Nos está salvando la Justicia
(Discurso íntegro pronunciado por Eduardo Inda en la apertura de las primeras Jornadas Jurídicas de OKDIARIO, celebradas esta semana en Marbella)
Que el autócrata Pedro Sánchez va de golpe en golpe hasta la tiranía final no resulta ya ninguna hipérbole para nadie con dos dedos de frente, para ningún ADN con un resquicio de honradez intelectual, ni siquiera para Emiliano García-Page, pese a que ha pasado de ostentar la condición de verso suelto del Partido Socialista a transmutarse en vulgar felpudo del caudillo. El asalto perpetrado con alevosía, mucha premeditación y ninguna nocturnidad en Telefónica seguro que ha hecho revolverse de envidia en la tumba a ese Hugo Chávez al que Satanás guarde en su gloria. Así actuaba en sus momentos de esplendor el narcodictador venezolano, que sisaba propiedades y compañías al infame grito de «¡exprópiese!».
El intento de abolición de la acción popular, que supone ni más ni menos que la expulsión de la ciudadanía del proceso judicial, seguro que ha merecido el aplauso de Maduro, Putin y Daniel Ortega. Como tampoco me cabe duda alguna de que la treta para regalar la instrucción de los casos penales a esos fiscales que, según Sánchez, «dependen de Sánchez», ha hecho las delicias de Andrés Manuel López Obrador, Claudia Sheinbaum y sus jefes narcos, de esos chapos y chapitos que son quienes realmente mandan en México. Anteayer vivimos con estupor otro indignante episodio al conocer el plan para prostituir las oposiciones a juez y fiscal con el perogrullesco fin de colar a amiguetes leguleyos en los tribunales y conseguir, poco a poco, que ningún juez se atreva a procesar a las mujercísimas, a los hermanísimos o a las respectivas madres que los trajeron al mundo. El marido de Begoña Gómez representa ya un ejemplo a seguir para los enemigos de la libertad a norte, sur, este y oeste.
Sánchez nos dejó claro que valía todo para ser presidente, incluido un pacto con la banda terrorista ETA que asesinó a 856 compatriotas
Que Sánchez era un aprendiz de autócrata, como ahora lo es de dictador, lo certificamos con inquietud en esa pandemia en la que cerró el Parlamento, declaró dos estados de alarma ilegales y en la que un mando de la Guardia Civil residenciado en Moncloa admitió sin ruborizarse que tenían encomendada la misión de perseguir a los disidentes en las redes. Y lo constatamos más allá de toda duda razonable cuando nos dejó meridianamente claro que valía todo para ser presidente del Gobierno, incluido un pacto con la banda terrorista ETA que asesinó a 856 compatriotas, incluidos 12 socialistas. O cuando se sacó de la chistera la Ley de Amnistía y no porque crea en la normalización de Cataluña o porque considere que hay que tirar de magnanimidad con sediciosos que ciertamente no se cobraron una sola víctima mortal, sino porque es un obseso del Falcon y un dipsómano del poder.
La Ley de Degeneración Democrática, mal llamada de Regeneración Democrática, para domesticar a los medios críticos, la enésima salvajada totalitaria, completa el proceso de invasión de los otros poderes del Estado. Esta norma atribuye a Moncloa la capacidad para decidir qué es verdad y qué no, qué es un medio de comunicación y cuál un pseudomedio —no en vano, habrá un registro ad hoc— y quién es periodista y quién no. Nada que no hubiera hecho anteriormente su amado Francisco Franco.
Del legislativo ni hablo porque proverbialmente estuvo en primera posición de saludo con el Ejecutivo. Desde Suárez hasta Sánchez, pasando por Calvo-Sotelo, González, Aznar, Zapatero y Rajoy. En un país en el que carecemos de listas abiertas, en el que la libertad de voto es papel mojado, en el que maravillosas indisciplinas como las del Parlamento británico o el Congreso estadounidense constituyen una quimera, hablar de tres poderes adquiere la categoría de fake news. Existen dos, el ejecutivo y el judicial, o tres si añadimos a una prensa que por las antedichas razones no es el cuarto poder sino el tercero.
La Ley de Degeneración Democrática, mal llamada de Regeneración Democrática, completa la invasión de los otros poderes del Estado
En el libreto autocrático de este caudillo posmoderno, más guapo y notablemente más alto que su ídolo pero igual de liberticida, figuran escritas con mayúsculas, subrayadas compulsivamente con rotuladores fluorescentes, dos palabras: «PODER» y «JUDICIAL». No hay ningún autócrata con ínfulas de tiranosaurio que no atesore la convicción de que para lograr el upgrade hay que someter a magistrados y fiscales. De momento, nuestro protagonista no sólo no ha conseguido su miserable objetivo sino que se ha topado con la numantina resistencia de todos vosotros, y cuando digo vosotros hablo también de toda suerte de abogados: los que practican el ejercicio libre de la profesión, los de la Administración de Justicia y los del Estado. Por cierto, triste suerte la que está corriendo esta última institución, antaño envidiada y gloriosa, hoy día politizada hasta la náusea.
El caudillo lo ha intentado, lo sigue intentando, con denuedo porque peleón es un rato, pero exceptuando el Constitucional el gatillazo está deviniendo en estrepitoso. No sólo no ha conseguido doblegaros sino que sois ya, por derecho propio, infinitamente más incluso que una clase periodística que está haciendo los deberes a medias, quienes estáis salvando la democracia.
—Estáis parando los pies a un fiscal general del Estado que delinquió para perjudicar a un rival político y lo estáis haciendo aparcando corporativismos y amiguismos.
—Pusisteis en cuestión el nombramiento de un Álvaro García Ortiz que nunca pudo llegar más alto mientras la Fiscalía caía más bajo. No cabía otra en Derecho: no pertenecía al generalato de la carrera, una cacicada que contraviene la legalidad y los más elementales usos y costumbres.
—Hicisteis algo parecido con quien pasó de ministra a fiscal general en un ejercicio de puerta giratoria que hubiera puesto colorado al más descarado nepotista.
—Habéis torpedeado la excarcelación de Txapote, asesino de Miguel Ángel Blanco y votante de Pedro Sánchez.
—Anulasteis por ilegales los estados de alarma.
—Resucitasteis parcialmente la libertad lingüística en Cataluña.
—Cerrasteis la puerta del CNI al embajador de Maduro, el delincuente de Pablo Iglesias.
—Frenasteis en seco la retirada de la Guardia Civil de mi tierra, Navarra.
—Tuvisteis la diligencia moral de advertir que la ley Montero, la del Sólo sí es sí, iba a provocar un aluvión de excarcelaciones de violadores, pederastas y abusadores. Se beneficiaron 1.300 depredadores, que sepamos. No os hicieron caso, os llamaron «machistas» y «fascistas», pero al menos cumplisteis vuestro deber. Y sobra apostillar que teníais razón.
—Y, además de los ademases, habéis reiterado con Begoña Gómez, David Azagra, Ábalos, Koldo García, Tito Berni y tantos y tantos otros que todos somos iguales ante la ley. Lo que en una coyuntura democrática normal sería obvio no lo es tanto en este sanchismo que atornilla las libertades que tanto costó recuperar hace 48 años. Cada semana es un minigolpe de Estado. Lo hacen sin prisa pero sin pausa para que no se note con la esperanza de que algún día, cuando los ciudadanos nos demos cuenta, el golpe 360º sea una realidad imposible de revertir. En definitiva, para que ocurra lo mismito que en Venezuela, en Rusia, en Turquía, en México y en decenas de naciones hace no tanto impecablemente democráticas.
Todos los autócratas empezaron colonizando la Justicia, luego laminaron los medios, para finalmente transformarse en dictadores puros y duros
Podríamos estar hasta mañana desgranando casos de ejercicio de esa legalidad sin la cual no hay democracia. Pero, como no quiero aburrirles, y como quiera que soy el telonero, para nada el artista principal, iré poniendo punto y final mostrando mi solidaridad a los 5.400 jueces y 2.700 fiscales frente a esa campaña gubernamental por tierra, mar y aire que les sitúa como protagonistas de episodios de lawfare, como auténticos maestros en el arte de la prevaricación. ¡Basta ya! La autocracia monclovita, y sus satélites mediáticos y políticos, olvidan que idéntica firmeza a la que practicáis con ellos exhibisteis frente a los casos de corrupción del PP, de otras formaciones e incluso de esa monarquía que se antojaba intocable. A mí no me lo van a decir ni tampoco me lo van a contar: destapé el saqueo de Gil en Marbella, el escándalo Urdangarin, los sobresueldos de Bárcenas, la financiación en B de los de Génova 13, el caso Granados, el escándalo Ignacio González y en OKDIARIO hemos destapado Kitchen, las cuentas en paraísos fiscales, el cobro de comisiones ilegales por parte de Juan Carlos I, el corrupto dedazo con David Azagra y los chanchullos de Begoña Gómez. Entonces comprobé en primera persona que la Justicia no va por barrios sino que es universal, que como la muerte, no exceptúa a nadie. Un tiempo después puedo afirmar y afirmo que, así como en política o en periodismo, cualquier tiempo pasado fue mejor, en materia de Justicia el nivel afortunadamente se mantiene. Gracias, entre otras cosas, a esas oposiciones que esta banda quiere desnaturalizar.
Van a por vosotros de la misma manera y con la misma desvergüenza con la que vienen a por nosotros. Resistid porque sin separación de poderes puede que haya un poco de libertad, nada de libertad, pero no LIBERTAD en mayúsculas, no libertad en plenitud, en absoluto una democracia digna de tal nombre. Todos los autócratas empezaron colonizando la Justicia, luego laminaron los medios, para finalmente transformarse en dictadores puros y duros. Pongo punto y final parafraseando a un Montesquieu al que los socialistas dejaron moribundo en 1985 y al que ahora pretenden desenterrar para pegarle el tiro de gracia definitivo: «Para que no se pueda abusar del poder es preciso que el poder detenga al poder». Pues eso. Y gracias, gracias y mil veces gracias.
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