sensación de miedo insalvable que es el caldo de cultivo más propicio para que los políticos sin escrúpulos hagan de su capa un sayo.

Da igual que, según han recogido de estudios científicos rigurosos personas como Fernando del Pino Calvo-Sotelo o José Antonio Ferrandis -que llevan años analizando estos asuntos-, el ligero calentamiento global que padecemos se limita a 0,14 grados centígrados por década desde 1979; o que la cabaña de osos polares esté aumentando; o que el coral de la Gran Bretaña australiana está en máximos de 35 años; que 2021 ha sido el segundo año con más hielo en el Ártico desde 2003; que la superficie de bosques del planeta crece o que, por no aburrirles con más datos, el territorio abrasado por los incendios forestales en todo el mundo haya descendido en las últimas décadas.

Ninguna de estas evidencias, y otras, hará mella entre la legión masiva de apóstoles del cambio climático, que han decretado desde hace ya mucho tiempo la llegada del Apocalipsis -aunque este parece no concretarse nunca- y que han enrolado, sobre todo a los países europeos, en una carrera frenética para transitar hacia un mundo verde… hasta que la dura realidad del encarecimiento del precio de la energía -que viene produciéndose desde hace ya unos años- acelerado por la guerra de Ucrania ha empezado a romper todos los tabúes. De manera que ahora el Parlamento de Estrasburgo ha incluido en la taxonomía verde el gas y la energía nuclear, muchos países, destacadamente Alemania, han vuelto a quemar carbón a mansalva y se plantean alargar la vida de las nucleares, está sobre la mesa de debate en la Unión Europea la eventual suspensión de los prohibitivos derechos de emisión, y, en fin, los plazos voluntariosos y ridículos establecidos irresponsablemente para la transición a un mundo descarbonizado están igualmente en cuestión.

La sonora excepción a este baño de realidad es España, cuyo Gobierno es un activista del ecologismo radical sin que le importe que tal empeño pueda conducir a la ruina a las empresas y a los ciudadanos, en este caso con un consentimiento que proviene primero de la ignorancia, y después, y sobre todo, del engaño masivo y de la estafa infligida por los políticos que nos han tocado en desgracia. Hasta el espíritu más ‘negacionista’ del origen antrópico del «ligero» calentamiento global estaría de acuerdo en que debemos ser respetuosos con el medio ambiente y cuidar el planeta, pero a nadie se nos ha explicado, tomándonos por menores de edad, que la transición hacia la economía verde entraña costes altísimos y que durante un buen tiempo, si la intransigencia de los políticos al mando no cede, pagaremos la energía mucho más cara.

Me parece que esta certeza debería ser de conocimiento público. Quizá entonces, los entregados con devoción a este cambio rápido de patrones de conducta impuesto por las instituciones internacionales y abrazado con denuedo por el mandarín de La Moncloa podrían juzgar con más datos si la relación coste beneficio es la adecuada o merecería la pena buscar otra más racional, como parece que ahora intenta a prisa y corriendo la Unión Europea aunque sin las ideas suficientemente claras. Quizá la percepción pública de lo que nos está ocurriendo también mejoraría si alguien tuviera a bien explicarnos que los precios no son los causantes de las estrecheces que ya sufrimos sino simplemente los mensajeros de la lisa y llana escasez. No son la razón de la enfermedad sino simplemente, la fiebre, el termómetro. Y del mismo modo que la fiebre sólo desaparece puntualmente con un baño de agua fría, pero regresa si no se combate su origen, los precios de la luz se mantendrán muy arriba hasta que no se combatan las causas de la escasez de las fuentes de energía -que tienen todo que ver con la religión climática obsesiva y letal-. Pero ya sé que esto es mucho pedir.

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