Paisaje tras el jarabe democrático, elecciones

Un somero y frío vistazo a los desparrames semanales de hedor sanchista concluye directamente en la melancolía y aun el desespero. En los últimos siete días, España, que se presume Estado de Derecho, ha soportado la liquidación de la sedición y la práctica inexistencia ya del delito de malversación de caudales públicos (puerta aún más abierta a la galopante corrupción). Esto, que es lo mollar de la acción gubernamental reciente, se ha enriquecido estentóreamente con el asalto al otro poder del Estado (Judicial) que, por el momento, ha sido el más duro correctivo infligido al leviatán monclovita, que ha vuelto a provocar las iras y nueva tarjeta amarilla de la Unión Europea, asunto que se analiza en otro post posterior.
Es un hecho descriptible que el sistema democrático español se resiente (lleva tiempo en esa degradación) y no digamos ya el deshilache del tejido industrial, económico y financiero; todo sufre –como nunca se vio en los cuarenta últimos años-la debilidad de un Gobierno a la deriva, cuyo único rumbo es la obsesión enfermiza por mantenerse en el poder uno (Sánchez), aguantar las poltronas otros (Podemos) y sacar todo lo que puedan el resto (ERC, Bildu) hasta dejar al propio Estado convertido en un guiñapo. La herramienta fundamental utilizada por el principal responsable del quilombo/desmadre tiene un nombre, Pedro, y un apellido, Sánchez. Su desbocada carrera hacia el abismo (especialmente para los gobernados) es fácilmente intuitivo, aunque difícil de digerir para un pentagrama democrático, moderno y europeo.
Un Gobierno que se cae a pedazos al grito de «el último que apague la luz…”. Un presidente tan vacuo, insensato y carente de la más mínima emoción ética que a diario tiene la necesidad de proyectar en los demás sus miserias y aún presuntos delitos. ¿Qué nombre tiene esto en el vademécum psicológico/psiquiátrico? Un jefe de Gobierno que lejos de resistir con hombría y sensatez lo que le dicta el espejo, ve complots por todas partes -de jueces, políticos, empresarios, periodistas, etc.- y que prefiere el halago fatuo e interesado de aquellos que si tienen claros su estación Termini: destruir España.
La situación nacional al finalizar el 2022 presenta tal cariz que sólo resta preguntarse qué solución ofrece la democracia. Este sistema, el menos malo de todos aquellos probados, lo dice claramente, es más, lo solicita a gritos: elecciones, elecciones y elecciones. No estime el lector que el escribidor se cae de un guindo. Conoce de antemano que Sánchez no lo hará hasta el último día, incluso, hasta el día siguiente que la ley lo ordene. Cuando haya perpetrado las condiciones y las circunstancias que le permitan seguir soñando en mantener el colchón que le compraron los contribuyentes, cuando al socaire de una corrupción y con 85 diputados le abrieron de par en par las puertas de palacio, del que no quiere salir.