Neolenguaje constitucional
Se han cumplido cuarenta y cinco años de la Constitución, texto fundacional de una nueva etapa en la historia de España con la que se quiso ejemplificar al mundo cómo una nación cosida en la trinchera era capaz de intercambiar su odio por concordia. Sigue siendo, tras la Constitución de 1876, la más longeva de cuantas hemos tenido y, sin embargo, parece ser hoy la raíz de todos los problemas. Podemos discutirlo, pero no debemos obviar que al aniversario se llega con sus mayores enemigos prometiendo guardarla y hacerla guardar, esto es defenderla, protegerla y velar por su cumplimiento. Y aquí reside el hilarante paroxismo que nutre de ficción y engañifa la actualidad política: pedir a Sánchez que defienda la Carta Magna cuando cada día se afana por destruir su espíritu y letra es como solicitar a José Bretón que pronuncie un discurso por el día del padre, una perversa y maligna actuación con escenificación cutre y barata y figurantes de mercadillo como protagonistas del esperpento.
La estrategia del gobierno de implantar un neolenguaje constitucional susceptible de ser apoyado por quienes no han leído nunca la Constitución y sólo conocen su existencia por los editoriales de El País y los boletines de Angelines, empieza por interpretar el texto como le viene en gana al sanchismo, esto es, adecuar su articulado a sus necesidades políticas coyunturales. Donde la Constitución dice referéndum -no aplicable en caso alguno a proyectos de independencia que fracturen la integridad territorial de la nación- Armengol y resto de adláteres del régimen enseguida amplían su significado para contentar al inquilino de Waterloo. Donde el artículo dos impide la fragmentación de la unidad territorial, la propaganda del régimen argumenta que, con la amnistía y la autodeterminación, Cataluña estará más dentro de España. Donde el artículo catorce consagra la igualdad de todos los españoles con independencia de su raza, sexo o lugar de nacimiento, la propaganda bobalicona de escribas reproduce el mantra de que los privilegios jurídicos y económicos concedidos al separatismo no vulneran igualdad alguna. Y así hasta hacer de la Constitución un pastiche de resiliencia a gusto del tirano.
La simiente del engaño perpetuo que penetra en el inconsciente colectivo ya la reprodujo con fidedigna exactitud Orwell en La corrupción del lenguaje, una colección de ensayos sobre propaganda, mentira y manipulación que acaba de reeditar la editorial Página Indómita y en la que se construye el universo totalitario de un gobierno como el socialista, acostumbrado a subvertir la democracia mediante la perversión de las palabras. El autor de otra obra cumbre como Rebelión en la granja no llegó a conocer a Sánchez, pero retrató perfectamente el destino final de todo autócrata cuya misión es guiar al pueblo en una realidad paralela y siniestra mientras le vende el Shangri-La de la felicidad. Si alguna vez en el PSOE se sorprendieran diciendo la verdad, seguirían mintiendo para mantener la estadística.
En su infinita senda trilera, le contó a la Griso en prime time mañanero que la amnistía «entra dentro de los valores europeos». Una nueva mentira del gran mentiroso. Ni está dentro de los valores europeos ni está dentro de la Constitución española. Cuando un político comete un delito, lo juzga la justicia, no sus semejantes. Pero da igual, el tirano ya ha soltado el veneno que sus conmilitones andan reproduciendo por doquier. Toda autocracia y totalitarismo empieza por instaurar el neolenguaje y ya nadie que no esté a sueldo del régimen discute que en España hay un gobierno constituido democráticamente que es un peligro para la democracia.