Ni por los principios ni por la convivencia

Amnistía

Para hacer lo que se va a hacer no sirve cualquiera. Porque, aunque las personas intenten ponerse de parte de sí mismas y de sus intereses, lo normal es que no sean capaces de pasar por encima, tanto de los principios éticos personales como de los que estructuran las instituciones, entre las que están sus propios partidos.

Pero también en esto Pedro Sánchez es único e irrepetible, y no siente vergüenza en mostrar su completa amoralidad. Deja atrás a Groucho Marx, que asumía el cambio de un principio por otro; él está en otro estadio, que es, no la adopción, sino la construcción de los principios a partir de su necesidad: ver hasta donde les llevan las negociaciones y a partir de ahí fijar cuál es su posición, que será la del partido socialista. En definitiva, primero alcanzar un acuerdo (con el mayor secretismo posible) y a partir de ahí establecer cuáles son las líneas rojas que no traspasaran en la defensa de la ley y de los principios constitucionales.

Construir el relato que defienda y justifique esta actuación tiene su complejidad, pero nada se pone por delante a su maquinaria propagandística. Lo primero es dar por bueno, o incluso por excelente y brillante, lo hecho hasta ahora, trasladando el mensaje de que hasta los que les acusaban de traicionar la dignidad de nuestro país reconocen ahora la oportunidad de los indultos y las concesiones a los golpistas. Desde esa premisa, la supuesta pacificación y normalización de Cataluña ya funciona como verdad absoluta y les da crédito para ir uno o varios pasos más allá. O aún más, el haber demostrado que los catastrofistas no llevaban razón obliga a estos a tener que aceptar su superioridad cívica y estratégica.

La realidad no es que sea distinta, es que es completamente opuesta: la conformación del sanchismo, que permitió a Sánchez primero llegar al poder y después renovarlo, interrumpió el proceso de normalización de la convivencia en Cataluña y, además, volvió a poner en escena a los líderes del golpismo. ¡Otra vez a darnos la tabarra con las mismas melodías y todavía con más bombo!

En cuanto a la normalización institucional y la mejora de la convivencia, no hay más que ver lo que se aprueba en el Parlamento catalán, lo que oficialmente se propaga o lo que ocurre en las universidades de Cataluña. A pesar de lo que alegan esos iluminados comentaristas que, en las tertulias y artículos de los medios conservadores y liberales, insisten en que los independentistas ya no queman las calles, la verdad es que, como ha dicho Núñez Feijóo, están consiguiendo todos sus despropósitos sin necesidad de acercar la cerilla a la gasolina.

Y no solo es que la convivencia no haya mejorado en Cataluña, es que se ha deteriorado en toda España. Pero es que resulta de pura lógica: las personas están cada día más cansadas de que parezca que en nuestro país no hay otro problema que el que están generando, por puro supremacismo, una parte de los catalanes. Y la uniformidad que existía en la respuesta, generosa sí, pero digna y contundente, que hay que dar a los egoístas y desleales, ha sido quebrada una vez más en beneficio de la patológica ambición del presidente del Gobierno.

E igualmente resulta lógico que el pueblo español no trague con que lo que antes era inaceptable ahora sea imprescindible, y con que para la supuesta pacificación de los golpistas tengan que sacrificar la soberanía nacional y el estado de derecho de los que son titulares.

Así que no nos hablen ustedes de mejorar la convivencia en Cataluña cuando han hecho que desaparezca la que había entre la gran mayoría de los españoles, que, de izquierdas o de derechas, compartían con tranquilidad la seguridad del forjado constitucional. Y, en ese deterioro, han conseguido que desaparezca hasta en el propio PSOE, porque allí quedaba alguno que sentía que su país es algo más que su partido, o que el líder de su partido.
Por mucho que se apliquen en componerlo, el relato de los principios, la generosidad y la convivencia es, por tanto, una pura falacia.

Lo peor, para ellos, es que el escarnio de sus actos les viene del propio sanchismo, que ya sabemos que es mafioso y que exige la publicidad de sus chantajes. La contradicción y la falsedad del relato socialista lo denuncian el PP, la oposición y la dignidad de los españoles, pero quienes de verdad lo evidencian son sus insaciables socios (ERC, Bildu y ahora Junts) que aseguran no estar dispuestos ni a pacificar ni a convivir con el resto de España.

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