El parvulario catalán

Han bastado apenas unos minutos del último pleno para confirmar que al presidente del Parlament, Josep Rull, se le ve el plumero. Y mucho.
Primero toleró que el diputado de la CUP Xavier Pellicer llamase a los parlamentarios de Vox «una peña de incontrolados». Fue durante el debate de una moción del PP sobre la inseguridad en Cataluña. Pellicer es el sustituto de la anterior cabeza de lista, Laia Estrada, que dimitió por discrepancias con la dirección de su partido.
A continuación les acusó de hacer «discursos de odio». Además de lanzar «consignas fascistas y nazis». De paso, instó a la consejera de Interior, Núria Parlon, a llevarlos ante fiscalía. Hasta les responsabilizó de eventuales «agresiones graves y muertes».
Luego insistió en que eran «cuatro pringados» que, en su opinión, van a pueblos y ciudades a «sembrar odio» por su oposición al programa de árabe en las escuelas. Curioso concepto de la libertad de expresión tienen estos de la CUP. Sobre todo si no coincide con su propia ideología.
Como si cualquier diputado —de Vox, de Aliança o del Partido Pirata en el caso de que este tuviera representación parlamentaria— tuviera que permanecer encerrado en su casa. En democracia, el derecho a participación política es fundamental. Sobre todo en campaña electoral.
Finalmente, urgió a los Mossos a actuar contra esta «peña de fachas». «Esto no se puede permitir», proclamó. Y advirtió a la consejera de que si no hacía algo, «ustedes son responsables directos de las próximas agresiones a los Mossos d’Esquadra». La titular del departamento tragó. Ni siquiera pidió la palabra para salir en defensa del cuerpo autonómico.
Aunque lo mejor estaba por llegar. Durante su intervención, la alcaldesa de Ripoll llamó «ultrafeminista» a la exconsejera Tània Verge. Se la tiene jurada porque cuando ostentaba la cartera de Igualdad y Feminismos la sancionó con una multa de 10.000 euros por decir que el Islam era «incompatible» con Occidente. Verge, no se lo pierdan, es catedrática de género en la Universidad Pompeu Fabra. Imaginen cómo está la universidad catalana.
Entre su ‘obra de gobierno’ hay que destacar también haber autorizado los burkinis en las piscinas municipales. O haberse reunido con Mohamed Said Badaoui tras ser decretada su expulsión por la Policía, que lo consideró «extremadamente peligroso». La Audiencia Nacional corroboró la decisión.
Aunque hay que decir que tampoco fue la única en fotografiarse con él. Pere Aragonès, Miquel Iceta, Quim Torra y Gabriel Rufián hicieron lo mismo en señal de apoyo. Hay, por otra parte, fotografías del activista musulmán disfrutando de un día de playa con su hija. Esa sí, la chica de negro y tapada hasta las cejas.
«Señora diputada, le ruego comportamiento», la interrumpió Rull como si aquello fuera un parvulario. Después le recriminó «los reproches entre diputados», que es exactamente lo que había tolerado al parlamentario de la CUP.
Sílvia Orriols no se cortó un pelo. «Pues agradecería que sea igual de diligente cuando se me llama fascista, se me llama nazi o se me acusa de otras cosas. No hay neutralidad en esta mesa», le espetó.
«La presidencia, cuando se producen este tipo de expresiones, aquí, en sede parlamentaria, intenta ser implacable siempre», se defendió el presidente de la cámara. La afirmación provocó risas en los bancos de la oposición. «Pues no lo consigue, señor presidente, no lo consigue, esfuércese un poco más», le devolvió la pelota la alcaldesa de Ripoll. Lo cierto es que la réplica fue aplaudida incluso desde los escaños de Vox.
Soy testigo ocular porque no me dejan acreditar que, aparte de los de la CUP, a Sílvia Orriols la han comparado con los nazis más de una vez sin que Josep Rull haya intervenido. El último fue el portavoz de los Comunes, David Cid. Y anteriormente el del PSC, Ferran Pedret.
Lo bueno es que, cuando fue elegido el 10 de junio del 2024, Rull hizo propósito de enmienda. Afirmó que «la base del Parlament es el acuerdo, el pacto, el consenso» y se mostró partidario de construir puentes «de manera infatigable».
Pero ha vuelto a las andas. Al fin y al cabo, los suyos eran aquellos que decían que el proceso iba de «democracia» cuando, en realidad, iba de independencia. Y que aseguraban que, en el Parlamento, «se tiene que poder hablar de todo». Parece que es solo de los que ellos quieren. No vayamos a romper el relato oficial de Catalunya «un sol poble».