No es país para ricos

No es país para ricos
No es país para ricos

En el Gobierno saben de la impopularidad y de la dificultad técnica de su implementación, pero, con la periodicidad con la que vuelve la burra al trigo, amenazan con la implantación de peajes por la utilización de las autovías. Ahora bien, como son expertos en la utilización política de los impuestos y como nuestra izquierda siempre ha sabido que la impopularidad se contrarresta con populismo, han pensado que, una vez más, esa tasa sólo la tienen que pagar los ricos.

¡Y ya está, asunto solucionado! Lo mismo que piensan con el impuesto de patrimonio en sus distintas denominaciones, con el copago sanitario y farmacéutico, con las becas y con los transportes públicos, con las ayudas y prestaciones sociales… Su idea es que España sea un avanzadísimo estado social que sólo disfruten los pobres y que sólo paguen los ricos. Hay otras cuestiones en las que en el Gobierno no se ponen de acuerdo, pero en esto son unánimes: los ricos tienen que pagar cada vez más impuestos y, a la vez, recibir cada vez menos por lo mucho que aportan. Ya lo personalizó el Pablo Iglesias de la época del 15M diciendo que el Estado no estaba para pagarle las medicinas a Emilio Botín; obviamente, no le interesaba pensar en cuantas medicinas se podían comprar con los impuestos que pagaba el fallecido banquero.

Pero para alcanzar este desiderátum (también en la acepción de el no va más que recoge la RAE) tienen dos problemas, que en realidad es el mismo, y es que en España no se genera riqueza y que cada vez hay menos ricos.

Por mucho que, para atiborrarles a impuestos (la presión fiscal en España es del 111%, considerando 100% el de la media de la UE), se empeñen en considerar ricos a la clase media que tiene ingresos nada exagerados o que disfruta modestos patrimonios, la realidad es que ese segmento de nuestra sociedad está disminuyendo porque reduce sus rentas disponibles y su capacidad de ahorro y porque pierde riqueza. Y ese es el drama, porque el que era desde el final de la dictadura el mayor grupo socio-económico del país, que impulsaba el crecimiento y mantenía con sus impuestos la estructura del estado de bienestar, está pasando a formar parte de los que tienen una contribución neta negativa. Es decir, cada vez hay más dependientes y cada vez son menos los que aportan.

Y, conectando con el primero de los problemas, si se incrementa el número de los que reciben y se reduce el número de los que aportan no es porque se ponga un baremo más alto por debajo del cual no se pagan impuestos directos (significaría que el país se está enriqueciendo), sino porque el debilitamiento económico alcanza a un número cada vez mayor de personas y familias; en definitiva, cada vez hay más gente por debajo del mismo umbral de riqueza (lo que significa que el país se está empobreciendo).

Esta incapacidad de generar riqueza se ha reproducido invariablemente en el presente siglo durante los periodos de gobiernos socialista (caídas de la renta per cápita del 6% y del 4% en los respectivos mandatos de Rodríguez Zapatero y de Sánchez, lo que supone una pérdida anualizada del 0,85% con el primero y de un brutal 1,22 % desde que tenemos al actual presidente); pero, como con la excusa del estado social, se empeñan en incrementar hasta la tontuna el gasto público, no hay otra que pedir más dinero a la misma clase media. En román paladino: el no generar prosperidad global obliga a repartir el dinero de los que lo tienen hasta que estos van pasando a formar parte de los que necesitan ayuda.

Por supuesto que, frente a esta espiral negativa, otra forma de gestión es posible. Está descrita en los libros y estudios que no quieren leer y se aplica en países vecinos o incluso en alguna comunidad autónoma a la que no quieren mirar (la Comunidad de Madrid en esos mismos periodos ha incrementado el PIB y la renta per cápita y ha continuado reduciendo, sino invirtiendo, las diferencias con la media europea en muchos indicadores).

La razón de que el Gobierno se empeñe en continuar por este ruinoso camino no es únicamente un problema de ideología, es también que los miembros del mismo y sus entornos han encontrado en este modelo una próspera forma de vida. Los titulares de los ministerios que encauzan la obra social y sus numerosos asesores gastan una buena parte de los presupuestos que gestionan, no en obras y servicios para la ciudadanía, sino en mantenerse ellos mismos. Mejor haríamos entonces en prescindir de ellos y en encargarnos del reparto los propios contribuyentes. Algo así como hacían los colaboradores parroquiales que distribuían directamente sus ayudas o como los burgueses segovianos en la maravillosa Plácido de Berlanga, que sentaban a un pobre en su mesa para la cena de Nochebuena.

Cuando esta caterva se vaya, todos, menos los que forman parte de ella, seremos más pobres, y los ricos habrán dejado de serlo o habrán volado a Lisboa. No, sin duda este no es un país para ellos.

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